Queridos Amigos. Muy buenos días. ¿Cómo están? Espero que bien, tratando de vivir con fidelidad nuestra vocación cristiana y ciudadana, pues estas dos realidades deben complementarse y deben articularse permanentemente. Ser cristiano, según las palabras del obispo de La Rioja, Enrique Angelelli, consiste en "vivir con un oído en el pueblo y otro en el evangelio". Y entonces pregunto: ¿Cómo está hoy el pueblo, cómo estamos nosotros? La verdad es que no estamos bien, los escenarios socio-económico y político actuales están complicados, el horizonte está lleno de nubarrones.
¿Y el evangelio, dónde está? Lamentablemente, debo decir que a muchos ya no les interesa ni el evangelio en sí, no les dice nada. Otros se limitan al cumplimiento de los preceptos, ritos, devociones. Y finalmente me doy cuenta de que hay personas que viven una vida cristiana a su manera, es decir, desconectados de la realidad... como si se pudiera ser cristiano, seguir a Jesús, ignorando lo que pasa en el mundo. El cristianismo verdadero, en realidad, es mucho más que eso. Y menos mal. Lo que importa no son las declaraciones, no es solo lo que decimos. Lo que importa son las obras que hacemos a favor de nuestros hermanos, especialmente los más necesitados.
El texto del evangelio que quiero recordarles hoy no deja lugar a dudas. Nos dice: "En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: ¿Qué mandamiento es el primero de todos? Respondió Jesús: El primero es: "Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser". Y el segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que estos (...)". Sin lugar a dudas, se trata del texto central de toda la Biblia.
En el judaísmo, mis queridos amigos, existía la oración del Shemá Israel: "Escucha Israel". Cuando un niño nacía, la primera frase que se le pronunciaba suavemente al oído era: Shemá Israel. Esa era la forma de darle la bienvenida al mundo. Seguramente Jesús la aprendió desde muy pequeño en su hogar y también la rezaba todos los días. Incluso, bien sabemos, que cada judío tenía atada al frente una cajita con la oración. "Escucha Israel, para que te vaya bien". Dios y su Palabra ocupaban el lugar central.
Hoy la situación ha cambiado. Pero, a pesar de la descristianización que avanza en la sociedad de hoy, en este mes de noviembre se nos regalan dos fiestas que marcan el ritmo de nuestras vidas. Una, la Fiesta de Todos los Santos. La otra, la Fiesta de Todos los Difuntos. Ellas nos invitan a reflexionar. El primero de noviembre celebramos el Día de Todos los Santos. ¿Para qué? Para recordarnos que todos tenemos la llamada universal a la Santidad: "Sean santos como su Dios es santo". La meta de la vida humana no es hacer esto o aquello, sino que consiste en creer en la auténtica humanidad. Y atentos, la santidad no se recibe en una bandeja cuando llegamos al mundo, no se recibe una vez y para siempre, todo lo contrario. A la santidad hay que conquistarla día a día. Dios no regala nada. Dios ofrece, Dios promete, pero invita a la colaboración.
Que bello y cuanto respeto hay en el proyecto de Dios hacia el hombre. Recuerdo una leyenda inglesa, la que cuenta que una noche un anciano y su nieto se sentaron a conversar sobre la vida. El abuelo le explicó a su nieto: "Todos nacemos con dos lobos adentro. Uno de los lobos tiene mucho amor, es agradecido, alegre, compañero, confiado y tranquilo. El otro lobo tiene miedo, es violento, es competitivo, desconfiado, y resentido". ¿Y cuál de los dos lobos gana? Preguntó el niño. "Aquel que tú alimentas", contestó el abuelo. ¿Qué cosas potenciamos más y que cosas potenciamos menos?
El día 2 de noviembre rezamos por todos los fieles difuntos, recordando a todos nuestros hermanos que nos precedieron en el camino hacia la casa del Padre. Con esta fiesta la Iglesia nos invita a tomar conciencia de que todos somos simples peregrinos, caminantes, que un día también nosotros vamos a partir. ¡Qué noticia fuerte para nuestra sociedad que vive de espalda a la muerte! Un día, usted y yo, nos guste o no, vamos a morir. ¿Cuándo? Nadie lo sabe, pero lo más seguro en este mundo de tantas inseguridades, es que vamos a partir.
Por lo tanto, la gran preocupación, queridos amigos, no debe ser: "¿Cuándo llegará el momento de nuestra muerte?"… pues, nadie tiene el control sobre su vida. La gran preocupación debe ser: ¿Cómo vivir para que nuestra vida tenga sentido, para que lleguemos a ser hombres santos, plenamente autorealizados ya en esta vida, siendo felices? Pensemos por un momento sobre nuestro amor a Dios y a los demás, porque pregunto… ¿Se puede amar a Dios a quien no vemos, mientras despreciamos, explotamos, maltratamos e insultamos al hermano que está a nuestro lado? ¿En serio?
Un oído en el pueblo y otro en el evangelio
El sacerdote cordobés Enrique Ángel Angelelli Carletti (1923-1976), a quien debemos las palabras que aquí nos enmarcan, fue un obispo católico argentino comprometido con el pueblo y fielmente consustanciado del contexto de pobreza y carencias en el que vivía la gente. Fue asesinado por la la última dictadura cívico-militar argentina y declarado por esas mismas circunstancias como mártir y beato por el papa Francisco. Padre conciliar durante el Concilio Vaticano II (1962-1965), Angelelli apoyó públicamente las posiciones renovadoras. El autor Luis Oscar Liberti, en obra publicada primero como tesis doctoral y luego como libro (2004-2005), lo considera como un "pastor que evangeliza promoviendo al hombre integralmente" y como "intérprete teológico pastoral del Concilio Vaticano II".
Monseñor Angelelli fue designado obispo de la diócesis de La Rioja el 3 de julio de 1968. Esta jurisdicción eclesiástica incrementó significativamente el número de sus sacerdotes y parroquias durante su ministerio episcopal, caracterizado por su fuerte compromiso social. Formó parte del grupo de obispos que se enfrentó a la dictadura militar iniciada en la Argentina en 1976, autodenominada Proceso de Reorganización Nacional. De su muerte, acaecida el día 4 de agosto de ese mismo año y presentada por las autoridades militares como "accidente automovilístico", se sospechó desde un principio que se trataba de un asesinato encubierto. Los hechos fueron judicialmente investigados y el 4 de julio de 2014, transcurridos casi treinta y ocho años de su muerte, la justicia determinó que se había tratado de un homicidio, condenando a cadena perpetua por el hecho a Luciano Benjamín Menéndez y Luis Fernando Estrella.
Que Dios nos acompañe y nos bendiga.
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