Por Rogelio Alaniz Supongo, con buenos fundamentos, que a los argentinos lo que nos debe asombrar con respecto a la Fifa no es que el escándalo ganara la calle sino que haya demorado tanto para hacerlo. Sin exageraciones podría decirse que pocas veces una flagrante asociación ilícita logró disfrutar de los beneficios de la impunidad durante tantos años. Que en la Fifa se coimeaba, se lavaba dinero, se corrompían a jugadores, técnicos y jueces deportivos, era el secreto a voces mejor guardado. Todos sabían todo, pero parecía que nadie se animaba a decirlo en voz alta. En realidad, a nadie le llamó demasiado la atención que agentes del FBI ingresaran a un lujoso hotel de Zurich para sacar con las manos esposadas a algunos de los principales dirigentes de la máxima institución del fútbol mundial. Si alguna novedad hubo, no es que hayan sido siete los detenidos, sino que no hayan sido más. Empezando por Blatter. ¿O alguien puede suponer que estos formidables negociados de millones de dólares pudieron realizarse sin su conocimiento? Imagino que ahora no faltarán voces acusando al imperialismo yanqui de ser el responsable de esta maniobra infame contra el fútbol, pasión de multitudes y emblema de las grandes causas nacionales y populares. ¿Cuánto tiempo pasará hasta que la fiscal Loretta Lynch sea comparada con el juez Griesa, y al FBI lo acusen de ser partícipe de una maniobra destinada a desprestigiar a los valerosos pueblos del Tercer Mundo y a sus aguerridos dirigentes cuyos nombres son un sinónimo de hombría de bien y decencia pública? Pienso, por ejemplo, en Rafael Esquivel, Jack Werner, Nicolás Leoz, José Teixeira o Eugenio Figueiredo. Criaturitas de Dios. Algunos ya levantaron sus voces para oponerse a ser juzgados en los EE.UU. No son tontos. Como los narcos de Medellín, declaran que prefieren una tumba en su tierra a ser juzgados por los yanquis. Criaturitas de Dios. Ignoro cómo continuará la película, pero conociendo el paño me atrevería a afirmar que el sacudón afectará a los que ya conocemos, pero los más importantes, los pescados más gordos, como se dice en estos casos, se las van a arreglar para eludir la justicia. Algunos pagarán para ello, otros procederán a pasar a retiro y no se debe descartar la posibilidad de que los más veteranos opten por una solución al estilo Grondona, es decir morirse a tiempo y dejarles a los herederos el trabajo de defenderlos. Grondona. Julio Grondona. El Don del fútbol argentino. Criticado de la boca para afuera por muchos, pero secretamente admirado por muchos más. El argentino que se hizo de abajo, que manejaba hombres y recursos con el talento y la inescrupulosidad de un jefe mafioso. Intuitivo, empecinado, cínico y audaz. Conocedor de las miserias de alma humana, capaz de definir el precio de un hombre con un golpe de vista. Nadie más paciente y nadie más decidido. Grondona. Dueño y señor de la AFA. Tan poderoso que puede darse hasta el lujo de que después de muerto continuemos hablando de él como si viviera. No me consta, pero los entendidos aseguran que la Fifa tal como es a la fecha fue un invento suyo. La ejecución de la tarea fue más o menos sencilla: hacer de la Fifa lo mismo que hizo con la AFA. Para cumplir con esa faena no necesitaba hablar inglés o exhibir una cultura refinada. Le bastaba y sobraba con ser como fue: sigiloso, implacable, cordial si las circunstancias lo reclamaban, despiadado si la situación así lo exigía. Fue un hombre del poder. Del poder tal como lo entiende una mayoría de la clase dirigente en la Argentina y probablemente en el mundo. Al poder lo construyó con habilidad, astucia y prepotencia. A veces se valió de la política y de los políticos para cumplir con sus metas, pero no fue un político. No necesitaba serlo. Le alcanzaba y le sobraba con manejar el deporte identificado con la pasión de las multitudes. Sentado en el trono de la AFA escuchaba ofertas y decidía. Por sus despachos pasaban todos