En primer plano Fernando Burlando, abogado penalista, defensor de la familia del joven Fernando Báez Sosa, asesinado por una patota en Villa Gesell el 18 de enero de 2020. De fondo, los ocho acusados por el crimen.
Cuando Thomsen y su banda se rieron en medio del juicio por la muerte de Fernando, el mediático abogado Burlando los calificó de "reverendos hijos de puta". Preocupadas por limpiar su imagen, las madres de los acusados recogieron el guante. La de Enzo Comelli se excusó: "Quería decirle al señor Burlando que yo no soy ninguna puta. Hace tres años que esperé este momento. Yo necesito decirlo. Quiero aclararle que yo trabajaba, no era ninguna puta". También se defendió la de Blas Cinalli: "Me ha llamado puta al decirle hijo de puta a mi hijo. Y eso corona una serie de hechos desgraciados que han nacido el 18 de enero de 2020. Estaba terminando quinto año. Estaba atrasado porque había repetido un par de veces. Jugaba al rugby. Estudiante, deportista y amiguero. Me vino con la propuesta de irse a Gesell. Fue la primera vez que no fui con él". A primera vista, parece que espanta más ser vinculada con la prostitución que ser la progenitora de un acusado de asesinato. Para mí, este exabrupto pone el ojo sobre la educación de estos jóvenes en el seno familiar, la primera escuela. A continuación, ensayo algunas cavilaciones erráticas.
Al respecto, señala Melina Furman en "Guía para criar hijos curiosos": "Creo que esa preocupación que tenemos los padres sobre la educación de nuestros hijos, a veces tan centrada en el afuera (en la escuela o en las actividades que hacen los chicos fuera de ella), muestra algo tremendamente importante que nos está faltando. Algo que suele pasar delante de nuestras narices sin que nos demos tanta cuenta: cómo educamos a los chicos en casa. Hablo de cómo se construye el vínculo de los chicos con el conocimiento. De cómo se gesta y se sostiene el amor por aprender. De cómo los preparamos para desempeñarse en la vida. Porque esos aprendizajes se tejen en casa, desde los primeros años de vida y a medida que los chicos crecen. Y se construyen en los detalles, en las interacciones cotidianas entre padres e hijos, y también con los hermanos, abuelos, tíos y a veces hasta con los amigos de la familia".
En las redes, se ha difundido un texto que parece hacerse eco de estas cuestiones y que aquí cito: "¿Viste cuando te llaman del jardín porque tu hijo empuja y para vos es el otro? ¿Viste cuando te llaman de la primaria porque tu hijo pega y para vos es el otro? ¿Y cuando te llaman de la secundaria para decirte que tu hijo hace bullying pero para vos sigue siendo el otro? Bueno, cuando te llamen para decirte que mató ya es tarde para hacer algo por tu hijo." Como docente, he sido testigo de estas escenas donde los padres sospechan que el mundo está en contra de sus críos: "La maestra es muy exigente y tiene sus preferidos"; "La jardinera no tiene paciencia y se tendría que jubilar"; "El profesor no lo aprueba y lo acosa"; "Los compañeritos mienten porque no soportan que nuestro hijo se destaque"; "Él pegó porque antes le pegaron y nosotros le enseñamos a defenderse"; "En casa jamás hace eso"; "Señor director: esta escuela no protege a sus alumnos; pagamos una cuota carísima y exigimos que revean la sanción"; "Yo le creo a mi hijo y si hace falta iré a hablar con la supervisora y el INADI porque acá lo discriminan"; "¿Por qué tiene que pedir perdón si acá el preceptor es el que no hizo bien su trabajo?"
Para estas posturas necias, una colega tiene un argumento contundente: "Miren, señores padres, nosotros les advertimos lo que está pasando con su hijo. No somos sus enemigos. Somos sus aliados. Ustedes deciden qué cartas jugar. Pero recuerden que este chico será, sólo por un breve tiempo, nuestro alumno. Sin embargo, nunca dejará de ser su hijo. Actuemos ahora que los problemas son pequeños y accesibles".
Tal vez todo esto se emparenta con la irónica "Guía para criar hijos tiranos" que propone la psicóloga Ana García. ¿Cuál es el perfil de estos hijos? Desobedecen, amenazan y coaccionan. Su objetivo es salirse con la suya y no les importan los medios que tenga que utilizar para conseguirlo. Es un claro símbolo de falta de tolerancia a la frustración al que no le remuerde la conciencia si tiene que aplicar la violencia para alcanzar sus caprichos.
