El martes 10 de septiembre de 2024 fui al Centro Cultural Bernardino Rivadavia, rebautizado Roberto Fontanarrosa, para escuchar a "El Gordo" Pesoa, al "Quique" Pesoa, a Enrique Raúl Pesoa leer cosas, asuntos escritos por otros. Ya no es más gordo, ni siquiera "Quique", es el señor Pesoa para muchos. Me provoca risa y sorpresa, una íntima entidad gozosa que lo reverencien, es un contemporáneo muy cercano. Si uno vale por los otros, "El Gordo" es valioso.
La convocatoria general era "Feria del Libro, Festival de Poesía". Recuerdo la única vez que fui invitado, no me duele pero lo advierto, la única vez que estuve merodeando la casamata aún tenía incidencia en las decisiones de los factos (¿fastos?) culturales un poeta, Hugo Diz, el primero que insistió con el tema de un festival de poesía en Rosario. Después la burocracia, después la idiosincrasia, después la aristocracia del poema y finalmente las redes. Chau "Huguito". Deberían recordarlo mejor. Como dice Atahualpa Yupanqui "lo fue topando al olvido…. y el olvido lo tapó" (por favor, no tocar, no hay error… es topando y tapó).
Con "El Hugo" pasó eso, hay una sala Jorge Riestra, acaso el más importante escritor de verdadera prosapia rosarina, que -verdaderamente- tiene textos trascendentes en algunos trabajos suyos ("Taco de ébano"). Me siento un extraño en ésa Feria y en esos encuentros, pero creo que el almita flaca y cascarrabias de "Huguito" tendría el fastidio de lo organizado; todos creíamos en la desorganización voluntaria de Hugo Diz. Hoy la poesía rosarina tiene dos nombres, altos y diferentes: el de Beatriz Vignoli, a quien se han resignado a entender con su personalidad tal como la juega por las calles y los salones, y el de Héctor Berenger, a quien no se han resignado a entender como es. Una abrió el encuentro. El otro, ese mismo día, andaba en bicicleta por su barrio. Hoy mismo, ahora mismo puede pasear por alguna calle. Beatriz creo que no. Respetables los dos.
Llegué temprano y de solo estar nomas, uno cuenta sus cosas ("De solo estar", Manuel J. Castilla) por eso cuento: escuché a dos muchachos que durante cuatro años estudiaron/investigaron a Jorge Asís y presentaban un libro sobre "El Turco". Dos periodistas. Los ayudaba una señora joven que daba pie a las reflexiones, confesiones, pre venta del libro. Confesaron, en esa presentación, que solo dos veces hablaron con el personaje del libro. Dos veces en cuatro años. Un personaje vivo (otro contemporáneo) y solo charlaron con él dos veces. Está bien que las biografías no autorizadas o noveladas, también la novela mitad historia y mitad invento, tienen licencias. El periodismo lo ha entendido tanto y con tanta excelencia que ya no hay crónicas sino crónicas noveladas del día a día, de la realidad que se asume como parcial y se la completa.
Dejó enseñanzas esa estadía en la sala de conferencias. El periodismo es una forma apresurada de la novela, no es más el primer paso de la historia porque ya no es más fecha, dato y pruebas, sino calidad de relato… y ganas de creerlo. Por ahí vamos. El libro era el trabajo de dos periodistas convictos y confesos del diario Clarín. Relatos sobre un narrador "rabelesiano", que eso es Asís pese a que los muchachos ni mencionaron el tema del desborde, testigo difícil de asir sobre nuestra contemporaneidad. Asís es testigo y parte. No ha terminado su saga.
Cuando llegó "Quique" los micrófonos empezaron a andar mejor y lo suyo fue una advertencia: cuando se quiere se puede arreglar el sonido de las conferencias. Casualidad que no es tal: habló en la sala Jorge Riestra. Pesoa explicó la rareza original: el no escribió un libro. No agregó, pero quedó demostrado con los hechos, que no presentaba texto nuevo de alguien o un estreno literario. Lo suyo fue una reivindicación de la frase quejosa de Julio Cortázar: "Hemos perdido el hábito oral de la literatura". Pomposo Cortázar, con esa palabreja: literatura. Más claro Pesoa, considerándose un narrador, un cuentero de mitos y leyendas. Jerarquizó la palabra. "El uso de la palabra", diría MarioTrejo.
La sala se llenó de gente queriendo escuchar a Pesoa, que no se sabía qué leería ni cuánto (porque podía hablar sin leer, ojito). El tiempo sí, eso sí, las charlas tienen una hora de duración. Como la mayoría de los noticieros televisivos. Hay diferencias, claras distancias. Las autoridades, de un modo directo algunas, de una voz tras otra voz, tras otra voz, el mensaje que llega, las autoridades sostenían que "la Feria es un éxito".
