Como he contado en una columna anterior, estoy viviendo en la casa del artista Mingo Sahda que falleció en enero de 2021. Días atrás, nos visitó su hija, Marlene, porque quería fotografiar algunas esculturas que están en el patio de la vivienda. Moviendo cosas para acá y para allá, apareció "El pene que se ríe": una obra de yeso de 30 cm de alto, bastante pesada y del año 1990. En otras palabras, es un busto con cara de falo: ¿Es el rostro de una mujer o de un hombre? ¿Es una silueta transexual? ¿Los testículos se confunden con los pechos de la figura? Sostenido por un alargado cuello erguido, el glande tiene ojos ahuecados, nariz alargada y una boca que esboza una sonrisa: ¿De qué o de quién se ríe este rostro fálico?
Huellas del arte erótico
Desde la Prehistoria, la especie humana ha creado objetos e imágenes vinculadas al sexo. Los seres humanos desnudos, con rostros difusos pero con detallados órganos sexuales de dimensiones exageradas aparecieron en algunas pinturas y objetos paleolíticos. Probablemente, se empleaban en rituales religiosos o vinculados con la fertilidad.
Mirá también“Domingo Sahda: Muestra Homenaje”Más acá en el tiempo, abundan ejemplos en la Antigua Grecia. Por citar: existía un objeto doméstico y protector como la herma (un pilar cuadrado o rectangular de piedra, terracota o bronce sobre el que se colocaba un busto y cuya base se adornaba con un pene en erección, símbolo de masculinidad y de disposición a las armas); y, aunque parezca raro para nuestra mirada del siglo XXI, a los niños se les colgaba un amuleto con forma fálica (itífalo) para conjurar el mal de ojo.
El mundo greco-latino imaginó falos-perro, falos-cabra y falos-hombre; pero el objeto con más éxito en el imaginario de aquel período fue el pájaro-falo: un simpático y curioso "animalito" que, dotado de alas y ojos, asomaba su cabeza en diversas escenas; una especie de ser independiente, "incontrolable", como la naturaleza misma del órgano que a veces "impone" su propia voluntad a su dueño y "escapa a su control". Esta misma caracterización del órgano "independizado" del resto del cuerpo, se puede observar - por ejemplo- en una terracota del siglo VII que se conserva en el British Museum: allí el pene tiene ojos como en la mencionada obra de Sahda.
Según los especialistas, la fuerza mágica del poder del sexo es más convincente en su representación masculina. A diferencia de la vulva, el falo es muy fácil de dibujar, esculpir o modelar; más sencillo de individualizar y de entender, incluso reducido a la máxima simplicidad.
Mi intención no es hacer una historia del arte erótico en este breve espacio. Sólo quiero resaltar la obra de Coco Sahda a partir de la consideración de esta escultura que tengo -ahora- sobre la mesa.
¿Qué me mirás, bobo?
En esta obra, el artista hace zoom sobre una parte del individuo. Agiganta lo pequeño, lo cotidiano, lo que suele estar resguardado en la privacidad. Lo agranda hasta la hipertrofia. Se lo arrebata a su dueño. Lo desbragueta. Lo castra. Convierte al juguete erótico en un artefacto artístico que desafía al voyerista visitante de una galería de arte o museo a mirarlo, tocarlo, besarlo o sentarse sobre él. Desarticula la tiranía machista del que tiene la sartén por el manto y el mango también.
Lo caricaturiza con gesto humorístico y descontracturante. Esto se multiplica en la risa del rostro fálico: una risa que busca cómplices; busca sacarle tabúes al sexo dentro y fuera del arte. La risa contagiosa y burlona parece promover una sexualidad desinhibida, alegre, pansexual y no exenta de onanismo. La risa burlona interpela al observador: "¿Y por casa cómo andamos? ¿Por qué no dejamos hablar a nuestros cuerpos sin tantos prejuicios? Sí, soy un cara de verga pero: ¿vos viste la cara de culo que tenés?"
El humor caricaturizante, ácido, crítico y provocativo no es un gesto ocasional en Sahda. Se puede percibir en los títulos de sus colecciones: "Argentina shopping center for sale" (burla y denuncia del consumismo); "Viviendo el fin del milenio in Vizcacha's land" (crítica de la corrupta picardía criolla imperante); "Uí lib in de Áryentain Ripáblic" (denuncia, en spanglish, de los efectos de la globalización).
