Toma fotográfica actual (de sur a norte) que muestra parte de las salas interiores de la casa con su moderna disposición museográfica. En la sala media se destaca el retrato idealizado de Francisco Antonio Candioti; al fondo, en uno de los aposentos originarios, se ve la imagen ecuestre del brigadier general Pascual Echagüe, pintada por el francés Félix Revol. Crédito: José G. Vittori
Es la residencia privada más antigua de la Argentina. Se alza en la ciudad de Santa Fe y ocupa la esquina de Tres de Febrero y San Martín. Estuvo a punto de desaparecer en 1940, pero una gestión de último momento, realizada por el Dr. Juan Maciel (pariente de la familia Diez de Andino que mantuviera su propiedad durante dos siglos) ante el gobernador Manuel María de Iriondo, detuvo la demolición cuando ya se habían tirado abajo las habitaciones que daban sobre la actual calle San Martín.
Ocurre que el inmueble, que conservaba aposentos construidos en 1662 (cuando culminaba el proceso de transmuta urbana de Santa Fe la Vieja al nuevo sitio de Santa Fe de la Veracruz), había sido expropiado por la provincia para llevar adelante en la zona sur un gran proyecto de parque cívico pensado por el Arq. Ángel Guido -coautor del monumento a la Bandera Nacional en la ciudad de Rosario- como homenaje a los Constituyentes de 1853, quienes en esta ciudad habían construido los cimientos del Estado moderno a través de la sanción de su Ley Fundamental. Poco después, esa iniciativa, que incluía la completa demolición de la casa, fue dejada de lado; y este irremplazable activo histórico, aunque mutilado en parte, fue preservado.
Quien quiera leer sobre la historia de este inmueble, puede buscar el artículo "Casa Diez de Andino" (*), escrito con conocimiento técnico, rigor documental y buena prosa por el Arq. Luis María Calvo. Pero lo que aquí interesa puntualizar es que la referida gestión tuvo éxito y, mejor aún, la significativa porción de la casa que consiguió salvarse, fue destinada a alojar el Museo Histórico Provincial creado por el Decreto 892/1940 que dictara el gobernador Iriondo.
Ese propósito se hizo realidad en 1943, hace ya ochenta años, cuando la nueva institución cultural abrió sus puertas luego de colectar piezas suficientes para montar el dispositivo museográfico, debiéndose destacar al respecto la sustancial contribución de la Compañía de Jesús mediante la donación de valiosos objetos de arte sacro.
De ese modo, continente y contenido habrían de articularse en una institución pública que se ha modernizado a través de las décadas, tránsito en el que la casa, el patrimonio más importante, ha revelado de tiempo en tiempo secretos constructivos de época colonial y cicatrices dejadas intramuros por sucesivas intervenciones. Son huellas de los siglos XVII, XVIII, XIX, XX y XXI, que testimonian las transformaciones de un edificio que, con cambiantes funciones, sigue dando muestras de vitalidad, para orgullo y provecho de la ciudad, la provincia y el país. Y de un museo que sigue evolucionando sobre la base de nuevos conceptos y funciones.
Vista parcial de la casa Diez de Andino en 1940, cuando estuvo a punto de desaparecer. A la izquierda (en la imagen) del portal y el patio de bienvenida, se observa la tira de habitaciones primigenias, levantadas en 1662. Dos de ellas tienen ventanas; las otras, puertas a la calle Tres de Febrero. Crédito: Archivo del Museo
Como los aniversarios terminados en cero son propicios para recordaciones y celebraciones, desde esta columna nos proponemos adherir al festejo mediante el desarrollo de un programa de notas que, bajo el epígrafe de "El museo va a tu casa", cree un nexo directo con los lectores en distintos soportes. Se trata de acercar a los interesados los objetos principales del museo, presentados en contextos de información ampliada para que se los pueda valorar mejor.
A través del tiempo, en distintos trabajos coordinados con instituciones dedicadas a la indagación y difusión de la historia, El Litoral ha entregado a la ciudadanía mediante sus distintos canales de comunicación, las tareas de búsqueda de numerosos autores. De todos ellos, el esfuerzo que convocó el mayor número de colaboradores fue el libro "Santa Fe en la gestación y desarrollo de la Argentina", nacido de la participación asociativa de la Junta Provincial de Estudios Históricos, el diario El Litoral y el gobierno de la provincia de Santa Fe, a través del Ministerio de Innovación y Cultura. La obra, integrada por artículos de 65 autores de muestra provincia y llevada al papel impreso en 2015 por Espacio Santafesino Ediciones, aborda hitos relevantes de la historia nacional erigidos por sus protagonistas en el territorio provincial; mojones de la historia grande de la Argentina en los que Santa Fe fue parte activa y decisiva. En suma, una puesta en valor del protagonismo, a menudo olvidado o desconocido, de nuestra provincia en la construcción del país de todos.
Ese espíritu de autovaloración fue el que antes se había manifestado -en tiempo de descuento- con el salvataje de la casa en 1940 y la subsiguiente creación del Museo Histórico Provincial en su ámbito casi trisecular. Ese año también se creó el Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales, y, al año siguiente, el Museo Etnográfico y Colonial que, al principio, valga puntualizar la coincidencia, funcionó en la misma casa que el Museo Histórico Provincial. La acumulación de funciones en un edificio patrimonialmente valioso, pero físicamente limitado, es ilustrativa de la escasa valoración del pasado hasta entonces imperante. Cabe acotar al respecto que sólo cinco años antes, con el nombre de "Centro de Estudios Históricos" se había fundado la entidad que poco después asumirá el nombre de Junta Provincial de Estudios Históricos, convocante de personas y vocaciones hasta entonces solitarias y dispersas.
Lejos de cualquier evocación patriotera, lo trascendente es que los santafesinos empezábamos a ocuparnos de nosotros mismos, mediante la indagación y difusión de nuestro pasado, en algunos casos para exaltar virtudes y personas; en otros, para señalar errores y desvíos, pero con una convergente voluntad de exhumar la historia propia, soterrada por los sedimentos que acumula el olvido, cualquiera hubiere sido su causa.
Con parecido sentimiento de valoración de lo propio, el ciclo de notas quincenales que se inicia tiene el propósito de poner en foco ciertos contenidos del acervo del museo, pero con el aditamento de su integración en contextos históricos reveladores de tramas que los explican, al menos en parte. Los objetos, aunque puedan parecer inertes, son emisores de información sobre épocas y sentidos, formas de vida, estructuras de poder, costumbres y creencias de sociedades que en su dinámica los han dejado atrás, pero que, si se observan con atención, desde ese pasado nos siguen diciendo cosas.
Por otro lado, empleando el concepto de red, esta columna visitará de tanto en tanto objetos conservados en instituciones vecinas o casas de familia, elementos diversos que tienen en común el hecho de encontrarse en Santa Fe, donde se originaron, o a la que llegaron por distintos caminos, ilustrativos, al fin y al cabo, de las vinculaciones de sus vecinos e instituciones con las realidades del vasto mundo, multiplicadas, en nuestro caso, por las variopintas corrientes inmigratorias arribadas como consecuencia de la apertura gestada por la Organización Nacional de 1853/60 y los crecientes flujos de intercambio comercial y cultural con otras naciones del orbe.
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