Martes 6.4.2021
/Última actualización 15:34
Dos kilos de leche en polvo, un kilo de fideos, un kilo de arroz, uno de porotos, dos kilos de harina de trigo, un kilo de carne enlatada, dos kilos de harina de maíz y dos litros de aceite. Esos eran los alimentos que contenían las primeras 800 mil cajas que el gobierno de Raúl Alfonsín repartió desde mayo de 1984 a los sectores más carenciados de la población, a través del Plan Alimentario Nacional (PAN), con el fin de "enfrentar la crítica situación de deficiencia alimentaria aguda de la población más vulnerable y de pobreza extrema", tal como lo disponía la ley la ley 23.056.
Por entonces, de acuerdo con el Censo Nacional de 1980, el 27.7% de la población argentina tenía Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI). El 22.3% de los hogares del país era pobre, lo que totalizaba 7.603.332 personas en dicha situación. El PAN venía a cubrir las necesidades nutricionales básicas y buscó atender a todas las personas que se encontraran en "situación de deficiencia alimentaria".
Desde entonces, las cosas fueron cada vez peores. Y los responsables fueron los integrantes de una dirigencia, encabezada por la política, que no tuvo ni las ideas ni la voluntad ni la generosidad ni el sentido de trascendencia histórica para construir - o al menos hacer los cimientos - de un país que mantuviera la tradición inmigrante de que las nuevas generaciones vivieran mejor que las anteriores.
Los datos dados a conocer por el Indec la semana que pasó son devastadores para un país que fue uno de los más justos e igualitarios de América hasta no hace mucho, cuando vivían nuestros padres, donde la movilidad social ascendente y la educación de calidad eran aspiraciones del resto. Con más responsabilidad de algunos que otros, pero que en este contexto no vale la pena hacer distinciones.
Que el índice de pobreza haya llegado al 42% la segunda mitad del año pasado y que la indigencia haya superado el 10 % debería impactar con suficiente fuerza en la sociedad como para que le reclame con el mayor énfasis posible hacer algo a los representantes políticos, sindicales, empresarios, comerciantes, de las asociaciones intermedias y todo aquel que tenga algún tipo de representación.
Una medida por la cual podrían empezar: el salario mínimo, vital y móvil es de 21.600 pesos desde marzo de este año, el 40% de lo que para el Indec cuesta la Canasta Básica Total que es de 54.207 pesos y sirve apenas para cubrir sus necesidades.
No hay forma de revertir esta situación que no sea mejorando los ingresos de la población, porque ello solo hará crecer el país. Y para eso se necesita no solo un proyecto económico, social y cultural que genere las condiciones para que los argentinos puedan vivir una vida digna, sino también una clase dirigente con ideas que antepongan el bien común, convicciones para llevarla adelante y un sentido de la responsabilidad social e histórica que no han tenido en las últimas décadas, donde se impuso el "hacerse el boludo para durar" y la política se convirtió en un bien de familia.
Mucho se habló en los últimos tiempos del modelo de desarrollo coreano aunque poco se explicó sobre él, un país que hasta mediados de la década del 70 del siglo pasado era uno de los más pobres del mundo y hoy es una de las economías más industrializadas e innovadoras del planeta.
Tras la guerra de Corea, en 1961 el general Park Chung-Hee asumió el gobierno por un golpe de Estado y puso en práctica una serie de políticas públicas a través de planes proteccionistas financiados por el Estado con objetivos precisos y enfocados en alcanzar la industrialización y desarrollo económico abarcaron sectores específicos de la economía local, en especial en inversión, ciencia y tecnología, y educación, lo que los convirtió en líderes mundiales en innovación, factor decisivo para ganar competitividad y productividad.
Por entonces, en Argentina empezaban a implementarse los programas basados en el Consenso de Washington, con fuerte presencia e influencia de los organismos financieros internacionales como el FMI que, en nuestro país, culminaron con el Rodrigazo en 1975, año en que la economía coreana iniciaba su despegue.
Los tiempos han cambiado y con ello los caminos para llegar a la meta. Lo que no ha cambiado es el vínculo imprescindible entre la economía productiva y el bienestar social. Los santafesinos deberían recordar las consecuencias que tuvo el cierre de la Fiat a principios de la década del 80, que convirtió a la región en una de las primeras en alcanzar los dos dígitos de desocupación en el país.