La virtud del filósofo francés Gabriel Marcel (1889-1973) radicó en su completa oposición al existencialismo ideológico de su época, que deparaba al hombre una mirada radicalmente pesimista de la vida y el mundo, luego de haber observado una Europa diezmada por la guerra. Pues, según el filósofo católico Jacques Maritain, "nada es más fácil para una filosofía que ser trágica: no tiene más que abandonarse a su peso humano", una cita que muy bien plasmó Marcel en el ensayo titulado "Posiciones y aproximaciones concretas al misterio ontológico". Precisamente, la filosofía de Martin Heidegger, Albert Camus y Jean Paul Sartre, se trató, en el fondo, de un psicologismo nihilista y humanista de lo absurdo, con ciertas pretensiones pseudo-metafísicas que no sobrepasó por esta misma razón el plano meramente fenoménico, producto del tiempo que les tocó vivir a los autores de la posguerra.
Mirá tambiénC.S. Lewis: un encuentro majestuoso (Parte I)Marcel, en cambio, amparado en lo que él mismo denominaba "filosofía de la existencia", a contrario sensu del mal llamado existencialismo, pretendió dar una nueva luz al ser humano, a base de sus ricas indagaciones filosóficas (o lo que denominaba "reflexión segunda") que partieron notablemente de una "metafísica de la esperanza" y, por tanto, se orientaban hacia un auténtico sentido de "trascendencia". En efecto, Marcel fue un converso al catolicismo, pero no sin antes haber pasado por el idealismo, que jamás pudo convencerlo del todo. En oposición, Sartre (1905-1890) predicó un férreo antiteísmo y militó en el marxismo, además de apoyar a diversos regímenes comunistas, doctrina sumamente contraria a la verdadera "filosofía de la existencia". De allí posiblemente el origen de su amoralismo filosófico, opuesto a la naturaleza humana y, en definitiva, a la realidad.
Los errores de Sartre
Sartre, consecuentemente, erigió un sistema que buscó vanamente hacer, por un lado, ontología, aunque más bien invierte las categorías ontológicas de una sana metafísica. Y por el otro, se valió de los presupuestos fenomenológicos provenientes de Edmund Husserl (al igual que la filosofía heideggeriana) para "negar la profundidad del ser en las cosas", puesto que estas son, para él, puro fenómeno, es decir una mera apariencia que se revela tal cual es. De allí que establece una falsa y contradictoria dualidad entre ontología y fenomenología en un mismo plano del orden material.
Mirá tambiénC. S. Lewis: un encuentro majestuoso (Parte II)Contrariamente a esto, la metafísica como disciplina se ordena desde una mirada superior a lo fenoménico y sienta, en consecuencia, los principios rectores de la realidad como el de: identidad, no contradicción, causalidad, analogía, etc. Pero en el fondo, en la doctrina sartriana hay "negación lisa y llana del mismo ser" y, principalmente, la realidad de las cosas solo se presentan de forma aparente sin ningún sustento, como se explicó precedentemente. Es evidente que aquí se encuentra el núcleo central de su contradicción metafísica, ya que el "ser" no es reducible al mero fenómeno del "en-sí" ni a la mera conciencia del "para-sí" que a continuación se explicará, pues posee una estructura que sobrepasa ampliamente tanto el "aspecto fenoménico" como la "aprehensión mental". Solo el realismo puede hacer inteligible el ser desde una óptica coherente, adecuada y penetrando, incluso, los espacios más recónditos y misteriosos de la realidad.
Para el francés autor de su obra magna "El ser y la nada" (1943), existen a grandes rasgos dos categorías de ser: el "ser-en-sí" y el "ser-para-sí". El primero se relaciona al mundo material en el que, a su vez, este "en sí" se presenta opaco, denso y compacto, o sea clausurado a sí mismo y sin interior que lo oponga a un exterior al carecer, ciertamente, de conciencia. Es algo increado o sacado de la nada (ex nihilo) que no tiene fundamento ni menos se apoya en un "Ser Necesario" creador o Dios. Aquí radica el origen antiteísta de su filosofía y, a la postre, contraría a un orden fundante de la naturaleza, esto es, a la plenitud de un "Ser Perfecto" sin mezcla de finitud, creador de esencias. Asimismo, el "en-sí" es pura contingencia, sin razón de ser ni causa alguna: tan solo "es". Además, el autor en cuestión se mueve en un plano propiamente "material", en su vano absurdismo de analizar ontológicamente al ser y no en un plano realmente metafísico, como plantea el realismo.
