Hay un ejercicio que el ciudadano puede realizar, aunque lamentablemente no lo hace con frecuencia. Se trata de observar el nivel de vida que lleva el político, que suele conocerse a través de los medios de comunicación y redes sociales o por pertenecer a su entorno, a fin de compararlo con la propia experiencia.
El paso del tiempo brinda un conocimiento a través de la consciencia de lo vivido, que pretende comprender en qué consiste y cómo funciona ese quehacer que importa vivir. Esta "experiencia de la vida" que posee todo ciudadano resulta valiosa frente a lo que se entera de los políticos. Es un conocimiento que debe ser utilizado como tamiz para evitar la corrupción, en tanto si bien no otorga certezas, sí pone en tela de juicio situaciones que provocan una evidente disonancia.
El filósofo Julián Marías señaló que la "experiencia de la vida" suele traducirse como "la vivencia del 'ya sé'", que ocurre cuando el hombre que la posee "sabe a qué atenerse casi de antemano, con sólo iniciar las experiencias concretas" (en "Un escorzo de la experiencia de la vida", año 1959). A fin de graficarla, el ensayista acudió a un modismo, ese que "habla del que 'las ve venir'", con el que se "expresa la anticipación", en donde tanto "se llega anticipadamente al cabo del camino que se ha empezado a recorrer", como "se ve desde luego venir lo que efectivamente está ya viniendo".
El ciudadano sabe qué es posible adquirir o hacer con cierta cantidad de dinero, al igual que todo lo que con esa cifra le es privativo. La mensualidad, nadie lo ignora, es el corsé que delimita -siempre en términos materiales- el nivel de vida que se tendrá. Esta experiencia puede extrapolarse, dejando a salvo matices, para ser comparada con la vida que llevan los políticos.
Es información pública el sueldo que cobran quienes ejercen cargos en el Estado. De modo tal que cualquiera puede asumir un simple juicio, sobre si es posible con ese dinero llevar la vida que muestran. El presupuesto para efectuar esa comparación está en el ciudadano, su experiencia de la vida, en tanto sabe lo que cuesta tener determinado auto y casa, ir cenar a algunos lugares, veranear en cierta zona y dar educación a sus hijos y, obviamente, no ignora el costo de las opciones a las que no puede acceder.
No podrá dejar de sentir el ciudadano una falta de conformidad notoria con su experiencia, si ve que el político posee un auto de alta gama, vacaciona en lugares suntuosos, se viste con marcas exclusivas y tiene una vida social lujosa, habiéndose dedicado siempre y exclusivamente a la función pública, con un sueldo que no le permite solventar esos gastos.
Le bastará con cotejar su vida y la del político para obtener una elemental inferencia, que el comportamiento de ese hombre, que tiene la pretensión de manejar la "cosa pública" y tomar decisiones que inciden en el "bienestar común", no se condice con lo que ha venido cobrando. Pero es esencial dejar en claro que sólo lo puede hacer sin incurrir en injurias y calumnias, limitándose a la aprobación o no de la conducta.
En efecto, la experiencia de la vida como tamiz para combatir la corrupción tiene una utilidad bien circunscripta. Tiene sentido, esencialmente, en el acto eleccionario. Es que esta experiencia no es un argumento, ni una prueba válida, para evitar que un político se presente a una elección, como tampoco para destituirlo de un cargo. Sólo tiene lugar cuando ejerce el derecho a votar y, también, las libertades de pensamiento y de expresión con responsabilidad.
Indudablemente, el resguardo del correcto funcionamiento de las instituciones, está previsto a través de una legislación apropiada. En donde se encuentran mecanismos y órganos de control del Estado, al igual que procedimientos disciplinarios, con el debido respeto a las garantías y derechos de quienes sean investigados. Existen normativas de trascendencia para combatir la corrupción, incluso, se han presentado proyectos sobre la denominada Ley de Ficha Limpia, que fortalecería su prevención. Pero todo ello en nada debe obstar para que la "experiencia de la vida" tenga "carta de ciudadanía".
Es propio de una adecuada educación cívica, que se sepa distinguir entre situaciones que son diferentes y que tienen su propia lógica de funcionamiento. Este mecanismo ciudadano asentado en la experiencia, entonces, no reemplaza lo legalmente establecido, en tanto es de una naturaleza distinta. Así, resultaría valioso que el ciudadano adopte como adagio dirigido al político: "Veré cómo vives y te diré si podría votarte".
La condicionalidad de la segunda parte de esta máxima, inevitablemente, se debe a que la honestidad, si bien es una condición necesaria para ocupar los cargos públicos, no resulta suficiente, en tanto no es la única cualidad que debe reunirse. La Constitución Nacional exige la idoneidad como condición genérica para ocupar estos empleos. Y este concepto involucra tanto un importante contenido ético como la capacidad técnica, es decir, que debe tener -además- las habilidades intelectuales o condiciones profesionales que requieren la función.
En el momento en que el ciudadano tiene que elegir un candidato al votar, la conducta moral debe ser un requisito insoslayable antes de pasar a las restantes cualidades que le generen adhesión. Cuando no se satisface esa exigencia y se priorizan otras cuestiones, se despoja a la república de una defensa que procura que sus instituciones no sean corroídas.
Como se trata de que un político no tenga más la ocasión de realizar actos de corrupción en un cargo al que se presenta como candidato, es decir, de evitar que suceda en el futuro, pareciera que ello distiende al ciudadano para soslayar el umbral ético. Se dirá a sí mismo, al menos, que se trata de una conjetura, que nadie puede asegurar qué sucederá.
El novelista Javier Marías abordó estos asuntos de lo que se ve y puede esperarse en el futuro a partir de ello, en la novela "Tu rostro mañana" (primera parte, 2002). Si bien no se trató sobre la conducta de un político, resulta pertinente cierta extrapolación. El escritor expresó que "uno suele saber cómo acaban las cosas, cómo evolucionan y qué nos aguarda, hacía dónde se encaminan y cuál ha de ser su término; todo está ahí a la vista".
Aclaró Marías que hay que estar "dispuesto a ello", pues "los indicios rara vez engañan si sabemos discernir los significativos". Aunque manifestó pesimismo, ya que "nadie quiere ver nada y así nadie ve casi nunca lo que está delante, lo que nos aguarda o depararemos tarde o temprano". Luego, ensayó posibles explicaciones de que suceda así. Pareciera, expresó el novelista, que "es como si a menudo fuéramos en contra de nuestro conocimiento" y, advirtió, que "no hay nada sobrenatural ni misterioso en ello, lo misterioso es que no atendamos".
Será que el ciudadano, vale conjeturar, al ver que el político que ha venido votando no tiene un nivel de vida que pueda justificar, niega esa realidad ostensible. Y, entonces, sucede como Marías observó, que "es sólo que sabemos, y lo detestamos; que no toleramos ver; que odiamos el conocimiento, y la certidumbre, y el convencimiento; y nadie quiere convertirse en su propio dolor y su fiebre".
Si se comienza a abrir los ojos, cualquiera que desee involucrarse en el manejo de la "cosa pública", sabrá que el umbral ético que tiene que atravesar para acceder a un cargo público está concientizado, nada menos, en quien es el "soberano", lo cual redundará -sin lugar a dudas- en beneficio de la rehabilitación moral de nuestra república.
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