Reconfigurando el sentido auténtico de la empatía (Parte II)
La verdadera empatía no es un sentimiento vacío, sino una responsabilidad ética que implica la participación activa en la construcción de una sociedad más humana, a saber, menos injusta y violenta. Gentileza
La verdadera empatía no es un sentimiento vacío, sino una responsabilidad ética que implica la participación activa en la construcción de una sociedad más humana, a saber, menos injusta y violenta. Gentileza
En nuestra entrega anterior sobre este tema terminamos con una "atrocidad" conceptual que tiene su explicación lógica: a medida que los usuarios de redes sociales construyen sus identidades virtuales, se enfrentan al dilema de cómo mantener una empatía auténtica en un mundo donde las relaciones tienden a ser estrictamente transaccionales (**). Los "me gusta", los "comentarios" y otras formas de interacción virtual pueden parecer símbolos de apoyo o cercanía, pero no tienen el mismo peso emocional ni la misma capacidad de conectar profundamente que una conversación face to face.
Emmanuel Lévinas (1906-1995). Filósofo y escritor lituano de origen judío. Gentileza
¿Qué se ha logrado con esto? Básicamente que nuestros niños y adolescentes, que han sido criados con estas tecnologías, enfrenten desafíos mayores para desarrollar la capacidad de sentir algo por alguien. Al tener la mayor parte de sus interacciones mediadas por pantallas, estos individuos pierden la oportunidad de practicar habilidades sociales fundamentales para el desarrollo de relaciones empáticas, como la interpretación de gestos o señales emocionales sutiles, propias de los que no somos avatares. En definitiva, se está logrando que la empatía se vea afectada por la falta de contacto humano, como también por la incapacidad de interactuar de manera significativa, reflexiva y consciente con aquello que le pasa a los demás.
Frente a esta crisis de la empatía, algunos estamos dispuestos a buscar la manera para restablecer relaciones más auténticas y profundas, no sólo con el aporte emocional, sino con su compañera infaltable, a saber, la razón. En la filosofía de Emmanuel Lévinas, por ejemplo, encontramos una ética de la alteridad que puede ofrecernos una tentativa de respuesta, indicando que la misma comienza en la relación con el otro. Lévinas sostuvo que la empatía verdadera no es simplemente un ejercicio de entender al otro desde nuestra perspectiva, sino un encuentro radical con el rostro del otro que nos interpela y nos obliga a responder a su necesidad de manera incondicional:
"El rostro del otro me convoca a una responsabilidad infinita" (Lévinas, 1961, página 193).
Desde el precitado enfoque, la empatía no se puede limitar a ser un sentimiento pasajero, sino que se trata de una respuesta activa ante la presencia del otro, que exige de nosotros una acción concreta y responsable. La "comunidad empática", entonces, no es aquella que se limita a la solidaridad discursiva ni a la simpatía superficial, sino aquella que se caracteriza por una participación activa y comprometida con el bien común expresada en algo tan sencillo, tan noble, pero lamentablemente tan banalizado por nuestra cultura amante de lo efímero: tu dolor me duele, tu necesidad es ahora la mía (***). Tal propuesta requiere de un compromiso profundo con la alteridad, en el que cada uno de nosotros podamos reconocer la responsabilidad de transformar la comunidad en un lugar menos despreciable, es decir, más justo y humano.
Por su parte, el filósofo alemán Martin Buber, en su obra "Yo y Tú" (1923) nos habló de la relación auténtica entre los seres humanos como base y sustento duradero de una verdadera comunidad. La empatía, según él, se da cuando nos enfrentamos al otro, no como un "ello" (un objeto de manipulación o indiferencia), sino como un "tú", es decir, como un ser que posee dignidad y valor en sí mismo. La empatía no es, entonces, un acto de simple simpatía superficial y pasajera, sino un reconocimiento pleno del otro en su alteridad, es decir, en su situación puntual, la cual puede no ser transferible, pero es interpretable y apelable:
"Todo verdadero encuentro es un encuentro con el tú, que nos llama a la acción, no simplemente a la reacción" (Buber, 1923, página 77).
Dicho esto, la empatía se convierte en una experiencia transformadora de la realidad, capaz de instaurar una comunidad en la que el bienestar común sea una posibilidad real y una prioridad por la que vale la pena luchar. Por último, para hacer efectiva esta sociedad empática, es necesario recuperar la acción concreta, alejada de la cámara del móvil y de las reacciones con emoticones en redes sociales, puesto que la empatía, para tener sentido, no debe permanecer en el ámbito de los abstracto o discursivo.
Al respecto, el filósofo brasileño Paulo Freire, en su "Pedagogía del oprimido" (1970), propuso una educación activa basada en el diálogo y en la acción conjunta por el cambio social. La empatía, en este contexto, debe ser movilizadora, es decir, debe incitar a la participación y al compromiso real con los problemas concretos existentes en nuestra comunidad:
"La verdadera empatía no puede surgir sin una transformación activa del contexto social y político en el que vivimos" (Freire, 1970, página 53).
En fin, amigos míos, la empatía en la sociedad contemporánea parece estar atrapada en la hipocresía propia de la retórica discursiva y las realidades del individualismo y el aislamiento voluntario. Sin embargo, como hemos podido apreciar, la empatía auténtica sólo se puede lograr a través de un compromiso activo y transformador "en", "con" y "por" la comunidad en la que vivimos. La verdadera empatía no es un sentimiento vacío, sino una responsabilidad ética que implica la participación activa en la construcción de una sociedad más humana, a saber, menos injusta y violenta.
Para vivir en esa comunidad, será necesario que la empatía deje de ser un concepto abstracto aplicado a cuestiones intrascendentes que dicen buscar inclusión mientras que dividen cada vez más a la sociedad con falsas grietas morales para traducirse en acciones fácticas que busquen deliberadamente el bien común, no como un ideal virtual, sino como una realidad palpable y efectiva en la que valga la pena vivir.
(*) Docente, escritor y filósofo sanjuanino.
(**) Dicho concepto implica una conectividad que ofrece gratificación instantánea, mientras no requiere poner una gota de emotividad real. Es, simultáneamente, presencia digital y ausencia emocional. Publicado en la edición del pasado 7 de diciembre del diario El Litoral.
(***) Emmanuel Lévinas consagró su vida y su obra a la reconstrucción del pensamiento ético después de la Segunda Guerra Mundial, la que pasó confinado en un campo de concentración alemán en Hannover y durante la cual casi toda su familia en Lituania fue asesinada por los nazis.
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