"La mayor dificultad que a la difusión de la instrucción se opone entre nosotros nace de que no se quiere bien lo mismo que se desea; de que no hay convicciones profundas, y de que no se ha sondeado hasta la llaga, ni apreciado suficientemente la extensión del mal". (D.F. Sarmiento, "De la Instrucción Pública")
En su libro "Las señoritas" (2021), Laura Ramos afirma que Domingo Faustino Sarmiento "desde muy joven rumiaba varias obsesiones mesiánicas", entre ellas la del cambio del sistema educativo rioplatense. En efecto, la mente siempre en ebullición del "loco" Sarmiento se había forjado en la hostilidad de un destino que le fue esquivo en privilegios y fortuna. En "Recuerdos de Provincia" (1850) afirma que, a los 4 años, aprende a leer con su tío, el obispo don José Manuel Eufrasio de Quiroga Sarmiento, al mismo tiempo que su padre lo ejercitaba en la mecánica de la lectura.
También recuerda que a los 5 años, en 1816, ingresa a la Escuela de la Patria, en San Juan, donde recibe el título de Primer Ciudadano por sus estudios. Y que a los 14 años, en 1825, va a San Francisco del Monte, en San Luis, con su tío el obispo José de Oro, quien le da lecciones de latín. Allí funda su primera escuela y talla en un tronco de algarrobo una inscripción: Unus Deus, una Ecclesia, unum baptismo. D.F.S.
Mirá tambiénRecordamos los 140 años de la sanción de la Ley de Educación ComúnCasi sin oportunidades, nacido en una provincia pobre al pie de los Andes, se vio pronto envuelto en las luchas intestinas de la Nación que lo obligaron al exilio. Sin embargo, lejos de abatirse, buscaba enérgicamente las salidas, las soluciones, las alternativas. Un resiliente, diríamos hoy, con el único objetivo de poner en marcha un plan "civilizador" para la Argentina, después de Juan Manuel Rosas.
En 1845, durante su exilio en Chile, el Gobierno chileno, por iniciativa de su Ministro de Instrucción, Manuel Montt, lo envía a Europa y Estados Unidos con el fin de estudiar y comparar distintos sistemas educativos, especialmente de enseñanza primaria y Escuelas Normales, que orientarían los que estaban en marcha en territorio chileno. Cabe aclarar que la Escuela Normal se había establecido en Santiago en 1842.
El 28 de octubre de 1845, zarpa del puerto de Valparaíso hacia el estrecho de Magallanes, rumbo a Europa, en la nave Enriqueta. Mientras navega, aún en aguas del Atlántico Sur, en la Imprenta de los Tribunales de Santiago de Chile se publican la segunda edición de su "Método gradual de lectura" y la "Instrucción para los maestros de escuela para enseñar a leer por el método de lectura gradual". La alfabetización, la escuela elemental y la formación de maestros, como plataformas para el progreso de una gran nación, serán las obsesiones que atravesarán su vida en el campo educativo.
En febrero de 1848, al regreso de sus viajes, es recibido en Valparaíso por los diputados José Lastarria y Manuel Montt. Sarmiento les confiesa que en Francia, a casi sesenta años de la toma de la Bastilla, ha visto "una revolución inevitable, un cambio en los destinos del mundo", como una confirmación a sus proyectos holísticos de civilización.
En 1849 la Imprenta de Julio Belin y Cía. (Santiago de Chile), publica "De la Educación Popular", trabajo realizado "por D.F. Sarmiento, miembro de la Universidad de Chile, del Instituto Histórico de Francia, de la Sociedad de Enseñanza Primaria de Madrid y primer Director de la Escuela Normal de Santiago" (tal como puede leerse en la Advertencia que reproduce un artículo de la revista francesa De la Libertè de Penser, en el Tomo XI de "Obras Completas", 1896). En dicho libro, Sarmiento presenta documentos y reflexiones sobre la instrucción primaria en los estados que califica como los "más avanzados en civilización": Alemania, Inglaterra, Francia, Holanda, España y los Estados Unidos de América.
En el contenido de la obra, introduce el informe que presentara en marzo de 1848 al Ministro de Instrucción Pública de Chile, por entonces Salvador Sanfuentes Torres, sobre los resultados de su misión. Luego se ocupa sucesivamente del sostenimiento de las escuelas y la retribución a los maestros y profesores, la inspección de las escuelas, la educación de las mujeres, los Maestros de las Escuelas Normales, las Salas de Asilo, las Escuelas públicas, Sistemas y métodos de enseñanza y la ortografía castellanas.
A través de visitas a distintas instituciones, entrevistas a estudiosos, investigadores, maestros y autoridades oficiales de la educación en los países que visitó, logra presentar un panorama general de la educación popular en la primera mitad del siglo XIX en Europa y América del Norte, señalando aciertos y problemas. En la introducción, se lee: "La instrucción popular es una institución completamente moderna, nacida del cristianismo, convertida en derecho por el espíritu democrático de la sociedad actual. Hace dos siglos este derecho hubiera parecido a los ojos del clero y de la nobleza tan exorbitante como el sufragio: hoy, el uno como el otro son incontestables".
Muy interesantes resultan sus notas y reflexiones acerca de la educación de las mujeres y de la organización de Cunas Públicas y Salas de Asilo que preceden a la escuela primaria. Al respecto opina: "De algún tiempo a esta parte las doctrinas socialistas desdeñadas por las ideas dominantes, como sistema de organización social, habían arrojado en sus detalles nociones de que el espíritu público sin advertirla se dejaba penetrar, y que han dado origen a una multitud de aplicaciones prácticas de una ventaja incontestable".
También subraya la importancia de las lecturas públicas (lectures) en los Estados Unidos, mediante las cuales "sabios distinguidos", que comunican sus ideas y conocimientos en espacios públicos, continúan de algún modo el proceso educativo que finaliza, especialmente para las masas populares, con la escuela primaria. Por esta institución, "la esfera de la educación abraza toda la vida", afirma Sarmiento. Sin embargo, para llevar adelante un proyecto educativo tan abarcador, sería necesaria la formación de maestros en las Escuelas Normales con el objeto de alcanzar a todos los ciudadanos en todos los rincones de la Patria.
A este fin dedicará su entera vida política, en la segunda mitad del siglo XIX, enfatizando que "el poder, la riqueza y la fuerza de una nación dependen de la capacidad industrial, moral e intelectual de los individuos que la componen; y la educación pública no debe tener otro fin que el de aumentar estas fuerzas de producción, de acción y de dirección, aumentando cada vez más el número de individuos que la posean".
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