Ilustración que recrea el universo de la obra "El Señor de los Anillos", de J.R.R. Tolkien, con el viaje de Gandalf y Frodo.
Domingo 14.1.2024
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Básicamente, el título de la presente entrega sugiere una sola cosa, porque hablar de los hobbits, por más que no se trate de una raza de hombres, es sin duda hablar de personas comunes. De ahí, por un lado podríamos decir que se intentará arribar a una especie de presupuesto filosófico de los hobbits en el plano de "lo real", esto es, a través del lente del príncipe de las paradojas, G.K. Chesterton. Y, por el otro, escudriñar el carácter festivo -con la ayuda del filósofo alemán Josef Pieper- y, por tanto, lleno de vitalidad de los hobbits según lo concibió el padre de la fantasía épica moderna, J.R.R. Tolkien en el inicio de la obra "El Señor de los Anillos", es decir cuando se dispuso a crear esos pequeños seres comunes y magistrales. Aunque vale aclarar que más bien es padre en el sentido de una concepción tradicional del mundo, mas no utilizaré la clasificación academicista para etiquetar, como siempre acostumbra el pensamiento moderno, con su pretendido aire de racionalidad, término precisamente opuesto a lo fantástico, porque el hombre no solo vive de su razón ni mucho menos de ciertas filosofías de la "razón pura" como se jacta el moderno para absolutizar todos los ámbitos de la existencia.
Justamente, en mi libro "La Noticia Eterna" sostuve al analizar las "Crónicas de Narnia" de C.S. Lewis (especialmente "La travesía del viajero del Alba") que "detrás de la fantasía siempre se esconde algo de realidad". La fantasía, en suma, no es un mundo ajeno al nuestro sino, por el contrario, un mundo presente en nuestra realidad que, bajo inspiración de una sabiduría e incluso de una cosmovisión religiosa, busca elevarnos en nuestra existencia concreta, es decir: ser una fuente de virtud para la vida.
Hace poco me deleité con una entrevista española, titulada "La lectura oculta de El Señor de los Anillos", que le realizó Alberto Garín a Gonzalo Rodríguez García (para su ciclo "Pedazos de historia"), un conocedor del mundo Tolkien y quien inspiró el presente artículo. Ciertamente, el título sugiere traspasar el velo que recubre la obra fantástica para navegar en las aguas profundas de su significado o, en otras palabras, arribar a la filosofía que irradia como un sol en su máxima plenitud toda la concepción de Tolkien para con su amada Tierra Media.
En efecto, varios elementos importantes a destacar de dicha entrevista. En primer lugar, Rodríguez García destaca en referencia a Aristóteles, que para redescubrir la realidad más allá del mero acontecer mundano se necesita de la labor del poeta, vale decir, para profundizar la realidad: "la diferencia está en que uno dice lo que ha sucedido, y el otro, lo que podría suceder. Por eso también la poesía es más filosófica y elevada que la historia" (Poética, 1451b5). Lo anterior permite, simplemente, participar con hondura y asombro de las verdades de la vida a través de las enseñanzas del poeta. Y en ese sentido, nos ayuda a resignificar la cotidianidad diaria, iluminándola por encima de todo con las verdades perennes.
En segundo lugar, afirma que en la saga de "El Señor de Los Anillos", quienes derrotan a Sauron son, pues, los hobbits -no así otros personajes fuertes y simbólicos de los arquetipos tradicionales europeos como Gandalf o Aragorn-; destaca, por tanto, la importancia de los hobbits, ya que los "medianos" simbolizan la sencillez, la cordura, la humildad, la amistad y, por eso mismo, se da un auténtico espíritu de comunidad: "lo que derrota a Sauron es la cordura que reside en las cosas sencillas y pequeñas de la vida, llenas, sin embargo, de riqueza espiritual, de comunidad y encuentro". Traducido ahora a la realidad significa que si se quiere vencer a la "civilización del nihilismo contemporáneo" como menciona García Rodríguez es menester conectarse a la "faceta hobbit de la existencia".