Mirá tambiénC.S. Lewis: Un encuentro majestuoso (Parte III)Por otro lado, la segunda caracterización de ser es el "para-sí", pues en este caso se refiere a la existencia humana. Este tipo de ser se fundamenta en el "anonadamiento" que viene a ser una suerte de desconcierto, puesto que la "nada" está en el centro mismo del existente que anida como un "gusano" y al mismo tiempo lo "constituye". Aquí su nihilismo y ateísmo en su máxima expresión. El "ser-para-sí", al poseer conciencia, es el único capaz de preguntar sobre su "propio ser", a diferencia del "ser-en-sí" carente de "conciencia", que no puede, por tanto, preguntar. Pero, por esta pregunta, justamente se halla la propia "carencia de ser": la penetración de la "nada", tema neurálgico de la filosofía del absurdo. Sin embargo, Sartre reduce al hombre a un mero "estado de conciencia viviente", constituido por una nada.
Pura "abstracción-existencial"
Sería válido aclarar que para Jean Paul Sartre el "ser en sí mismo", como objeto de estudio de la metafísica realista, no es asimilable a la llana "conciencia de ser" del hombre en el mundo, puesto que, precisamente, se tratan de dos categorías independientes. El ser humano tiene conciencia de su "existencia real" a nivel espiritual (alma), psicológico (conciencia) y material (cuerpo); no obstante ello, el ser no se da de forma inmanente, reducido, por ejemplo, a la conciencia o la que esta elucubra -que es el "ser" como postula Sartre sin ningún basamento real-, sino que se halla por fuera de la mente. Por este motivo, lo que hace la conciencia es "captar y aprehender" el ser que "es" en la misma realidad objetiva (y no subjetiva como dice el sistema sartreano) y, en definitiva, independiente de quien capta. Empero, lo que hace la conciencia es el "acto de adecuarse a la realidad" y, en suma, a la verdad que se halla en el ser.
Sartre, a pesar de atribuirse el mote de existencialista, en realidad, hace pura abstracción, casi a modo de un sistema hegeliano. Entonces sería correcto decir que hace una especie de filosofía de la "pura abstracción-existencial" (término contradictorio en sí mismo), propia de un sistema idealista, cuando pretendió hacer ontología. Esto mismo se ve claramente en el tema de la "libertad" como luego se verá, aunque siempre con el mismo telón de fondo que es la "nada". Una "nada" que para él "engendra", pues nuevamente se presenta una contradicción: la "nada" no tiene razón de ser o existencia real y, por ende, la nada no puede concebir o ya sea "crear" como equívocamente afirmó. Tal vez, en un plano realista como se viene analizando, el autor lo pueda percibir estrictamente como un "puro sentimiento de vacío moral y psicológico", pero que tenga un carácter real y metafísico es inverosímil.
En cuanto al tema de la "libertad", Sartre dice que "el hombre está condenado a ser libre"; sin duda se trata de una frase ambigua y cuasi literaria (además este tipo de autores se refugian en la literatura, ya que proponen una filosofía muy intrincada y un sistema oscurantista de pensar). Está claro que para Sartre la "libertad" del hombre proviene de su propia negación: "el hombre es libre precisamente porque no es" (tal cual sostuvo el citado filósofo francés). De allí que uno deba "hacerse", ya que la libertad vendría a ser la esencia del hombre, aunque ciertamente niega la esencia o, más claro, la naturaleza del ser humano. Una libertad aparentemente fundada en el "no-ser" y de este último procede el "ser" en el "para-sí" o lo que equivale a la existencia del hombre.
Pero bien se sabe que el ser no proviene de la nada y, por este mismo motivo, una sana inteligencia inmediatamente comprende esto. Ciertamente, Sartre con este modo de pensar niega el "ser-espiritual" del hombre para rebajarlo a una pura nada que se hace a nivel material o por la "nadaficación del ser material". Esto, sin duda, plantea un desprecio muy grande para el ser humano a nivel moral, pues lo degrada a un simple objeto existente.
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