Hegemonía discursiva. Hoy, la primera línea de contención ante el coronavirus está compuesta principalmente por expertos en ciencias de la salud -especialmente epidemiólogos e infectólogos- quienes desde un privilegiado “lugar de enunciación” definen el saber acerca de amenazas y peligros, ejerciendo la (casi) exclusividad de determinar los riesgos y dejando la percepción de los mismos a cargo de la opinión pública. En definitiva, una mirada meramente epidemiológica. Esta situación no es novedosa. Si nos remitimos a los años ´90 y principios de los 2000 – con otros contextos y otras crisis más vinculadas con el mundo de las finanzas- la hegemonía la tenían los economistas y la mirada era meramente economicista.
Lejos de polemizar y de alentar “grietas” en el mundo científico, me permito señalar que la percepción del riesgo del público como un fenómeno de fuerte construcción social a menudo no coincide con la realidad basada en datos científicos. Esta idea de la percepción del riesgo que debe ser construida necesita la participación del público -su involucramiento- implica la interacción ciudadana para construir y evaluar el riesgo y para incorporar aspectos culturales de creencias comunitarias que sean parte sustantiva de una idiosincrasia en particular ya que, si el público no percibe un riesgo, no responderá adecuadamente para prevenirlo.
La emergencia mundial de esta pandemia no es un fenómeno natural, en el sentido de que no es un desastre ajeno al accionar humano. Se relaciona con el impacto antrópico de las sociedades sobre la naturaleza; por ello, pensar al coronavirus como un “hecho social total” contribuye a una mirada que supera a la coyuntura y pretende reflexionar sobre causas profundas. Por eso las ciencias sociales -en general- y la comunicación -en particular- tienen mucho por aportar en este tipo de fenómenos ya que su abordaje implica comprender, fundamentalmente, la integralidad de los mismos, contemplar las causas que lo originan, los daños causados, la dimensión social de sus efectos -incluyendo los condicionantes derivados de la desigualdad social- así como las herramientas de gestión disponibles frente a este tipo de eventos.
De allí que, entre las políticas de gestión del riesgo de desastres, se destaquen las estrategias de comunicación para la prevención, la información y la intervención ante estos sucesos. La gestión de riesgos de desastres aplica para comprender los modos de acción ante la emergencia. Tanto la amenaza como la vulnerabilidad se conjugan en la ocurrencia de desastres. En el caso de la pandemia, el virus amenaza en mayor medida a las poblaciones expuestas, también vulnerables que viven en condiciones adversas y sus sistemas de salud no tienen las capacidades de responder. Además, la comprensión de los problemas de salud relacionados con el fenómeno, permite proponer estrategias a las organizaciones e instituciones que les ayuden a responder mejor a las necesidades del público (y a su interés) en cuanto a las preocupaciones que tiene sobre los diversos riesgos.
Así como Giovanni Sartori postuló que con la televisión y posteriormente con Internet, el homo sapiens se fue transformando en un “homo videns”, el impacto de la emergencia ante el coronavirus ha resultado en una nueva mutación: el “homo covidiens” producto del consumo en tiempo real de todo tipo de información relacionada con la pandemia que le resulta de vital importancia para vivir -atormentado- durante la cuarentena.
Por otra parte, esta crisis tornó visibles espacios de riesgo de los cuales no se hablaba: Los geriátricos, muchos sin habilitación - revelando el estado de precariedad en el que viven sus residentes – y sin el cumplimiento de los protocolos establecidos, han derivado en contagios masivos y fallecimiento de un importante número de ancianos; los hospitales psiquiátricos que directamente carecen de protocolos y de medidas de higiene y seguridad; las cárceles y su abarrotamiento de presos; los asentamientos irregulares y los barrios populares que padecen hacinamiento y carecen de servicios elementales como cloacas y agua potable. Esto pone al descubierto la falencia de los sistemas político-sociales y la ausencia del estado en materia de control y de suministro de infraestructura básica y de servicios esenciales.
El incesante bombardeo informativo que refleja estas realidades, constituye una nueva experiencia epidémica atribuible en gran medida a la existencia de redes sociales y a todo tipo de medios de comunicación que generan conciencia en las poblaciones de los peligros circundantes. Hoy, la constante es medir la realidad cotidiana donde CABA y el Conurbano bonaerense son el epicentro de los contagios. Allí se encuentra la acción focalizada.
Para ello, el uso de la información – big data por medio- en la gestión del covid-19 se ha tornado indispensable, a tal punto que se está utilizando para diferentes propósitos: medir la velocidad de reproducción de la pandemia - el popular factor R -, analizar las probabilidades de infección durante el contacto, observar la duración del período de infección (testeo, rastreo y tratamiento) y determinar cuán efectiva es la cuarentena. Hemos ingresado a toda velocidad en un nuevo universo.
Las crisis son la oportunidad para generar cambios importantes. Son la oportunidad para cohesionar a la gente y que sea la comunidad la que protagonice esos cambios a fin de incluir nuevos temas de debate como la regulación de la comunicación de gobierno excepcional (no permitiendo aquello que no sea un recurso de dimensión pedagógica de la comunicación), sistemas de emergencia temprana (sistemas de alerta a gran escala controlados y regulados), evaluación y revisión de la actuación de los gobiernos (obligación de informar ante petición pública), institucionalización del riesgo (énfasis en la gestión del riesgo de desastres), concientización pública y en sociedad (autorregulación colectiva), conveniencia y celeridad en la constitución de nuevas conciencias (conciencia ambiental, conciencia social y menor consumismo).
Estamos en un punto de inflexión en el que las personas empiezan a sentir el peso del esfuerzo, tanto en el confinamiento como en los bolsillos y reclaman una reapertura de la economía. Sin embargo, aún no sabe cuándo llegará el famoso pico de contagios. Algunos especialistas creen que estamos entrando en lo más alto de la curva y otro afirman que todavía falta. Habría que evitar relajarse y buscar un equilibrio entre el aislamiento y la flexibilización de las medidas. La correcta determinación de probabilidades debería proporcionar razones para continuar encarando acciones útiles o acertadas “sin bajar la guardia” sobre aquellos peligros conocidos y cercanos que sí pueden preverse. Hacer evidente o visible el riesgo hace “apreciar” su existencia, ya que cuando no hay algún efecto visible, se tiene la impresión de que el riesgo es inexistente. Para que el ensayo salga bien, recurrir a la comunicación de riesgo es un buen recurso, ya que su principal objetivo es modificar un hábito o conducta.
*Politólogo. Mg. en Comunicación. Director Especialización en Comunicación Corporativa e Institucional en la Universidad de Concepción del Uruguay.