Desde chico escuché hablar de la Giralda, torre que se erguía en mi barrio de nacimiento en el ángulo noroeste de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la UNL. Fue antes de que oyera hablar de otra Giralda, la genuina, que se alza en Sevilla como campanil de la catedral, célebre símbolo de la antigua ciudad andaluza, que terminó contagiándole el nombre a nuestra torre por una asociación visual poco rigurosa pero no muy desacertada.
El torreón santafesino se alza en el ángulo noroeste de la manzana histórica, que contiene entre sus muros al rectorado y sus oficinas, la sala del Consejo Superior, y el Paraninfo, entre otros espacios vinculados; con frente al sur, hacia bulevar Pellegrini. En tanto, su mitad norte alberga a la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, sus aulas y espacios comunes en planta baja; y en el piso alto, el decanato, el salón del Consejo Directivo y la sala de lectura de la Biblioteca, entre otras dependencias. Este bloque, que tiene ingreso por la calle Mariano Comas, presenta una fachada diferenciada respecto de la del rectorado. Más sencilla y austera, con menor énfasis ornamental, este diseño de inspiración renacentista -al punto que algunos especialistas no dudan en vincularla con la arquitectura herreriana del monasterio de El Escorial-, tiene sin embargo su acento diferencial en la torre de la esquina, con su indiscutible aire mudéjar.
No es lo único en el edificio que remite a las culturas árabes de Andalucía. Lo mismo ocurre con sus patios internos laterales, en los que hileras de naranjos flanquean las hendiduras de estrechas albercas longilíneas que unen fuentes circulares, dispositivo y diseño evocadores de los granadinos jardines de agua del Generalife. Fueron parte del repertorio arquitectónico empleado en su momento por Manuel Torres Armengol, nacido en Barcelona, para dar cima al gran edificio universitario, en el que las referencias a la Edad Media (tiempo de origen de las primeras universidades), el Renacimiento (sobre todo, italiano y español) y las múltiples trazas de la cultura mudéjar (en los siglos IX y X los conocimientos árabes en matemática, medicina, filosofía, astronomía, arquitectura, con centro en la ciudad de Córdoba, eran los más avanzados de Europa). Pues bien, esa multiplicidad de fuentes del conocimiento, como nutrientes del saber universal, impregnan, por obra del arquitecto hispano-argentino, la casa mayor de la UNL. Y de ese conglomerado simbólico, en estas líneas me quedo con la torre de la esquina noroeste, porque nos abre la puerta para hablar de otras precedentes que le han prestado su nombre.
La torre santafesina es pequeña comparada con la sevillana y el sentido de su construcción es diferente. Aquí cumple la función principal de alojar el tanque de agua que irriga los servicios de la casa, y, una secundaria, pero interesante, de servir de mirador. A diferencia de las árabes, que tienen rampas (aptas en su momento para subir a caballo), la nuestra, de menores dimensiones, tiene en su interior una escalera helicoidal con barandales de hierro. Su sombrerete de teja a cuatro aguas cubre el pórtico abierto del mirador, donde lucen sus arcos polilobulados, expresivo conjunto de evocación mudéjar.
Sirvan estas brevísimas referencias como introducción al modelo inspirador: el campanil de la Giralda, nombre derivado de la veleta cimera que gira con los vientos, pero que recién fue colocada a finales del siglo XVI. En la torre sevillana, el precedente "yamur" islámico de cuatro bolas o manzanas de metal, de tamaño decreciente hacia la altura, permaneció como objeto cimero hasta que las esferas cayeron por efecto de un terremoto ocurrido en 1356 (la construcción databa de 1172). En su lugar, en una Sevilla que ya había sido reconquistada en 1248 por el rey de León y Castilla Fernando III, fue colocada una cruz.
En su origen, la torre o alminar de la mezquita, luego reemplazada por la catedral, era el lugar desde el que el muecín ("gritador" para los españoles) convocaba al pueblo a la oración (como sigue ocurriendo en todos los pueblos y ciudades de los países musulmanes). Con la conquista de los católicos, se convirtió en campanil, hoy con 24 campanas de distintas formas, tamaños y antigüedad. Y en lo alto, conforme a la dirección de los vientos, se mueve el Giraldillo, la veleta adosada a la forma femenina evocadora del triunfo de la Fe católica sobre el islam.
El cuerpo del campanario fue construido sobre la robusta base del primitivo alminar cuadrangular, que alcanzaba los 50,5 metros. De modo que lo hizo más alto. Y luego siguió creciendo con sucesivos agregados, al punto de alcanzar, con el Giraldillo incluido, la altura total es de 94,69 m. (aunque algunos afirman que trepa hasta los 101 m.).
Pero para encontrar la matriz de este modelo hay que retroceder un paso más e ir a Marrakech, donde se erige la torre Kutubia o Kutubiya, concluida en 1158, anexa a la mezquita más importante de esa ciudad marroquí. Es bastante común escuchar que la Giralda y Kutubiya son torres gemelas, cuando no lo son, aunque sin duda se parecen mucho en sus versiones originales. Ambas fueron construidas por los almohades, una dinastía bereber que dominó el norte de África durante más de un siglo y se extendió al sur de España, desplazando a los almorávides, conquistadores precedentes. Kutubiya se eleva hasta los 70 metros, casi veinte más que la primitiva Giralda. En las dos se han empleado similares materiales constructivos y las formas propias de la arquitectura almohade en muros y ventanas, aunque en el basamento del edificio sevillano se reutilizaron, como era habitual, piedras romanas de un asentamiento anterior.
Muchos siglos después, el influjo de estas notables obras de la arquitectura islámica, operó sobre el tablero de Torres Armengol a la hora de definir la esquina noroeste de la manzana universitaria. El cuerpo espigado de la torre rompe la perfecta simetría clásica del frente de la FCJYS, pero a la vez anuncia que, dentro de la manzana, la huella mudéjar aparece impresa en distintos espacios. Quizás, aunque el fuero íntimo del proyectista esté fuera de alcance, en esa decisión haya incidido el hecho (reconocido por Unesco) de la que la universidad más antigua del mundo sea la de Al-Karaouine, en Fez, Marruecos, fundada en el año 859.