Había un bebé abandonado y varios al parecer lo vieron en la arena pero no hicieron nada porque, según diría luego uno de ellos, pensaron que era un muñeco. Algunos quieren justificar lo injustificable pero no lo consiguen, y entonces se retratan a sí mismos como aquello que no vale la pena. Propongo repasar la hemeroteca, los diarios del pasado martes 11 de julio y días sucesivos. En ellos me fundamento, a ellos me remito, y lo proclamo así para que se sepa.
Muchos vienen pero no todos llegan. Mientras tanto va pasando el tórrido mes de agosto, aunque menos tórrido que el julio precedente, y ambos menos tórridos que cualquier enero o febrero en Santa Fe. Pero igual se quejan. Cierto europeo suele ser quejoso y a veces se rasga las vestiduras aun sabiendo que la hipocresía la vemos todos, y que hace mucho daño. Quien ayer salió corriendo en busca de nuevos horizontes se niega hoy a recibir a los que vienen corriendo en busca de nuevos horizontes. Quien ayer tocaba el timbre y pedía algo para comer hoy se hace el sordo y no escucha el timbre porque no quiere atender.
A primera hora de aquel martes 11 de julio, un hombre que limpiaba la playa descubrió que allí había, sobre la arena ya seca y cerca del agua, lo que sin duda era un bebé. Yacía inmóvil, vestido de manga larga y de pantalones largos. En una magnífica playa española, en la provincia de Tarragona, bañada por las aguas azules del Mediterráneo, en pleno verano. Mientras avisaba a la policía, y el sol estival se erguía intenso y cegador, se acercó para ver si estava vivo, o muerto, el bebé.
No sé si este buen hombre sabía que varias semanas antes habían encontrado, perdida en la inmensidad azul del mar, bajo un sol inclemente, una precaria embarcación a la deriva. Estaba vacía y profundamente averiada. Las mafias que trafican con personas suelen avisar que va para allá, es decir, que viene para acá, una patera, o un barco, o un gomón con tantas personas amontonadas a bordo. Lo hacen así, en un gesto misericorde, para que las unidades de salvamento marítimo de las costas europeas vayan a rescatarlos.
Sabían entonces que en aquella patera venían unas quince personas, pero al llegar los de salvamento no quedaba ninguna. Estaba claro que habían caído al mar. Y que ya estarían todos ahogados, y que los peces ya estarían mordisqueando los cadáveres de esas personas ya sin ilusión ni esperanza. Así fue, en efecto, pero dos de aquellos desgraciados pudieron cumplir con el objetivo de llegar a Europa, aunque pagando un alto precio. Unos días después, en una playa de Ibiza aparecía el cadáver ahogado y mordisqueado de una mujer joven.
Ibiza es una isla rancia, refugio de millonarios, de futbolistas y políticos de diverso pelaje, de traficantes y consumidores de droga, de nudistas variados y no pocos de carnes péndulas, de gente en general pasada de todo. Cada verano recibe también una miríada de turistas, algunos argentinos. Tiene un único hospital, del que dependen varios centros de salud de atención primaria. En este contexto les fue imposible identificar el cadáver de aquella mujer joven, y entonces le tomaron muestras de material genético, que luego codificaron y guardaron, por cualquier cosa. Buena idea.
Bastantes días después, en aquella playa de Tarragona, la policía retiró el cadáver del bebé, o lo que quedaría de él puesto que había estado mucho tiempo en el agua. Lejos de poder identificarlo, sólo pudieron decir que tendría unos ocho meses de edad, y que era una niña. Le tomaron muestras de material genético, que luego codificaron y guardaron, por cualquier cosa. Buena idea.
Más tarde, cuando ya la información periodística parecía apagada y ávida de otras noticias, se supo que ciertas personas de la provincia de Tarragona se había puesto en contacto con ciertas personas de Ibiza. Estas personas de buena voluntad y amplios conocimientos de genética cotejaron el material genético del cadáver de aquella mujer joven con el material genético del cadáver del bebé. Y llegaron a la conclusión de que eran, en efecto, madre e hija.
Madre e hija, separadas pero unidas a la vez por el lazo indisoluble del amor, y de la muerte. Habían llegado por fin a la tierra donde esperaban encontrar nuevos horizontes. Sabemos que son madre e hija porque algunos profesionales, o técnicos, o administrativos, pensaron, luego hicieron algo más de lo estrictamente imprescindible. Alguien pensó en esta posibilidad, se arremangó y puso manos a la obra. Y al hacerlo les devolvió la dignidad, a la madre y a su hija. Es todo un ejemplo para pensar, son todo un ejemplo para imitar.
No era un muñeco
Identificar un cadáver imposible de identificar como la madre del cadáver imposible de identificar de su hija bebé, es devolverles a las dos la dignidad. Es tratarlas como personas. No era entonces un muñeco. Era una niña. Muerta.
Nadie más vea un muñeco allá donde hay un niño. Es decir, nadie menosprecie a un niño por su aspecto o por su olor, o por la mugre, sus pocos modales o la pretensión de ser como los otros. Ni nadie menosprecie a un bebé por causa de su madre, del mal aspecto de su madre o de aquéllo que se ve obligada a hacer. Porque son personas y tienen por tanto toda dignidad.
Mientras la crisis arrecia en la Argentina y las diferencias se hacen cada vez más notorias, tal vez por este motivo algunos todavía ven un muñeco en el bebé un poco sucio que utiliza una mujer como reclamo para pedir. Pero no es un muñeco. Otros ven muñecos en los chicos que dejan la escuela porque tienen otras urgencias que los apremian, y en los chicos que deambulan por doquier en busca de nuevos horizontes. La crisis arrecia, y no se le ve la salida, ni siquiera en la promesa del candidato, puesto que ésta no cuenta con ellos porque ni votan ni deciden, ni salen en la tele ni son activos en las redes sociales, sino que sólo son noticia cuando aparecen ante quien no hace nada porque piensa que es un muñeco.
Nadie intente justificar lo injustificable. Mientras unos se bañan en las aguas transparentes del azul mediterráneo, otros tantos se ahogan en esas mismas aguas, un poco más allá. Pero esto no impide el lleno de la playa, donde incluso argentinos toman el sol y se remojan cada tanto en las aguas cálidas y tranquilas de este mar cementerio.
De entre los muchos que tienen la suerte de llegar vivos a las costas europeas, abundan los menores de edad que vienen solos o con un familiar, y no son pocas las madres que vienen con su bebé en brazos. Si consiguen llegar, la ley los protege. A todos los menores de edad, la ley española les garantiza el acceso al sistema sanitario, sin restricción alguna, y al sistema educativo, sin restricción alguna. Tal vez porque los niños y los jóvenes son muy necesarios.