Llegamos a fin de año y todos estamos cansados. Urgentemente, nuestros cuerpos piden una tregua. En el caso del cuerpo docente, el reclamo es desesperado. El ciclo lectivo pasa factura y deja secuelas imborrables e irreparables. ¿Por qué crece el número de docentes que se enferman? ¿Por qué se "queman" los maestros y cómo apagar el fuego?
En "Malestar docente y profesionalización en América Latina", Alberto Boom afirma: "A riesgo de parecer categórico, ningún grupo humano, con excepción de los sectores pobres de América Latina, ha sido sometido a mayores tensiones, intervenciones y experimentos que los maestros. Algunos podrían aducir que se trata de un juicio demasiado contundente. Por eso, se hace necesario entrar a examinar cuáles son los cambios estratégicos que se operan en torno a la educación y a la manera como dichos cambios están afectando y afectarán en el futuro a la condición social de los maestros".
Y en "Ser docente y disfrutarlo", Alejo Merker señala que la docencia es un trabajo de riesgo porque existen características inherentes a la función y los contextos de desarrollo profesional que operan como factores predisponentes y potenciadores de múltiples patologías entre las que se destaca el síndrome del cerebro quemado.
Mirá tambiénA mi Señorita Raquel, con afecto y devociónEntre los factores que aquejan la salud de los educadores podemos señalar: contacto directo con situaciones de violencia y abuso; desarrollo profesional dentro de un sistema que limita la toma de decisiones individuales acerca de la tarea docente; desprestigio de la tarea docente a nivel social; aulas cada vez más heterogéneas que confrontan con múltiples demandas de atención personalizada; falta de reconocimiento económico acorde a la tarea realizada; sobrecarga horaria que naturaliza tareas realizadas fuera del horario laboral (planificación, corrección, diseño y producción de materiales didácticos); convivencia con distintas realidades institucionales (muchas de ellas contradictorias entre sí); falta de recursos y déficit de las condiciones edilicias de las escuelas; expectativas poco realistas de capacitación continua que colapsan con la carga laboral; pocas oportunidades de capacitación en servicio; carga mental; bajo salarios y pobres condiciones laborales; déficit en estrategias de autocuidado; demanda de estrategias de manejo de la diversidad y gestión emocional no acordes a la formación profesional; modalidades de supervisión poco coherentes con las realidades socio-comunitarias de cada institución escolar; burocratización de la tarea tendiente al cumplimiento de plazos y entrega de documentación vacía de contenido; exposición sistemática a cambios de marcos normativos y resoluciones que impactan directamente en el hacer profesional cotidiano.
Todos estos factores generan lo que se conoce -desde hace más de tres décadas- bajo el rótulo de "malestar docente". En esto ha sido clave el trabajo de Juan Manuel Esteve quien, a mediado de los 80, puso especial atención en el estrés, la angustia y el sufrimiento que se produce cuando se expone a un profesional a una situación compleja, sin demasiados recursos ni soportes, y con un nivel alto de presión y de exigencia. Su investigación abrió el debate sobre los condicionantes de la salud emocional del profesional.
Más específicamente, el malestar docente ha sido definido como: "el conjunto de consecuencias negativas que afectan a la personalidad del profesor a partir de la acción combinada de condiciones psicológicas y sociales en que se ejerce la docencia". Entre sus principales manifestaciones se encuentran: a) en un nivel conductual: la falta de implicación en el trabajo, la disminución del rendimiento, el absentismo (ausencias, bajas por enfermedad, peticiones de traslado o abandono de la profesión), la inhibición, la rutina, etc.; b) entre las consecuencias psicológicas: el cansancio, la insatisfacción, la irritabilidad, el insomnio, la ansiedad, la depresión, las adicciones y el burnout; c) en un nivel fisiológico: quejas somáticas y enfermedades como úlceras, hipertensión, trastornos cardiovasculares, etc.
Este creciente desgaste de la salud docente funciona como el canario en la mina de carbón: nos alerta sobre las fallas que experimenta el sistema educativo tal como lo conocemos. En otras palabras, el "malestar docente" daña al trabajador pero se expande a todo lo que lo rodea. Si un maestro está enfermo, "enferma" todo lo que toca. Esta salud alicaída merece urgente atención para salvaguardar, en primera instancia, al trabajador y para salvaguardar, en segundo lugar pero no menos importante, a la escuela. Si el profesor está "quemado", se "queman" -en consecuencia- su interacción con la comunidad educativa y las posibilidades de generar mejores propuestas didácticas. ¡Si sale a la cancha lesionado, es probable que el equipo pierda por goleada!
Podemos poner un reemplazante pero lo expondremos al mismo contexto laboral estresor que averió a su colega. Por esta vía, sólo alimentaríamos un círculo vicioso. Aquí no se trata de cambiar una pieza por otra como si fuera el motor de un auto. Cada maestro que cae en el campo de batalla, constituye una pérdida incalculable porque la formación docente lleva años de inversión de tiempo, dinero y recursos del propio docente y de la comunidad en general. Lo podemos pensar en relación con lo que está pasando en la actualidad con la escasez de pediatras. No se trata de patear una piedra y encontrar un médico sustituto.
Volviendo a la escuela, una trayectoria docente que se daña también puede compararse con el bosque que arrasó un incendio (¡Otra vez el fuego!) y que no se recupera de un día para el otro por más buena voluntad que le pongamos a la tarea de reforestación. Habrá que colocar la semillita, regar, cuidar y esperar pacientemente largos años. Aquí caben más preguntas: ¿Y quién querrá ser docente en un contexto que desmorona su salud? ¿Quién se pondrá la soga al cuello? ¿A qué precio? ¿Lo que ganará en un alocado doble turno lo tendrá que empeñar más tarde en recuperarse- si puede- de los efectos del estrés laboral? En esto tienen que involucrarse activamente los gremios, el ministerio de educación y las instituciones que forman a los maestros.
¿Cómo apagar el fuego? En "Contexto laboral y malestar docente en una muestra de profesores de Secundaria", María Prieto Ursúa y Laura Bermejo Toro concluyen: "Creemos, además, que en absoluto se trata de un problema exclusivamente psicológico, sino más bien psicosocial por lo que debería recibir un tratamiento multidisciplinar, que incidiera tanto en un nivel macro (en la sociedad en general, en sus valores con respecto a la educación y el aprendizaje de los niños, en su percepción y valoración de las actuaciones de los docentes, etc., así como en las políticas educativas), como en el nivel organizacional y en el nivel individual o psicológico. De nuestro estudio se derivaría: la necesidad de incrementar los recursos materiales, personales y de tiempo; dotar de servicios de apoyo y/o asesoramiento al profesor; aumento de la participación de los profesores en la formación y toma de decisiones; reducir el número de alumnos por clase; medidas para tratar a los alumnos disruptivos; fomentar redes de apoyo entre compañeros; desarrollar un clima organizacional abierto y positivo o promocionar formas de liderazgo participativas y democráticas".
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