"Hoy nadie llegaría. Pero ellos llegaron. Cruzaron el Salado. Relumbre de guadañas, desperezos de arados, hachas, horquillas, algún vaivén de brazos por un niño llorando nacido en el camino, hojas de viejos libros por el campo… Él con los ojos clavados en la cruz del cielo, luminosa y una mujer que escribe: ya llegamos". Fue pasional, pura, ahorradora y austera, paciente, presta, valiente. Fue niña, joven, fuerte, decidida, leal, errante, discreta, callada. Buscó entre las estrellas al novio ausente. Fue esposa y madre hacendosa e infatigable, resuelta e ingeniosa, firme, tímida y silenciosa, reservada, temperamental y fresca, sobria y discreta, hábil, creativa, solidaria, curtida y asoleada, con color de sacrificios, peripecias, renuncias, cansancios, voluntad e ilusiones.
Su medicina, rudimentaria y natural. Quizás fue distante, hosca, huraña, retraída y un poco fría porque no recibió muestras de afecto y por eso no supo darlo. La querían pero no se lo dijeron. ¡Era protagonista! de lo que pensaba y sentía, hacía todas las tareas sin ayuda; a veces, ni siquiera de su hombre, que creía que eso no le correspondía. ¿Cómo descubrir en sus gestos todo el amor que tenía y respetarla en sus desvelos y en sus silencios? En fin… tras un ideal trashumante soñó con la palabra progreso, cuando prosperar significaba mucho, y se hizo fuerte para un mundo difícil… "Mujer, deja que la luna haga lo que quiera, te huela el cabello, te lama las piernas y te mire a los ojos y se vaya, bella". Debió ser el oro tibio de los trigales lo que le diera a José B. Pedroni (1899-1968) sencillez y profundidad para ofrendar en versos, con intimidad reverenciada, a la compañera del colono. "Hombre y mujer en la puerta / miran la tierra entregada / ya la empiezan a querer / y nunca podrán dejarla".
Cuán importante, necesario y responsable es mirar que la historia fue cimentada con el esfuerzo perseverante y la tenacidad en contigüidad de mujeres y hombres para ver que es a través del alcance de una igualdad auténtica y verdadera entre unos y otros -lograda con educación, tolerancia y respeto a los derechos y obligaciones- que se edifica, en la cotidianidad, una sociedad de bases sólidas en el hoy, para un mañana en libertad.
"Los barcos veleros (1, 2, 3, 4, …) camino del Atlántico". Entre enero y junio de 1856 llegaron las 200 primeras familias. Venían de los Cantones de Suiza, alemanas, francesas, belgas y luxemburguesas a Santa Fe, a la primera colonia agrícola fundada por contrato de colonización entre el empresario salteño Aarón Castellanos y el gobernador santafesino Domingo Crespo. Luego llegarían italianos, españoles, rusos, polacos, checos, eslovacos, ucranianos, austríacos, judíos, algunos árabes, sirio-libaneses y hasta japoneses a "una joven Argentina que los recibió sin pedir más que fuesen honestos con ella y que mientras así lo fueran todos tendrían el cansancio del trabajo por las noches y la felicidad de la comida familiar ganada con sudor, sin dádiva alguna, ni influyente a quien deberle favores, en una tierra rica en igualdad de oportunidades, unidos bajo el idioma ilustre de Cervantes". Desplazados por las guerras mundiales, epidemias de cólera, severas crisis por débil adaptación de las economías a la Segunda Revolución Industrial, marcada desigualdad entre clases sociales, problemas de subsistencia -ya que la tecnificación del agro en el hemisferio noroccidental dejó excedente de mano de obra campesina- y la presión demográfica, que hacía que las familias que basaban sus ingresos en la producción agraria no encontraran nuevos territorios para cultivar y debían emigrar para conservar su forma tradicional de producción. "Mujer, suave mujer, mi mañana y mi ayer". Algunas llegaron, otras, no… "Por bajar mirando al cielo cayose de la planchada. Canoas llenas de voces la buscan entre naranjos. José Esser en la orilla grita: Aanaa… con todo su pelo rubio ya se ha dormido la hermana. ¿Qué camalote es su cama esmeralda?", "¿cuál la isla de ángeles tempranos donde duermen las dos?, ¿quién vio en ellas morir la primavera" (de "Las dos Maestras").
