El auge de la utilización de celulares por parte de niños y adolescentes tiene un origen fácilmente detectable. Los niños no los roban ni los compran.
Complacencia de unos, desinterés de otros…
El auge de la utilización de celulares por parte de niños y adolescentes tiene un origen fácilmente detectable. Los niños no los roban ni los compran.
Son sus progenitores o uno de ellos, en el caso de padres separados, los que por comodidad o temor a la reacción de los menores de edad, ceden. Suelen "contratar" a tiempo completo al celular como niñera y de ese modo ellos no le dan su atención.
Ser padres no es tarea fácil, requiere mucha paciencia y ganas. Por otro lado, ellos están conectados en todo momento. Los niños observan eso.
Hoy, sociedades más avanzadas que la nuestra concluyen que brindarles ese elemento al niño en forma precoz no lo hace más inteligente, sino al contrario, se observan niños muy dispersos y con dificultades para concentrarse.
La excusa, desde la faz educativa, comenzó por si los educandos debían recibir un llamado urgente desde su hogar, algo que se solucionaba fácilmente desde la recepción a la línea fija de la institución.
Luego, y más cercano en el tiempo, se agregó que es un elemento "necesario" para la investigación (suponiendo que la consulta sea a través del "Tío Google") o, erradicada la calculadora, se suprime el ejercicio mental de lograr rápidos resultados en las operaciones matemáticas básicas.
La sociabilización a través del trato personal entre seres humanos quedó reducida al envío de emojis; al maltrato de nuestro rico idioma (con "x" en lugar de vocales, o con terminaciones "es" en lugar de "os" o "as"); a reenvíos de tarjetas virtuales representando estados de enamoramiento, salutaciones por aniversarios, videos de toda índole, "permitidos" o ilegales; un "Te Quiero" y hasta por cobardía un "No sos vos, soy yo"... y más.
La mesa familiar, tan disminuida hoy por los horarios disponibles de los miembros -que a duras penas logran compartir un plato de elaboración casera-, ha reducido su tamaño y hasta en parejas no convivientes, reemplazada por una barra o mesitas "ratonas".
Cuando es posible, salvo el ama de casa que es la última en sentarse y un abuelo o abuela octogenario, solo ven la frente y mentón del resto de los comensales. Un aparato rígido, sostenido por manos que no buscan cubiertos, les muestra otra "imagen" de sus hijos o nietos. Son los "zombies" dominados por la tecnología.
Por casualidad al preguntar como fue el día escolar o laboral, la respuesta es un monosílabo o ninguna. Un nuevo alumno que no ocupa banco; familiar, una silla; pasajero un asiento; transeúnte lugar en la vereda y hasta uno más esperando atención en una fila, es el celular.
Los libros de estudio ya ni en las bibliotecas son consultados. Los cines pierden espectadores; el cartero no llama ni "una vez"; vidrios pos pandemia nos separan de empleados bancarios y un "Buen día" suena bajo; las aplicaciones mandan.
Registros fotográficos de cualquier reunión, ocultan sonrisas, dentadura en mal estado y comida atrapada, el celular aparece cual banda negra vertical como si fuesen delincuentes en programa de actualidad, solo que en esta ocasión es un cuadriculado o solo cubre los ojos.
El delito sumó adeptos. Fácil se liberan celulares y proliferan los sitios de venta ante anuncios de "solo para repuesto".
La muerte no tiene día, hora ni lugar. Por el "amigo" aparatito, arrastran seres humanos por el piso, les cortan el cuello y patean estómagos.
Ya no le piden al Niño Dios, los Reyes Magos, o para sus cumpleaños, una pelota, una muñeca hermosa e irreal, una bicicleta con rueditas o un soutiens de menor talle. Es el celular que permita todo.
¡Dormí que ya es tarde! Repite mamá o papá cada noche sin llevarse el celular. La pequeña luz sigue encendida bajo las sábanas. ¡Me vaciaron la cuenta! Denuncias en aumento. Dentro del "inocente" aparatito, está (toda) nuestra vida: qué comemos, qué hacemos, a qué hora vamos al baño y hasta cómo se llama nuestro perro.
¡Viva la tecnología! ¡Muera todo lo que el ser humano supo y ya no quiere hacer! Un dedo basta para evadirnos de la realidad. Así es la Generación Zombi: el aparato tecnológico moviendo los hilos de toda marioneta humana.
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