En tercer lugar, asevera que el acierto literario en la trama de "El Señor de los Anillos" es, ciertamente, depositar en los hobbits los verdaderos antagonistas de Sauron, puesto que gracias a su cordura, sencillez y calor humano permitieron derrotar al mal que sucumbió a la Tierra Media. Y más allá que Gandalf representa la sabiduría y es el guardián de la tradición, y por el otro, Aragorn es el héroe que lleva a cabo la restauración del orden tradicional, el papel crucial para salvar a su amado hogar descansa nada menos que en los propios hobbits. Pero, el punto neurálgico de la entrevista ahora en el plano filosófico, radica en develar la importancia del pensamiento mítico, pues para que sea realmente auténtico debe orientarse al bien, la verdad y la belleza (en filosofía se trata de los trascendentales del ser al que podemos añadir la unidad).
Esta es una cuestión bien presente en el mundo Tolkien. Y sobre todo su trascendencia radica en el hecho que nuestra realidad en el orden temporal es contingente, es de por sí una evidencia, que, no obstante, detrás se erige otra "realidad que lo sostiene todo" (o podríamos decir también perenne y por ello no contingente). En otras palabras, cuando se puede distinguir "lo real primero" -el mundo circundante- de aquello "emanado de la fuente primera" -u orden trascendente-, se vive una comprensión espiritual que precisamente procede de esa fuente originaria. De ahí, la existencia se ordena en miras al bien, la verdad y la belleza -y la unidad- antes mencionados y, por añadidura, se agrega el asombro, la maravilla y el agradecimiento, o sea se trata de una verdadera "moral de lo heroico" que hace posible una vida noble, además de no ceder a la visión nihilista que impone la posmodernidad a través de un verdadero "sistema abstracto" de anti-valores sin corresponderse con lo "real" ni lo sustancial de la existencia.
¿Pero qué tienen en común Chesterton y Tolkien? Muchas similitudes se pueden encontrar entre el príncipe de las paradojas y el miembro de la cofradía fantástica de los Inklings. La primera de ellas es que ambos representan el buen espíritu inglés, o sea el de las tabernas -de buenos whiskies y cervezas- y cuentos de hadas; el de humaredas de pipas y libros antiguos; el de héroes y dragones, y en definitiva, la del tradicionalismo católico de los pueblos medievales de antaño. Chesterton, a su vez, fue un gran contemplador de la realidad; una realidad simple pero al mismo tiempo extraordinaria. En otros términos, nos describe ese reino metafísico detrás de las cosas simples de la vida con un lenguaje llano, ingenioso, irónico, hogareño y no academicista, y por sobre todas las cosas, con profundísimo amor a la Verdad.
Un gran amigo cercano de Chesterton, W.R. Titterton -periodista al igual que él-, le dedicó una magnífica biografía titulada "G.K. Chesterton, mi amigo", primera biografía con el calor de la amistad. ¡Y vaya que lo era!. Allí, Titterton describe la profunda admiración de quien fuera testigo directo de un gigante, no solo por su robustez corporal sino por el gran tamaño de su alma. Y sobresale, no obstante, la principal característica de Chesterton en cuanto era un gran defensor del hombre común y de las cosas sencillas de la vida.
Nos ilustra Titterton: "Él procedió a desorientarlos, luego a irritarlos y por último a cabrearlos -a los progresistas-, al defender al hombre de la calle contra el experto, al hombre de la calle y su derecho a sus propias costumbres, al hombre de la calle contra el Estado, y sobre todo al hombre de la calle y su derecho a gobernar a su propia familia y ser dueño de su propiedad. Era una doctrina extraña viniendo de un demócrata. Pero aún, si es posible predicaba el catolicismo, la guerra y la cerveza". Además, entre las miles de hermosas anécdotas que escribió el periodista amigo de G.K. Chesterton, se puede decir que el príncipe de las paradojas se comportaba como un auténtico hobbit inglés de las tabernas de Fleet Street (su verdadero Hobbiton). Aunque esto último, realmente, es otra historia.
Continuará.
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