Privatizar todo lo necesario para adoptar un hijo es algo que ya pasó, está bien registrado en la historia contemporánea. Fue un gran negocio basado en los pocos escrúpulos, tanto de unos como de los otros, y casi todos continúan impunes mientras muchas madres aún buscan a sus hijos.
Propongo saber más y más. Es la única manera para evitar el engaño y el atropello. Atropellar quiere decir pasar por arriba, pisotear, ningunear, deshacer, arrebatar, menospreciar, degradar. Es hacer legal lo que no puede serlo, es privatizar lo que debe ser público. Hasta donde puedo saber, el único caso en que todo el procedimiento para adoptar un hijo fue del todo privatizado ocurrió en Guatemala.
Muchos bebés fueron robados, miles de madres o mujeres embarazadas fueron presionadas y engañadas para que cedieran el bebé y así satisfacer la demanda, la avidez, el capricho de quien paga. No se ha podido demostrar que esos niños fueran para comercio de órganos, pero sí está demostrado que fueron a parar a familias adoptivas de Bélgica, Suecia, Estados Unidos, Canadá, etc. Nadie habló aquí en Argentina de privatizar las adopciones, pero sí de abrir el comercio de órganos.
Entre 1977 y 2008, en Guatemala había ciertas agencias privadas de adopción internacional. A través de ellas, los interesados solicitaban unos servicios, es decir, un bebé. Y, en el país, una red de hombres y mujeres los conseguía, por las buenas o por las malas, y formalizaban todos los papeles, todo legal según la ley que entonces imperaba. Los padres adoptivos venían al país, completan el pago y en un hotel les entregan el bebé. Todo rápido y legal. Casi siempre se trataba del hijo de una mujer indígena que no sabía leer ni escribir. Los documentos de estas adopciones, que muchos se conservan, llevan en no pocos casos la huella digital de la madre biológica en vez de su firma.
Esta red de adopciones privadas coexistía con el sistema público de adopciones. Aunque el sistema privatizado resultaba mucho más caro, tuvo muchos más clientes, tal vez porque era más rápido. O porque a los futuros padres se les ofrecían más oportunidades de elegir las características externas del bebé.
Está documentado el caso de un abogado, que gestionaba una de estas agencias, que se hizo rico con ellas, hasta el punto que luego pasó a la política, incluso del más alto nivel. Había madres ficticias que entregaban en adopción un bebé que no era propio, sino robado, y también madres que viajaban de turismo al extranjero con un bebé robado en brazos, con todos los papeles, y volvían sin él. Todo privado, sin intervención estatal.
Otro abogado llegó a afirmar que mientras ciertos países exportaban bananas, ellos exportaban bebés. Hubo un tiempo en que un bebé de cada cien que nacían en Guatemala terminaba, por las buenas o por las malas, siendo adoptado. Sobre todo durante el largo conflicto bélico que asoló el país entre 1960 y 1996.
El libro que denuncia estas adopciones, para que se sepa, para que no vuelva a pasar, lo publica este mes de febrero la editorial de la prestigiosa Universidad de Harvard, la Harvard University Press. Una versión abreviada del contenido de este libro ya la presentó la prensa internacional: lo hizo el diario británico The Guardian. El libro es de pago (Nolan R. "Until I find you. Disappeared children and coercive adoptions in Guatemala"), pero la versión breve es gratis y está en internet bajo este epígrafe: "Guatemala's baby brokers: how thousands of children were stolen for adoption".
Las adopciones internacionales tuvieron su auge hace unos años. En virtud de ellas se hacía más que probable que muchos bebés se criaran en un hogar mejor que el de nacimiento, al menos desde el punto de vista socio-económico. Como contrapartida, se insertaron en una sociedad cuyos integrantes tienen un aspecto muy diferente, y entonces el bebé, luego niño, luego adolescente, llamaría mucho la atención y despertaría quizá ciertas suspicacias.
Sorprendía ver parejas de aspecto europeo, caucásico, que adoptaban niños que en nada se les parecían, todo lo contrario, como si de manera deliberada hubieran buscado un hijo que en todo les fuera diferente. Esta cuestión abre unos interrogantes capaces de generar respuestas sumamente urticantes.
Me pregunto qué se siente siendo para siempre un sapo de otro pozo. En algunos casos puede ser un argumento para el éxito, porque las diferencias enriquecen. Pero en otros casos podría ser un argumento para el racismo, a veces encubierto, disimulado tras las mejores apariencias.
La historia nos demuestra que si el robo de bebés es inaceptable, también lo es el privatizar las adopciones. No estoy en contra de las adopciones, todo lo contrario, sino de dejar en manos privadas y sin escrúpulos lo que exige máximo control estatal. Nadie habló aquí en Argentina de privatizar las adopciones, pero sí de abrir el comercio de órganos. Me tranquiliza pensar que el perro que ladra no muerde. Al menos mientras ladra. Pero no me olvido de que sigue siendo perro.
El robo como genocidio
Durante la Segunda Guerra Mundial, los nazis robaron miles de niños rubios no judíos de los territorios ocupados. A la mayoría, que no cumplían las exigencias étnicas, los descartaron, pero nunca los devolvieron. A la minoría, que sí cumplía con las características externas que buscaban, los dieron en adopción para que oportunamente fueran buenos reproductores de la más pura raza aria. Hay otros ejemplos de robo masivo de bebés, durante conflictos bélicos, con el objetivo de perpetuar la especie, aumentar el daño y la opresión al pueblo vencido, y compensar la previsible falta de niños a causa de la falta de hombres.
En el caso argentino, el robo sistemático de bebés supongo que tenía otros objetivos: acrecentar con saña el sufrimiento de la embarazada, luego madre, y satisfacer la demanda, la avidez, el capricho de quienes, siendo del mismo pelaje, querían un bebé, por las buenas o por las malas. Así, tiene que haber habido encargos de bebés, nene o nena, y encargados de conseguirlos. Bien sabemos que no fueron casos aislados sino que fueron todos los que nacieron en cautiverio. Esto es genocidio, como también lo son los casos de niños robados en Guatemala, en Ucrania y durante la Segunda Guerra Mundial.
En efecto, el concepto de genocidio que acuñó Naciones Unidas después de la guerra incluye el "traslado por fuerza de niños del grupo, a otro grupo" (art. II), tanto en tiempo de guerra como de paz. La "Convención para la prevención y la sanción del delito de genocidio" se presentó en diciembre de 1948 y entró en vigor en enero de 1951.
El mismo art. II considera que es genocidio el "sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial" y las "medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo".
La transferencia forzada de niños entre un grupo y otro (es decir, un bando se los roba al otro) es una constante de los conflictos bélicos, incluyendo el actual en Ucrania por causa de la invasión rusa. En el caso de la actual invasión israelí a Gaza, no hay tal robo de niños aunque sí lo que tal vez es peor: ocho de cada diez víctimas mortales es un niño, un adolescente o una mujer.
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