y todas. A todos y a todas les sacó ventaja. No incursionó por la política, pero conoció los beneficios del poder. No era un hombre de ideas imaginativas, no se dispersaba en especulaciones teóricas, pero las dos o tres ideas que cultivó a lo largo de su vida las aplicó a rajatabla. No despertó grandes afectos. Tampoco estaba interesado en esos menesteres. No despertó afecto pero despertó sentimiento de obediencia y miedo. ¿Para qué más? “Todo es ilusión menos el poder”. Seguramente no supo ni se interesó por el autor de esa frase. Le bastaba y le sobraba con saber que las cosas eran así. Que lo que importaba era el poder, el poder permanente. Veinte años en Arsenal de Sarandí; treinta y cinco años en la AFA; alrededor de dieciocho años en la Fifa. Y no era un político. No le importaba la política, pero le importaba el poder. Y en esos temas llegó a ser un sabio. Como Joao Havelange. O como Joseph Blatter. Decía que la Fifa se organizó con los códigos de la AFA. En la Argentina, algo sabemos de esos temas. La CGT -por ejemplo- se organizó con los mismos presupuestos. Poder corporativo, negocios millonarios, dirigentes eternizados en el poder. En ese punto, no hay negociación posible: el poder debe ser permanente. “De acá me sacan con los pies para adelante”, dicen que dijo una vez don Julio. ¿No es lo que piensan nuestros caciques sindicales y nuestros caudillos populistas? El poder para ejercerlo hasta la eternidad; el poder para disfrutarlo y para abusar. ¿Alternancia? ¿Periodicidad? No me hagan reír. El poder se gana de prepo y se lo sostiene de prepo. Algunos critican, pero una gran mayoría acepta, admite y hasta admira. Como dijera ese otro gran constructor del poder mafioso que fue Pablo Escobar: “Primero me critican, después me envidian, más tarde me admiran y por último me imitan”. Escobar sabía de lo que hablaba. Sabía del poder y de sus beneficios. Nunca quiso resignarse a ser un jefe mafioso. Incursionó en la política e impresionó a sus pares por la consistencia de sus discursos populistas. Cuando comprendió los límites de la política se transformó en dirigente del fútbol. Compró clubes, compró jugadores, compró resultados de partidos. Las hinchadas lo amaban. Entendió que al corazón las masas se lo conquista con fútbol y cumbia. Él también decía: “Les hablo al corazón, no a la cabeza”. Pan y circo se decía en otros siglos. Cumbia y fútbol podemos decir ahora. O Tinelli y Maradona. ¿Y los políticos qué hacen? Nos imitan, respondería Pablo Escobar. Claro que los imitan. Por lo menos algunos. Admirado por la labor civilizatoria de Grondona en la Fifa, Marcelo Araujo no tuvo reparos en decir: “Grondona, el Kirchner de la Fifa”. Hoy podríamos decir, sin ánimo de menoscabar la virilidad de don Julio: “La Cristina de la Fifa”. ¿Por qué no? Las relaciones, como dijera ese otro maestro del peronismo que fue Guido di Tella, fueron carnales. Y esto dicho con el mayor de los respetos. En 2009, dicen los observadores que a la Señora nunca la habían visto tan feliz. No era para menos. Terminaba de arreglar con don Julio ese gran negociado multimillonario que se llama Fútbol para Todos. ¿Quieren la imagen de una mujer dichosa, desbordada por la felicidad? Miren las fotos de Ella con Grondona y Maradona. ¡Claro que había que aprender de don Julio! ¡Y mucho! Más de treinta años en el poder despierta la admiración de todo dirigente populista que se precie. Por lo pronto, la Señora estaba fascinada. El poder, el dinero y el amor de las masas. El sueño del pibe. O de la piba. “Quieren gobiernos con períodos cortos para no cambiar nada”, dijo la Señora en la Plaza de Mayo. Y las ovejas aplaudían. Desde el cielo o desde donde fuese, don Julio aprobaba en silencio con sonrisa socarrona. Julio eterno y Cristina eterna. Así debe ser. Así lo quiere el pueblo. La Señora por lo pronto es leal con sus amigos. Ni una palabra en su contra. Silencio. Dilma habla y Cristina calla. Calla y espera.