Con Nicolás Peisojovich
Con la nueva normalidad parecemos Robocop: barbijo, gorra, pañuelo, alcohol en gel, pistola para medir nuestra temperatura (, alfombra higienizada, metro y medio de distancia, miradas de soslayo; saludos de coditos.
Con Nicolás Peisojovich
“Soy tan inteligente que a veces no entiendo una sola palabra de lo que estoy diciendo”. Oscar Wilde
La diversidad de las temáticas de mis sueños son incontables, un día me despierto y me digo “hoy voy a contarles sobre...” y al siguiente segundo ya me olvidé del tema que les iba a contar, y así todo el tiempo, mis respuestas se materializan antes de que las pregunte, de puro atropellado nomás... es que llevo la profesión de “interrumpidor”, tengo licencia para el desvarío argumental, soy desordenado e irresponsable, sigo por la vida con mis pies de alas, sobrevolando la cordura y planeando sobre mundos de fantasía, sempiterno rictus “giocondescos”, aún en las contrarias y rumbeando a contramano de los demás, llevo en mi rostro la sonrisa eterna de quien ama vivir la vida que vive. Positivo e incurable optimista, sigo por la vida apostando sueños, porque como escuché alguna vez, aquel que no apuesta sueños, no gana realidades.
Hoy mis sueños están musicalizados por el ritmo del chasquear de los huesos, por el rechinar de dientes, y por la limitación de movimientos; es que son los sueños de invierno, sueños arropaditos y abrigaditos hasta el límite que separa los párpados y el comienzo de la sesera, cejas enfundadas, testa engorrada, bufanda al tono, pantuflas y un buen libro. Hay que guardarse, el “coronavirus” se propaga como “la peste” que es, blindemos Santa Fe, cerremos las puertas a la invencible, cerremos las ventanas de la cordial.
El lema que se escucha desde hace meses es: “quedémonos en casa”, “quédate en casa”, “yo me quedo en casa”, la famosa curva, que antes era apenas una suave lomada sobre un valle tranquilo y apacible, se convirtió en los últimos días en un pico cordillerano, en el dibujo de un electrocardiograma; las cifras se dispararon, absortos e incrédulos nuestras autoridades nacionales y provinciales van buscando salidas alternativas, planteando nuevos objetivos ante un problema que nunca dejó de crecer desde el caso uno. Nuestro presidente se empeña, utilizando las formas de profesor universitario, en concientizar y en timonear un barco débil de calafateado, con remos deficientes, velas deshilachadas y con pronósticos de severas tormentas; las cosas no se ven bien y de fáciles no tienen nada.
La tormenta trae tempestades económicas y de salud, y tiene varios frentes abiertos, como siempre les digo (porque además de “interrumpidor” suelo ser repetitivo hasta el hartazgo) el papel que tengo en esta hebdomadaria costumbre es la de contarles mis sueños, mis auto proclamadas Peisadillas, pero no se puede evitar caer en las garras de la realidad.
Nuestra nueva realidad, la nueva normalidad, o sea la anormalidad de la sociedad en cuarentena -o de una especie control social- es un estado de precaución permanente, tenemos que ser precavidos a la hora de ir a comprar algo -que tiene que ser lo estrictamente necesario, ni más ni menos- utilizar el barbijo o tapabocas que ya es parte de la moda que ya no incomoda (tanto), excepto para los que llevamos gafas, porque las muy ladinas tienden a empañarse, así que no solamente tenemos que cuidarnos de no respirar el aire contagiado, sino también evitar ser atropellado por algún transeúnte, por un auto, tropezar o simplemente darnos con la cara y los lentes como parachoques frente a una pared u otro objeto contundente que se pone en el camino de nuestro condensado y turbio andar. Gorra, pañuelo, alcohol en gel, pistola para medir nuestra temperatura (agradezco que ahora la toman en la muñeca, no me sentía cómodo cuando me apuntaban a la frente...), alfombra higienizada, metro y medio de distancia, miradas de soslayo; saludos de coditos; espacios interiores más espaciosos; son algunos de los objetos y usos a los cuales vamos a tener que finalmente acostumbrarnos. En lo que respecta a la dinámica social del día a día, cuando nos vemos afectados a lanzar ese aliviador y sonoro estornudo con final apoteósico y agudo que caracteriza a esos espontáneos estornudos bien dados, observamos cómo algunos se tocan disimuladamente la nariz, entornan los ojos, se les suben los hombros en un potente y repentino espasmo, pero ni un solo chistido sale de la boca de ese rojo rostro compungido y congestionado, ojos vidriosos de sapo lagunero, mirada esquiva para constatar que no hubo miradas inquisitivas que hubieran delatado a ese sujeto que tuvo el infortunio de estornudar en público. Hoy, estornudar en público es casi un acto criminal.
Estornudos aparte (o simplemente en el interior del brazo), otro de los actos que en nuestro nuevo “modus vivendi” cobró renovada significancia y adquirió una connotación negativa es el sencillo acto de toser...; señores fumadores, tosedores compulsivos de teatro, viajeros nocturnos de colectivos, alérgicos y asmáticos, ¡se la aguantan!, respiren hondo, ni siquiera carraspear, o vuélvanse a sus casas para emitir ese horrible y enfermizo sonido gutural tan impropio para gente que tiene el sentido colaborativo y ensimismado con bien común, no tosa, porque si usted tose, to... se va a la mierda...
En ese andar de “robocops”, vamos sorteando las inequidades de una sociedad que nos divide, que nos estratifica, donde ese vasto cúmulo de noticias y opiniones, donde la realidad se tergiversa por quien la relata, realidad manoseada, abusada y forzada, acotada o sobrevaluada. Realidad pandémica. Realidad de escaparate, de análisis virtual, de antis y pros, de contras y favorecidos, de jubilados y ladrones, de encierros y libertades, de memes y de “infodemia”. Estás allá o estás acá. Fiestas ilegales; runners; AMBA; Rosario; vacuna; fronteras; desinformaciones; tristísimos records de muertos e infectados; cerramos; paramos; abrimos; jugamos; entrenamos; ¿estudiamos con o sin presencia? ¿caminamos con o sin permiso de circulación?
El frío hoy está más gélido. Yo me quedo en casa ¿quién me quitará lo descansado?
Utilizar el barbijo es parte de la moda que ya no incomoda (tanto), excepto para los que llevamos gafas, porque las muy ladinas tienden a empañarse; no solamente tenemos que cuidarnos de no respirar el aire contagiado, sino también evitar ser atropellados o tropezar con lo que se pone en el camino de nuestro condensado y turbio andar.
En ese andar de “robocops”, vamos sorteando las inequidades de una sociedad que nos divide, que nos estratifica, donde ese vasto cúmulo de noticias y opiniones, donde la realidad se tergiversa por quien la relata, realidad manoseada, abusada y forzada, acotada o sobrevaluada. Realidad pandémica. Realidad de escaparate, de análisis virtual.