También los títulos de sus obras son sugestivos e irreverentes. Cabe mencionar al pasar: "Sudaca por hora" (escultura con chamote grueso y pátinas) o "La señora está servida" (pintura hecha con acrílico-collage sobre tela). La palabra "sudaca" es peyorativa: ¿Se puede ser así de a ratos? ¿Nos mentimos que somos vecinos del primer mundo y que estamos en vías de desarrollo aunque habitemos el sótano del capitalismo? En cuanto a la otra obra, plantea un retruécano picaresco: ¡No es lo mismo servir a la señora que la señora está servida!
A esta familiaridad de Sahda con la sátira crítica podemos sumar su participación en el diseño tridimensional y modelado de los muñecos originales del programa televisivo "Kanal K" (1990). Un ciclo de humor político donde las marionetas de los protagonistas de la "fiesta menemista" eran ridiculizados por su frívola y descarada corrupción. Estos muñecos estaban inspirados en los que aparecían en el videoclip de "Land of confusion" (Genesis) y en "Spitting Image" (un programa de televisión británico de fines de los '80 que consistía en sketches satíricos protagonizados por marionetas con rasgos al estilo Sebastian Kruger y que caricaturizaban políticos y otros personajes famosos). En conclusión, Sahda participó de la génesis de esta humorada que puso el ojo en el carnaval neoliberal con piel justicialista que estaba haciendo K-K (Kanal "K") a la Argentina.
Ese es el telón de fondo de esta escultura de Sahda: los jóvenes 7 años de recuperación de la democracia que había sido mancillada por la dictadura cívico-militar; la alborada de la rapiña menemista; la caída indeclinable del Austral; las relaciones carnales con EE.UU.; la privatización de las joyas de la abuela; y, por supuesto, la incipiente tinellización de la cultura con sus cámaras ocultas, sus gomazos, sus bloopers y sus exuberantes dioses del verano.
El arte picaresco de Sahda se puede emparentar con el exhibicionismo ilustrado de las tapas de "Sex-humor" y las de "Scorpio"; con las travesuras del Manosanta de Olmedo; con la lujuria de las Gatitas de Porcel; o con los guiones de Hugo Móser. El "Pene" del artista (¡Qué interesante juego de palabras!) apunta y se ríe de la reciente censura de los milicos y recoge los ecos transgresores del "destape" (del cuerpo, de los chanchullos de los funcionarios, de los desaparecidos por el terrorismo de Estado y de las mentiras que nos contamos para sobrellevar el "atroz encanto de ser argentinos").
Este pene que se ríe no está solo; integra una familia fálica que el tiempo ha desmembrado y que ahora está desterrada en el jardín de la casa de Sadha en barrio Mayoraz: penes de distintos tamaños atravesados por hierros, palos y telas que cobijan arañas y polvo (¡Vaya ironía!) a la espera de una orgía artística en alguna exposición que homenajee a su creador. Me resulta complejo recomponer ese conjunto. Busco fotos, reviso roperos, leo correspondencia y ausculto lo que queda de su producción en estas habitaciones que provisoriamente habito.
Un manifiesto artístico
En las columnas de El Litoral, principalmente, Sahda plasmó su "arte poética" y su propuesta didáctica. Afirmaba: "Quien expone se expone". Rehuía del arte abstracto porque era "el camino de Poncio Pilatos". Era feroz con aquellos que se creían los pontífices del buen arte y sólo se miraban la nuca entre sí. Sobre una exposición que hizo en Paraná en 2004 afirmaba: "Algunas personas pueden rechazar mis obras porque desnudan sus conflictos interiores. Mi propósito es, como en todas las muestras, provocar respuestas. A mí no me importa el aplauso. Busco la conmoción: aquello que a uno lo obliga a responder, con el concepto o con la acción, es decir que lo involucra. Y yo creo que el arte es una cuestión de involucramiento de unos para con otros."
Aquí está "El pene que se ríe" con otro chiste que nos legó Mingo Sahda: "Soy tan bueno como para hacerles creer que soy bueno".
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