La jornada que prometía ser borrascosa, fue si se quiere apacible, lo que traducido a términos políticos representó una victoria de un gobierno que, a pesar de sus visibles dificultades, ha demostrado que sigue controlando las variables principales del poder.
Con las precauciones del caso y los sigilosos relativismos de las circunstancias, podría animarme a decir que la jornada del miércoles fue auspiciosa para un gobierno que desde hace un mes y medio parecía empecinado en coleccionar infortunios, muchos de ellos prodigados por su propia torpeza más que por los ataques o las intrigas de la oposición.
La Cámara de Diputados aprobó el acuerdo con el FMI vía DNU, como ya nos tiene acostumbrado este gobierno. La votación favorable para el oficialismo fue posible por apoyos de diputados de otros partidos, los mismos a los que Milei no se cansa de denostar con sus exquisitas adjetivaciones.
En honor a la verdad, hay que decir que los votos de dirigentes que no pertenecen a (LLA) pueden ser calificados de responsables o generosos, pero en todos los casos convengamos que no es habitual extender un certificado de legitimidad para un acuerdo del cual se desconocen los contenidos, los objetivos e incluso el monto. Se desconocen o se conocen a medias, lo que para el caso viene a ser más o menos lo mismo.
No viene al caso ahora debatir acerca del rol del FMI y su relación con los países que necesitan de su ayuda; admitamos por lo pronto que acordar con esta institución siempre fue para los gobiernos una decisión presentada como inevitable, pero al mismo tiempo incómoda atendiendo las consignas que en los últimos sesenta años se lanzaron contra lo que fue calificado en el más suave de los casos como "banca usurera" y otras delicadezas por el estilo.
Ahora Milei y Caputo disponen de la autorización para firmar este acuerdo que, según la retórica oficial, nos permitirá arreglar las cuentas con el BCRA, salir del cepo e iniciar la exitosa y gallarda cabalgata hacia un futuro promisorio con empresas pujantes y obreros bien pagos.
Yo me voy a permitir no ser tan optimista, más allá de admitir que este posible préstamo, del que sabemos poco y nada, se presente como indispensable y adornado con toda la retórica que, los que tenemos memoria, sabemos que no es muy diferente a los piropos y halagos que se usó en cada una de las circunstancias en las que tuvimos que peregrinar en santa procesión hacia los altares del FMI.
Por el momento, y en mi condición de ciudadano, me reservo mi derecho a la duda, una duda que parece no acongojar a la ministra Patricia Bullrich quien, en sintonía con su optimismo arrasador y castrense, no tuvo reparos en afirmar que el acuerdo con el FMI incluye en un futuro inmediato un aumento para los salarios de todos los trabajadores, una afirmación que hasta el funcionario más concesivo de la banca internacional no se atrevería hacer con tanto entusiasmo, so pena de ser considerado un farsante.
Analistas, observadores, público en general, deploran el comportamiento bochornoso de los diputados en las recientes sesiones. Y efectivamente lo fue.
Un detalle habría que agregar: los principales protagonistas de estos papelones, de esas escenas que oscilan entre lo ridículo y grotesco, pertenecen mayoritariamente a la bancada oficialista. Las escenas de pugilato, los insultos, las riñas entre mujeres, las bravuconadas verbales, parecen ser un patrimonio exclusivo de la vigorosa bancada de LLA.
La verdad sea dicha, el problema del oficialismo no es que dispone de pocos legisladores, sino que sobran los dedos de una mano para contar algún legislador libertario más o menos presentable. Tener pocos diputados es un problema para cualquier partido, problema que se puede subsanar en parte cuando el número es sustituido por el talento.
En los años veinte del siglo pasado, por ejemplo, el Partido Socialista era minoritario. Con suerte y viento a favor no sacaba más del diez por ciento de los votos, pero esos cuatro o cinco legisladores que lo representaban se llamaban Juan B. Justo, Enrique Dickmann, Mario Bravo, Nicolás Repetto, Antonio di Tomaso, tal vez Alfredo Palacios.
Minorías, sí, pero minorías que más de una vez a fuerza de inspiración, convicciones y decencia personal se hacían oír como si fueran mayorías. Conservadores y radicales no tenían dificultades para ganarles las votaciones, pero le temían como al diablo sostener un debate con legisladores de esa talla, legisladores que, a pesar de su escasa representación, lograban elaborar leyes que defendían con palabras dictadas por la lucidez.
Se me ocurre que la actual representación parlamentaria de LLA no puede ufanarse de esas virtudes.
Es más, ni siquiera pueden ufanarse de su liberalismo, ya que más de uno no tiene la menor idea acerca de los contenidos de este pensamiento clave de la modernidad, y a nadie se le escapa que no son pocos los que están en esas bancas gracias a las diligencias oportunas de Massa, al punto de que no sería exagerado decir que muchos de esos diputados saben más de las estrofas de la Marcha Peronista que los versos de La Marsellesa.
También en la jornada del miércoles el gobierno controló la calle, un desafío que la semana anterior estuvo bastante lejos de lograr.
La actual movilización en defensa de los jubilados contó con una modesta convocatoria, pero con la adhesión con nombre y apellido de facciones políticas, movimientos sociales y sindicatos estatales, lo cual, de manera deliberada o no, y atendiendo a lo sucedido, puso límites a quienes fantasean con que cada movilización puede ser la antesala del derrumbe del gobierno de turno.
Digamos que la jornada que prometía ser borrascosa, fue si se quiere apacible, lo que traducido a términos políticos representó una victoria de un gobierno que, a pesar de sus visibles dificultades, ha demostrado que sigue controlando las variables principales del poder.
En términos cinéfilos, la escena del miércoles 19 de marzo se filmó cómo los guionistas y el director la previeron, pero, importa advertir, la escena no es la película, una película en donde no son pocos los que intuyen que los momentos más escabrosos, las situaciones más conflictivas, los posibles desenlaces más inesperados, aún siguen siendo una incógnita.
La tormenta pasó, pero hacia el horizonte se avizoran nuevos nubarrones.
El populismo criollo en estos temas no perdona y lo sucedido en estos días no fue más que un ensayo para avanzar hacia escenas más logradas. El modelo sigue siendo el que fundaron en diciembre de 2017 arrojando, en nombre de los jubilados, doce toneladas de piedras al Congreso.
Sus principales dirigentes ya olieron sangre y no van a parar hasta saciar su sed. Un gobierno no peronista para el populismo criollo es una calamidad, una afrenta y un desafío, el desafío de voltearlo más temprano que tarde.
Algunos dirigentes peronistas ya lo anticipan con descaro y desparpajo; otros, disimulan más pero en lo fundamental piensan lo mismo. Al ensayo le sucede la fiesta de gala. Las invitaciones están hechas, cada uno sabe el lugar que le toca ocupar y, además, en la ocasión han sumado al cortejo de invitados el flamante aporte del populismo a la causa nacional y popular: los barras bravas.
La novedad acerca de este tortuoso y esperpéntico cortejo a mí no me sorprende. Es más, conociendo el paño me llama la atención que hayan demorado tanto en jugar esa carta que tan bien los representa. Una última acotación: la convocatoria a la intervención política del hampa de los barras bravas no es en los tiempos que corren una originalidad del populismo peronista.
También los distinguidos liberales y libertarios de LLA han hecho notables avances, al punto que las refriegas barriales en el corazón del Conurbano entre sabandijas dispuestos a encolumnarse con el peronismo y sabandijas decididos a sumarse a LLA, transforman a las escenas más escabrosas de El Marginal en una versión edulcorada de "Blancanieves y los siete enanitos".
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