I
El 14 de noviembre es un interrogante, pero el 15 provoca sensación de vacío. El país anda mal y no hay indicios de que ese rumbo vaya a modificarse o que sea fácil modificarse.
I
Alguna vez se dijo que cuando se inicia una guerra la primera sacrificada es la verdad. De las campañas electorales, con las diferencias dramáticas del caso, podría decirse lo mismo. Los candidatos necesitan votos para ganar por lo que todas las palabras y todas las promesas parecieran imponerse. Sin embargo, sería un error simplificar o ceder a la tentación de afirmar que todos los políticos son tramposos o mentirosos, o todos los políticos son iguales. Yo por lo menos nunca acepté estos lugares comunes a libro cerrado. En principio, no los acepto porque si defiendo una democracia republicana y representativa debo hacerme cargo de que los políticos son necesarios. Dicho con otras palabras, no hay democracia sin políticos, como no hay teatro sin actores o fútbol sin jugadores. Pero mis principios republicanos no me impiden hacerme cargo de los rigores de la realidad. En la política, como en cualquier oficio o profesión del mundo, hay de todo. Agrego, además, que en todos los países democráticos un juego habitual de la sociedad y de los periodistas en particular es criticar y a veces despellejar a los mismos que votaron. Las críticas en más de un caso los políticos se las merecen, sobre todo cuando se comportan como si fueran una corporación o una casta (el término está de moda) y se otorgan privilegios y beneficios en contraste, como en nuestro caso, con un país empobrecido y una sociedad impaciente.
II
Alguna vez se dijo que dedicarse a la política y vender el alma al diablo es la misma cosa. La frase es ingeniosa, pero no quiere decir que sea verdadera. Es verdad que la política lidia con los rigores del poder y en ese campo, como alguna vez dijera Weber, no es aconsejable pretender salvar el alma, pero no es menos cierto que así como hubo políticos miserables, canallas y corruptos, también hubo políticos que hicieron de su oficio una profesión o una responsabilidad digna. Conocemos políticos tramposos, pero también conocemos políticos decentes. Para nuestra satisfacción, sabemos que desde el punto de vista de la historia los que trascienden son los grandes políticos, porque a los canallas se los archiva en el estercolero y en la mayoría de los casos se los traga el olvido. Lo que parecería estar fuera de discusión es que los políticos son necesarios o, si alguno le gusta, un mal necesario, salvo que alguien suponga que hay otros modos de resolver la gestión de las sociedades en el mundo que vivimos. Borges alguna vez dijo que los políticos en el futuro no existirán, y que la humanidad recordará a esos personajes como una extravagancia, del mismo modo que hoy nos parecen extravagantes los hechiceros y los brujos de las sociedades antiguas. Todo es posible, incluso las fantasías de Borges.
III
Pero mientras tanto, mientras el mundo sea como es, la democracia representativa es necesaria, como son necesarios los códigos, las leyes y la política. La perfección en este campo pude ser un deseo, una aspiración, pero nunca una realidad. En todos los casos lo que se pretende son sistemas más transparentes que otros, parlamentos donde predominen los políticos honestos, dirigentes que dispongan del talento y el don de dirigir sin transformarse en déspotas o en demagogos. Es algo así como una cuestión de proporciones, de porcentajes. ¿Cómo estamos en la Argentina? ¿Predominan los honrados o los sinvergüenzas? ¿La gente cree en sus dirigentes? ¿La gente es inocente cuando elige, no es responsable de sus decisiones? ¿O nos olvidamos que esos políticos están donde están porque alguien decidió votarlos? No hay una respuesta unánime a estos interrogantes. Por lo general podemos decir que predomina el recelo, la desconfianza, cuando no el repudio, pero al mismo tiempo los ciudadanos votan y alientan esperanzas a favor de sus candidatos. Imposible en estos temas arribar a conclusiones terminantes. La política y los políticos son aceptados a veces con resignación, siempre con recelo, pero los rechazos son fuertes y la tentación de "que se vayan todos" siempre acecha, aunque, como la experiencia lo indica, al "que se vayan todos" le suele suceder no lo mejor sino lo peor, por la sencilla razón de que en el mundo civilizado los saltos al vacío, los arrebatos irracionales no suelen concluir en desenlaces felices. Todo lo contrario.
IV
Ahora estamos a menos de dos semanas de elecciones en las que el dilema se presenta no tanto por conocer los resultados (es probable que gane la oposición) como saber qué es lo que va a pasar de allí en más. El 14 de noviembre es un interrogante, pero el 15 provoca sensación de vacío. El país anda mal y no hay indicios de que ese rumbo vaya a modificarse o que sea fácil modificarse. Si el oficialismo gana se sentirá respaldado en todos los actos que nos arrastró a esta situación, pero si pierde desconocemos cuál va ser su reacción, y lo que es más grave aún, presiento que ese desconocimiento incluye a los dirigentes oficialistas muchos de los cuales estiman que si las elecciones se perdieron fue no por estar demasiado cerca de Cristina sino por haberse alejado de sus sabias enseñanzas. ¿Qué van a hacer? ¿Cómo van a llegar al 2023 con un diagnóstico equivocado y una legitimidad interna fracturada y devaluada? He aquí un interrogante sin respuesta. Y a su vez, una oposición ganadora: ¿qué hará frente a un oficialismo minado por sus disensiones internas? ¿Cogobierna o saca el sillón y se sienta en la vereda para presenciar los funerales del peronismo? Tampoco lo sé. Hay alternativas intermedias por supuesto. Y, además, se dice con tono esperanzador que las sociedades siempre encuentran una salida, salida en la que más allá de sus conflictos y refriegas persiste el instinto de vida, de salvación. Puede ser, aunque me sobran ejemplos históricos para señalar que las sociedades también se suicidan o prolongan indebidamente sus pesares y angustias.
V
Mis reflexiones pesimistas no me impiden cierto optimismo en nombre de la esperanza. No habrá milagros, pero sí puede haber lugar para la sensatez. La Argentina no está condenada al éxito como se dijo alguna vez, pero tampoco está condenada al fracaso. Hay recursos materiales, hay inteligencia, hay tradiciones y por lo tanto hay futuro. Más allá o más acá de los errores crónicos, de los excesos y desbordes del poder, de los empecinamientos por reiterar experiencias del pasado que fracasaron metódicamente, hay una Argentina que trabaja, que estudia y que se resiste a creer que el único futuro es Ezeiza o el paisaje desolador de una Argentina devenida en un gigantesco Conurbano. Del 14 de noviembre, por lo tanto, no se puede pretender una resurrección milagrosa o alguna fantasía parecida. Pero el 14 de noviembre puede ser, y ojalá lo sea, un punto de partida, una oportunidad. En cualquiera de los casos esto quiere decir que lo más difícil nos aguarda en el futuro. Las urnas en todo caso solo nos dirán que no estamos tan solos, nos devolverán la certeza de que un emprendimiento colectivo hacia el futuro es posible.
El 14 de noviembre es un interrogante, pero el 15 provoca sensación de vacío. El país anda mal y no hay indicios de que ese rumbo vaya a modificarse o que sea fácil modificarse.
No habrá milagros, pero sí puede haber lugar para la sensatez. La Argentina no está condenada al éxito como se dijo alguna vez, pero tampoco está condenada al fracaso. Hay recursos materiales, hay inteligencia, hay tradiciones; hay futuro.