Por Juan Martín (*)
Por Juan Martín (*)
Argentina atraviesa un momento muy delicado. Más del 35% de la población se encuentra debajo de la línea de la pobreza, indigencia alarmante en la niñez, inflación interanual proyectada en tres dígitos, creciente violencia e inseguridad ciudadana, degradación institucional, y una lista interminable de problemas.
Pero en medio de ese escenario sombrío nos encontramos a su vez frente a una gran oportunidad. En un mundo atravesado por conflictos e incertidumbre, podemos rescatar una certeza: no cederá y -por el contrario- seguirá creciendo, la demanda de alimentos.
Los términos de intercambio para la Argentina son sumamente favorables: según la FAO (el organismo para la alimentación y la agricultura de la ONU) en términos reales los precios de estos bienes están en los valores más altos de los últimos 60 años. Y desde 2020 este índice se incrementó en un 33%.
En este contexto, Argentina cuenta con los recursos naturales, tecnológicos y científicos que la colocan en una posición inmejorable para aprovechar la coyuntura. En particular, la provincia de Santa Fe podría sacar ventaja: aquí está el 80% de la capacidad instalada a nivel nacional de plantas de biodiesel, gran parte de la industria frigorífica que exporta nuestra carne al mundo, plantas aceiteras y de harina de soja, por sólo enumerar algunas. Tenemos además las universidades y los institutos públicos y privados que aportan conocimiento para el desarrollo de la bioeconomía, y están aquí los miles de productores que todos los días se levantan a trabajar en el campo para producir los insumos que requiere la cadena.
El desafío entonces es hacer posible la producción de alimentos, bioenergía y bioproductos de mayor valor agregado, adaptados a las demandas del consumidor y hacerlo a su vez de manera sustentable.
Sin embargo, nuestra cadena agroalimentaria no logra dar un salto de calidad que aproveche cabalmente esta ventana de oportunidad que se nos abre a los argentinos. Los datos hablan por sí solos: entre 2019 y 2021 apenas creció un 0,02% la superficie sembrada de los principales cultivos, según datos de la Bolsa de Comercio de Rosario.
Y las respuestas a porqué nuestra producción y nuestras exportaciones no crecen de manera exponencial las tenemos que buscar en las condiciones que ofrece nuestro país para producir. O más bien, la falta de condiciones para hacerlo.
Brecha cambiaria exorbitante, dificultades para importar bienes de capital e incorporarlos a la cadena productiva, presión tributaria récord, una pesada burocracia que complica cada trámite administrativo, contable o tributario; infraestructura obsoleta que incrementa los costos logísticos. A eso tenemos además que sumarle la constante incertidumbre macroeconómica y el cambio sistemático de reglas de juego que desalientan cualquier inversión.
Generamos nosotros mismos los impedimentos, las trabas, las complicaciones a un sector dinámico que no solo crea empleo genuino, sino que además logra exportar sus productos al mundo y aportar así a resolver el déficit recurrente de nuestra balanza comercial.
Es en este contexto que se trata en la Cámara de Diputados La Ley de Fomento al Desarrollo Agroindustrial. Se pueden destacar algunos puntos positivos que acompañan a ciertas cadenas de valor en nuestras economías regionales como la amortización acelerada y certificados fiscales, pero lejos parece estar de conformar un verdadero plan que se encamine a torcer el rumbo y dejar atrás el estancamiento.
Una política de promoción agroindustrial debería tener como piedra angular la estabilidad en las reglas de juego. De poco sirve un incentivo fiscal si el día de mañana el productor se encuentra con cierres repentinos de exportaciones, fideicomisos forzosos, aumentos recurrentes de derechos de exportación. ¿Quién va a invertir en un país así?
Urge dejar atrás la lógica del parche y generar un escenario propicio para que efectivamente nuestra agroindustria despliegue todo su potencial. No hay recetas mágicas: el Estado debe sacarle el pie de encima al sector y brindar previsibilidad.
Solo así vamos a lograr subirnos a este tren de oportunidades que nos ofrece el mundo y empezar a dejar atrás los problemas que tanto nos abruman para construir un futuro de desarrollo y prosperidad para nosotros y las generaciones futuras.
(*) Diputado Nacional - Juntos por el Cambio - Santa Fe