Acarreaban arcones, cajas, barriles, tinas, baldes, bolsas, cestas, aperos de labranza: azadas, picos, hachas, palas, hoces, arados de mancera o esteva, luego con rueda, asiento y vertedera, traccionados por personas y después por animales y herramientas para carpintería y herrería, utensilios de cocina, tablas para cortar repollos -que hacían fermentar-, pailas para cocer dulces. Transportaban víveres entregados por los fletadores en raciones para adultos o niños. Traían la Biblia, por su hondable catolicidad. En baúles, el traje de novia, era costumbre llevarlo a la tumba, negros hasta 1920 simbolizando fertilidad, solemnidad y distinción; después blancos, de pureza y virginidad. Vestían telas baratas de algodón y las prendas de todos los días se usaban hasta dejarlas hechas jirones, luego remendadas y trizas por desgaste, vueltas a remendar. Ropas domingueras, en ocasiones especiales"…lucía su delantal con dignidad y decoro, / por él sin mancha llevaba la ropa que se ponía / y la cara se aventaba cuando más calor hacía / y doblaba el delantal y allí todo lo metía". Fue agarradera, secó lágrimas, limpió caritas sucias, sirvió de refugio a la timidez de los niños ante visitas, con el frío entibiaba sus brazos en él, quitaba el polvo de los enseres, desde los pastizales transportaba huevos y pollitos después de seguir el cacareo de las aves. Recogía los frutos que caían de los árboles -naranjas, higos, duraznos-. Fue canasto para llevar verduras, hortalizas, legumbres y aromáticas desde la quinta (¿sabían que el sofisticado ciboulette era el cebollino de antaño?) y cuando se acercaba la hora de comer lo agitaba repetidamente y los hombres en los campos comprendían que el almuerzo estaba listo. "Y al recordar con nostalgia aquella imagen querida / aunque lejana en el tiempo / en mi mente aún está viva". (El delantal de la abuela, por Pepita Calles Crespo).
A su plancha la calentó directamente sobre el fuego, después la cargó con brasas. Elaboró manteca batiendo la nata extraída de la leche conservada en tachos y en moldes coladores fabricó quesos. Horneaba briselets, masitas delgadas y crocantes y waffles, con forma de panal que se comían untados. Tortas y otras confituras para bautismos y casamientos, al igual que la cerveza. La carne aparecía en la mesa para dar fuerzas en las polvorientas trillas, al igual que el alcohol de caña como estímulo más que como motivo de sociabilidad. Se bebía con moderación, el vino tinto era señal de día festivo, llegada de un huésped, visita al pueblo. Se preparaban cuatro comidas, desayuno con leche con pan negruzco para ungir. A las 12 en punto, el almuerzo con sopa y puchero o guisados. La merienda se acercaba a campo traviesa, es que durante siembra y recolección, los colonos tenían 18 horas de labores agotadoras. La cena, a las seis, frugal, con café con leche, huevos, tocino y embutidos con pan casero del horno de barro.
Con la posterior instalación de los negocios de Ramos Generales que fueron abasteciendo según las necesidades, dejaron de traer tantas pertenencias. Allí se compraba de todo y suelto: harina, azúcar, yerba, fideos, masitas, contenidos en cajones grandes de madera con puerta rebatible semicilíndrica, ¡eran tan hábiles los almaceneros en el arte de moldear y rematar con orejitas al papel del envoltorio de la mercadería! Las personas de distinta religión para casarse tenían que abjurar de su fe -abandonar su creencia religiosa, mediante juramento-. Pero sucedió que a una pareja ni el sacerdote ni el pastor quisieron casarlos, él un herrero, católico, Alois Tabernig, austríaco de Tirol; ella una suizo-alemana, hija de agricultores, protestante, Magdalena Moritz. Entonces lo hicieron en la plaza. A las 5 y 30 llegó el novio con traje dominguero, llevando a la derecha a la novia seguida por sus padres y dos amigos del novio actuando como testigos frente a parientes, muchos amigos y vecinos, bajo un árbol que había plantado -según costumbres de tribus alemanas- con un letrero: Árbol de la Libertad, acto y antecedente de la creación del Registro Civil de Santa Fe, el 1 de marzo de 1899.
Padecían prolongadas sequías "¡Oh, lluvia, te espero! / ¡Y han pasado todas las noches de enero! / y tú no has caído. / Limpio está el aljibe y bajo el alero limpia la tinaja de barro vidriado, que espera". Tuvieron que lidiar con las mangas de langostas que, en uniones de miles, llegaban de diciembre a febrero, espesas nubes que oscurecían la luz del día, en un frente de km de ancho y un fondo de 30 a 40 km, ¡polífagas! Producían gran estridencia. En vuelos largos digerían brotes, retoños, cortezas, tallos tiernos de trigo, maíz, lino, las hojas de los árboles menos las del paraíso de origen chino. Trituraban mieses, cortinas, manteles, servilletas, sábanas, colchas, blusas, lienzos almidonados. ¡Tan móviles!, de noche se oía a las ramas desgajarse por el peso de los crustáceos posados, las gallinas que las comían daban huevos con un olor nauseabundo. Se construían zanjas cercadas por chapas de zinc lisas alrededor de donde se posaban y desovaban: cada una, 90 huevos, hasta 6 veces. A los 40 días nacían las saltonas que ni las hogueras detenían. Si caían en las zanjas las cubrían con tierra o las quemaban con lanzallamas a kerosene y creolina. El gobierno recompensaba con 80 centavos cada 40 kg de insectos entregados, que no dio resultados pues las personas encargadas se corrompían aceptando coimas de quienes no las combatían. Algunas llegaron grávidas… Para "Ana, mujer de Schneider, en madurez de espera: en un silencio que me sabrá a ternura / durante nueve lunas crecerá tu cintura / y en el mes de la siega tendrás color de espiga / vestirás simplemente y andarás con fatiga /y el hueco de tu almohada tendrá un olor a nido… / Y un día, un dulce día, con manso sufrimiento / te romperás cargada como una rama al viento / y será el regocijo de besarte las manos y de hallar en el hijo / tu misma frente simple, tu boca, tu mirada / y un poco de mis ojos, un poco, casi nada…".
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