¿Por qué "conviene" criarlos como tiranos? La principal razón es socio-económica. La sociedad actual está basada en el individualismo feroz. Se premia al más fuerte y se va dejando de lado el bien común. Para estar por encima de los demás, estos niños y jóvenes necesitarán saber imponerse, luchar, someter a sus iguales y, sobre todo, satisfacer sus propios deseos sin freno. Esencialmente, subraya García: "¡No les enseñes a empatizar con los demás! ¡Ni se te ocurra enseñarles a compartir! ¡No les pongas límites! ¡Sé agresivo y coercitivo con ellos! ¡Muéstrales que con rabietas consiguen cualquier capricho! ¡Desautoriza sin filtro a los otros adultos educadores!" Si queremos echar a perder a nuestros hijos, esta parece una receta sencilla y de suma eficacia con insatisfacción garantizada de por vida.
Por si algún lector se distrajo, subrayo que los párrafos anteriores están plagados de ácida ironía para presentar la problemática del "síndrome del emperador". Ya despojada de esta humorada, la propia Ana García aclara que si queremos escapar de esta tiranía que envenena al hijo emperador y a su entorno: "Podemos apostar por educar de forma positiva, reforzando la autoestima de los niños en un contexto de cariño y confianza. Se sugiere: poner límites con amor, ser ejemplos positivos para ellos, ser coherentes con nuestros actos y palabras." Detrás del comportamiento disocial de un niño tirano subyace la necesidad de sentirse amado, reconocido o aceptado por los padres. Tenemos que estar atentos porque la crianza es una misión escarpada. No se trata de culpabilizarnos sino de responsabilizarnos.
En tal sentido, sostiene Furman: "La propuesta será pensar en la educación en un sentido bien amplio, que va mucho más allá de lo que sucede en la escuela y que abarca todas las experiencias de los chicos, incluso nuestras interacciones cotidianas con ellos desde que nacen. Porque educamos cuando jugamos con ellos, cuando disfrutamos una actividad compartida, cuando conversamos sobre un tema o elegimos deliberadamente enseñarles algo. Cuando los ayudamos con una tarea que les cuesta o marcamos los límites de qué cosas son aceptables y cuáles no. Y también educamos cuando estamos cansados, nos enojamos o tenemos otras prioridades en la cabeza. Educamos, queramos o no, siempre (¡aunque poder apretar el botón de pausa de vez en cuando no estaría mal, para darnos un respiro!)".
En este contexto, la educación emocional es la vedette que acapara las miradas. Todos los reflectores apuntan a: ¡Aprender a convivir con uno mismo y con los otros! Por un lado, se trata de la promoción y desarrollo de la inteligencia intrapersonal: aquella que implica la capacidad de conocernos a nosotros mismos de manera profunda, de modos que nos permiten comprender y guiar nuestro comportamiento. Más detalladamente, una persona con alta inteligencia intrapersonal tiene un modelo de sí que le permite trabajar con sus propias emociones e interactuar de maneras positivas con su entorno. Este tipo de inteligencia se relaciona con la capacidad de plantearse y sostener metas relevantes para uno mismo, evaluar fortalezas y limitaciones personales, controlar los impulsos o persistir a pesar de las frustraciones.
Por otro lado, se trata del fomento de la inteligencia interpersonal: aquella que involucra la capacidad de leer las emociones de los demás e interactuar con ellos de manera fructífera; está asociada a la habilidad de cooperar con otros, de ponerse en los zapatos ajenos, de interpretar los deseos y necesidades de los demás y de liderar un grupo.
Obviamente el rol de los educadores no es omnipotente. Como canta Serrat: llega un momento en el que, después de muchas fatigas, no queda más remedio que dejar que nuestros "locos bajitos" decidan por ellos y se equivoquen. ¡Soltarlos y confiar! Hay una frase muy citada de Sartre que dice: "Nosotros no somos terrones de arcilla, lo importante no es lo que se hace de nosotros, sino lo que hacemos nosotros mismos de lo que han hecho de nosotros." Vale decir que podemos realizar miles de enormes esfuerzos para que nuestros chicos sean personas de bien pero existe un límite infranqueable: el libre albedrío de nuestros vástagos.
Mañana y ya lejos de nuestra órbita de control parental, ellos decidirán: si disfrutarán de sus vacaciones o las convertirán en un infierno; si harán de la amistad un canto a la vida o la deformarán en una patota; si capitalizarán el espíritu de un deporte como el rugby para afrontar con éxito las exigencias cotidianas o lo bastardearán pateando cabezas y convirtiendo a sus semejantes en trofeos que coleccionar; si asumirán sus responsabilidades o nos llamarán a altas horas de la noche para que vayamos a limpiar una nueva "cagada" que se mandaron. Entonces, por más que puchereen frágiles disculpas: ¡El tiempo no retrocederá para corregir el daño provocado!
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