La sala llena con la promesa de lecturas de "Quique" trae preguntas. Antes las verdades que la mirada y la atenta escucha proporcionan: Pesoa leyó a Pablo Neruda, al propio Cortázar, con ese "guíglico" de uso de las sílabas alteradas y "aliteradas" y no leyó/contó el que muchos describen como un relato de sexo explícito ("apenas él le amalaba el noema"), pero lo importante era la lectura, la cadencia, el decir, o… "el hábito oral de la literatura". Usó y abusó, con su manera de contar, un relato de Abelardo Castillo al que volvió un verdadero ritual de escuchas esperando el final. Después cerró con un cuento de Roberto Fontanarrosa donde "El Negro" retoma la tesis de Alejo Carpentier sobre la invasión de "Yankilandia" y Santa Claus. Carpentier usa Cuba, "El Negro" Fontanarrosa barrio Echesortu, en Rosario.
El relato del "cuentero y/o narrador" pone las cosas escritas en orales y se diseminan de un modo diferente en cada oído, con una magia simultánea que la simple lectura no permite; la lectura personal, de esa hago mención. Pesoa lo hace: una hidra, la de Lerna, la de mil cabezas, escuchando diferente una misma cuestión. Mil maneras de entender el "sí, pero no" que ofertan los verdaderos relatos. A la salida de la charla/ relato/cuento/actuación de "El Gordo", del "ex gordo", quedaba la Feria, que se insistía: un éxito.
La ciudad, otras ciudades, la provincia, la nación tienen modos diferentes de entender Educación y Cultura. Las unen, las separan, las discriminan, mandan amigotes, pagan lealtades políticas o peor: completan pagos políticos. Algo las une: el problema de los sueldos a maestros y violinistas. Miseria y llanto. Está claro que el hábito de la lectura es imposible sin una educación sistémica que lleve a leer para crecer, como la suma y resta llevan a la tabla de multiplicar y así. Es tan elemental que sonroja al que escribe explicar el gradualismo que lleva a la invención, o la complicación, con la imaginación de quien escribió y quien lee, enfrentados a la ignorancia y la soberbia de la bruta bestia universal hacia dónde vamos por no leer.
¿Cuánto cuesta un Pesoa leyendo para quienes pueden escuchar porque entienden el idioma, la cadencia, la melodía y el compás de lo que se lee, cuando no lo más alto: la armonía de lo escrito y -después- contado/cantado? ¿Cuánto? ¿Qué queda de nuestros amores, como dice el poeta cantor francés Charles Trenet?
Por dónde van las respuestas que se acercan a una pregunta que vuelve a sonrojar… ¿De qué modo nos preparamos para el relato, la multiplicación de las formas, la aceptación de los mensajes sin corroboración, la adopción del relato como la verdadera historia que ya no tiene hechos sino formas perecederas del relato continuo? ¿Saben los ministros y secretarios, los encargados, los curadores de encuentros de dónde venimos y hacia dónde vamos… además de ofertar, con pocos descuentos, un libro papel que ni siquiera pasa por libro objeto, en una Feria que, vamos, es "todo un éxito"? Y sí, sí que lo es, pero… ¿para qué?
Escrito en 1974, "El Recurso del Método", de Alejo Carpentier, cuenta, poco más allá de sus páginas 210 o 220 (según sea la versión encuadernada o la económica) el tema de la Navidad y el cambio, que es la base del cuento de Fontanarrosa con el que cerró Enrique Raúl Pesoa su clase de "Letras contadas". En Carpentier el eje es mostrar que de ese modo una cultura se imponía a otra, perdiendo el pesebre, el Niñito Dios, el portal de Belén vencidos por el "jingle bell", Rodolfo, el reno de la nariz roja y Santa Claus en una isla del "mar de las Antillas, que también Caribe llaman".
El 10 de septiembre, previo al Día de Sarmiento, Pesoa insistió, con la seriedad que presta su profesionalidad de cuentero/narrador que transmite y emociona, con algo que parece fuera del alcance de secretarios y ministros que acaso, con solo una hora de escuchar a un narrador/cuentero (da igual), empezarían, volverían a entender: Educación y Cultura no son lo mismo, pero su ausencia las iguala. Ambas conforman un sentimiento de derrota, tristeza y camino liberado hacia la Inteligencia Artificial, que no se sabe cómo entenderá a Santa Claus, Carpentier, Fontanarrosa y, básicamente, a nuestro Snoopy: Mendieta.
Nota ad hoc: una vez un hombre puesto en Cultura compró varias estatuillas de Mendieta, el perro de "Inodoro Pereira, el renegau", y las puso en diversos sitios. Costaban lo suyo. Sostenía que era un homenaje. Los homenajes son, ante la muerte, un canto tardío. La Feria del Libro, excepto por cuestiones tan personales como Pesoa, va por el mismo sendero.
Dejanos tu comentario
Los comentarios realizados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de las sanciones legales que correspondan. Evitar comentarios ofensivos o que no respondan al tema abordado en la información.