Por María Teresa Rearte
Por María Teresa Rearte
"Lumen gentium (…) Christus". "Cristo es la luz de los pueblos." (LG 1) Dejemos que el mensaje de la fe inunde el corazón y la vida de cada uno. Y también la historia de los hombres, de nuestra Patria, en momentos en los que las sombras de la muerte propagadas por el coronavirus y por una ley inicua se abaten sobre nosotros. Y esa ley convalida la destrucción de la vida humana concebida, haciendo de la mujer rehén de decisiones y responsabilidades que involucran también al varón, no obstante lo cual desde diversos presupuestos se exime a este último de toda responsabilidad al respecto.
Con este cuadro histórico de emancipación sin ética y sin solidaridad, que abre el cauce a conductas apartadas del recto ordenamiento de la vida social y con el cálculo hedonista que las sustenta, nos encontramos ante la irrupción del egoísmo y el interés individualista como instancias directrices de la praxis humana.
La radiografía de la sociedad actual que se quiere promover nos estremecería por la índole patológica de los fenómenos que la afligen. Por el recurso a la violencia y la criminalidad como armas legitimadas en la vida ciudadana y el quehacer
político, que dan cuenta de la grave y dolorosa enfermedad socio-política del presente.
SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR
Al celebrar la Solemnidad de la Epifanía del Señor la liturgia nos propone con vigor el tema de la luz, que se manifestó en Belén a humildes pastores de la región. Y también se nos revela a nosotros como luz de las conciencias y los pueblos.
El símbolo de la estrella que muestra la iconografía de la Navidad y la Epifanía aún en la actualidad despierta sentimientos profundos, que la marea de la incredulidad y la decadencia humana y social, política, no ha podido suprimir. Aún cuando los signos de lo sagrado se hayan distorsionado por el uso consumista que se hace de las celebraciones cristianas, sobre lo cual Papa Francisco nos alertaba al advertir que "el consumismo nos ha robado la Navidad. "
No obstante, la estrella que contemplamos en Belén y situada en su contexto original, sigue tocando el corazón y la mente de los seres humanos del tercer milenio cristiano. Y no deja de suscitar en el hombre la nostalgia propia de su condición de viandante, que no puede desistir de la búsqueda de la verdad y del anhelo del Absoluto.
A nuestro tiempo se le puede aplicar el oráculo del profeta Isaías que dice: "Las tinieblas cubren la tierra y una densa oscuridad a las naciones; pero sobre ti brillará el Señor y su gloria aparecerá sobre ti". (Is 60, 2-3)
Aunque no lo sepa o no lo reconozca, y hasta se haya refugiado en la distorsionada vanidad de lo superfluo y extraviado, bástenos ver las caricaturas de lo humano con las que se disfraza para comprenderlo, el mundo tiene una gran necesidad de experimentar la bondad divina. Y de gustar el amor de Dios por toda persona humana. Sobre todo por las más pobres, afligidas y vulnerables.
Esta celebración de la Epifanía del Señor es una invitación a todos para ir como peregrinos a Belén y unirnos a los Magos de Oriente. Para reconocer en Jesús el Don de Dios al mundo. Jesús es para todos la epifanía, que significa la manifestación de Dios, la verdadera esperanza y liberación del hombre. Jesús es el Salvador anunciado y esperado.
No se trata de creer en algo. De ser creyentes que buscan a tientas la verdad. Sino de que nos abramos a la gracia de la fe, que es la "adhesión personal del hombre a Dios". Y "es al mismo tiempo e inseparablemente el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado." (CIC 150)
Del relato evangélico sobre la llegada de los Magos a Belén surgen claramente tres actitudes distintas frente al Nacimiento de Jesús: la de los Magos de Oriente, la de Herodes y la de los sacerdotes. (Cf Mt 2, 1-12). Conocemos la actitud de Herodes, que cuando se enteró del Nacimiento de Jesús "se sobresaltó", convocó a los sacerdotes y los escribas, no para conocer la verdad. Sino para urdir una trama siniestra contra el Niño Jesús que había nacido. ¡Cuánta semejanza con algunas conductas actuales! Los sacerdotes y escribas consultados por Herodes para saber dónde había de nacer el Mesías lo sabían y dieron la respuesta exacta. Pero no se encaminaron a Belén. Esa actitud también se observa en nuestros días. Se sabe que Jesús está entre los pobres, los sencillos y los que sufren o se esfuerzan por socorrer al prójimo enfermo. Pero se hace caso omiso. Y se sigue el frenético vértigo del verano y de las llamadas "fiestas" del ruido, el aturdimiento y sin sentido.
Por último está la actitud de los Magos, que no habían vacilado en ponerse en camino, dejando atrás la seguridad de su propio lugar de origen. Y se expusieron a los peligros y la incertidumbre del viaje. Encontrando a Jesús dice el evangelio que le tributaron el máximo reconocimiento posible como a quien tiene soberanía absoluta. Era el reconocimiento explícito de su divinidad. Le adoraron. Le ofrecieron los dones de oro, incienso y mirra. Y habiendo encontrado a Jesús, el encuentro no los dejó igual. Sino que "se llenaron de alegría" (v 10). "Y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino". (v 12) Así le sucede a una persona cuando se ha encontrado con el Señor. El encuentro no la deja igual. ¿Y a nosotros…?