I
Tal como se presentan los hechos, todo parecería indicar que el peronismo será derrotado el 14N, pero a mi criterio lo más grave para el gobierno no es un resultado electoral adverso, sino un futuro político que promete ser algo más que adverso.
I
El presidente de la comuna de la provincia de Santa Fe adquiere notoriedad nacional por haber sido sorprendido infraganti comprando votos. Está claro que la noticia como tal es apenas un pretexto para instalar una pregunta que va más allá de la picaresca de un pueblo que hubiera hecho las delicias de Roberto Payró. ¿En cuántos pueblos, en cuántas ciudades, en cuántas provincias el oficialismo está haciendo lo mismo? El episodio comunal se transforma más que en una anécdota, es un paradigma acerca del comportamiento electoral expresado en la elocuente frase de uno de sus principales dirigentes: "Estamos decididos a actuar sin miramientos". ¿Lo sucedido en Santa Clara de Buena Vista se ajusta a este precepto? ¿Hay acaso posibilidad de otra interpretación al respecto? El silencio de las autoridades provinciales y nacionales del peronismo no dejan margen para demasiadas interpretaciones. Convengamos que la noticia sorprendió pero no asombró, es como que todos con mayor o menor intensidad recibimos la noticia como algo previsible, como cuando circulan esos secretos a voces con el tono de los lugares comunes. El interrogante a develar en este caso no nace de lo que para los observadores es una verdad casi obvia, el interrogante real, cuya respuesta la conoceremos el 14 de noviembre, es si esta frenética carrera por comprar votos con fondos públicos (de su bolsillo estos caballeros no arriesgan una moneda) se traducirá en más votos. Escucho voces que aseguran que estamos asistiendo a un verdadera revolución cultural que marcará un antes y un después del peronismo. Yo no sería tan optimista. Pero dentro de diez días las urnas despejarán estas dudas "metafísicas".
II
Antes de las elecciones PASO, algunos analistas aseguraban que en un país con el cincuenta por ciento de pobreza, con un cincuenta por ciento de inflación anual, con millones de indigentes, con una brecha cambiaria de casi el cien por ciento y con un balance de pandemia que supera los 115.000 muertos, ningún gobierno por más peronista que se diga y por más invocaciones que hagan al alma popular, puede ganar las elecciones. Las PASO confirmaron esta predicción, una predicción que desnuda y denuncia el clásico recurso populista acerca de su singular sensibilidad a favor de los pobres. ¿Hay algún cambio en estos dos meses que permitan alentar un cambio en el comportamiento del electorado? Salvo la decisión de repartir heladeras, lavarropas, inodoros, cocinas y en más de un caso billetes crocantes y sonantes, la situación económica y social sigue siendo la misma, y la percepción de la sociedad acerca de la calidad del gobierno no da señales de haber cambiado. Y estas señales brillan por su ausencia por la sencilla razón de que, efectivamente, el gobierno peronista el único cambio que registra son sus ruidosas disensiones internas. Tal como se presentan los hechos, todo parecería indicar que el peronismo será derrotado el 14N, pero a mi criterio lo más grave para el gobierno no es un resultado electoral adverso, sino un futuro político que promete ser algo más que adverso. ¿Cómo y en qué condiciones va a gobernar un peronismo derrotado hasta el año 2023? No hay respuestas a este interrogante. Y me temo que el primero en no tener respuestas y mucho menos ideas, es el gobierno nacional.
III
Se sabe que en democracia se puede ganar o perder elecciones. Son, como se dice, las reglas de juego. El que gana no es el dueño de la verdad y el que pierde no es un villano. Por lo menos en las sociedades democráticas el sistema funciona con estos criterios. Lo que sobrevuela en todos los casos es que más allá de legítimas y necesaria diferencias entre oficialismo y oposición, lo que persiste es la certeza de que ciertas políticas de estado continúan. Pues bien, estos escrúpulos o esta cultura republicana, en la Argentina brilla por su ausencia. A estas dificultades el peronismo le suma en esta coyuntura sus indecisiones o su ignorancia acerca de las causas que dieron lugar a su derrota en las PASO. Esta ausencia de un diagnóstico acertado o más o menos realista es grave para su fuerza política, pero también es preocupante para los argentinos, en tanto a los errores de los gobiernos los solemos pagar los ciudadanos. Tal vez la manifestación más flagrante de esta confusión se expresa en el debate interno acerca de si la derrota se produjo por seguir con más o menos fidelidad las enseñanzas y el liderazgo de Cristina. Por lo pronto, el criterio mayoritario en el peronismo pareciera ser el de superar el escenario de derrota a través de una acelerada "cristinización del gobierno. ¿Será así? Los indicios parecen decir exactamente lo contrario: el peronismo perdió las elecciones no por haberse alejado de Cristina, sino por depender de ella más allá de toda prudencia. El consenso inicial de Alberto Fernández se construyó alrededor de un liderazgo mucho más amplio que el exigido por el kirchnerismo. Por lo tanto, hay buenos motivos para suponer que Alberto Fernández fue perdiendo prestigio político no por alejarse de Cristina sino por depender demasiado de ella. Digamos que una cosa fue el Alberto Fernández que al momento de asumir la presidencia prometió gobernar para todos los argentinos, y otras muy diferente el Alberto Fernández que en cierto momento de su gestión decide gobernar solo para satisfacer a Cristina
IV
Quedamos entonces que hay diagnósticos antagónicos para explicar un resultado electoral. Los kirchneristas dicen que hay que volver a Cristina; los críticos aseguran que lo aconsejable es alejarse de Cristina lo más rápido posible. ¿Qué pasa en el interior de un gobierno cuando los diagnósticos son tan opuestos? No sé que puede pasar, pero se me ocurre que es uno de los peores escenarios posibles. Ahora bien, ¿hay muchos peronistas persuadidos de que lo más aconsejable es alejarse de Cristina? Si los hay, hasta ahora lo disimulan muy bien. Puede que Schiaretti algo haya dicho, puede que algunos barones del Conurbano o algunos sindicalistas "rumien su rencor", pero mucho más no se ve, por lo que no sería arriesgado postular que en caso de ser derrotado el peronismo hegemónico, es decir, el kirchnerismo, se "radicalice", como se dijo en estos días. ¿La visita de Evo Morales y Rafael Correa dan cuenta de esta radicalización? Es posible, pero no creo que la orientación económica y social de un gobierno pueda explicarse solo por unas visitas por más agradables o desagradables que sean. En política, se sabe, una cosa es lo que se quiere hacer y otra muy diferente la que se puede hacer. El kirchnerismo ha demostrado que le fascina transitar en el filo de la navaja, pero sería una simplificación afirmar que disponen de una irresistible vocación suicida. Dicho esto, arribamos a esta otra encrucijada. ¿Qué pasa con un kirchnerismo cuando lo que pretende hacer no puede hacerlo y lo que puede hacer no lo satisface? No hay respuesta a este dilema, salvo decir que cuando una fuerza política se enreda en estas contradicciones es porque padece una crisis de identidad con desenlace imprevisible.
Tal como se presentan los hechos, todo parecería indicar que el peronismo será derrotado el 14N, pero a mi criterio lo más grave para el gobierno no es un resultado electoral adverso, sino un futuro político que promete ser algo más que adverso.
Los kirchneristas dicen que hay que volver a Cristina; los críticos aseguran que lo aconsejable es alejarse de Cristina lo más rápido posible. ¿Qué pasa en el interior de un gobierno cuando los diagnósticos son tan opuestos?