En esta Semana Santa se volvió a poner sobre la mesa el problema de los chicos que en Santa Fe deambulan por la calle buscando algo más que dinero, puesto que huyen de algo más que pobreza. El mundo los llama "street and working children". En la Ciudad Cordial todavía no tienen nombre.
A ciertas personas, con buen sueldo y buena silla, les parecerá exagerado llamarlos "chicos de la calle". Les parecerá exagerado porque si aceptaran esta denominación estarían aceptando en consecuencia la situación en que están. Y, por lo tanto, estarían admitiendo que poco hacen y poco hicieron por ellos. Pero esto no es exagerado, sino exacto.
En efecto, en 2017, el Comité de las Naciones Unidas para los derechos de los niños establecía esta definición para los chicos de la calle: "Niños que dependen de la calle para vivir o trabajar, ya sea solos, con compañeros o con la familia. (...) Son una población amplia de niños que han establecido fuertes vínculos con los espacios públicos y para quienes la calle desempeña un papel vital en su vida cotidiana y en su identidad".
Es probable que algunos de los mal llamados "trapitos" también puedan quedar comprendidos en esta definición. Este apelativo, sin duda despectivo, que margina y estigmatiza, de origen popular, y es así como los llama la gente e incluso los medios, es el síntoma de la poca consideración que les merecen, pese a que prestan un cierto servicio, quizás más útil que ciertos otros. Trapitos o no, algunos son chicos de la calle, y algunos no son ni púberes.
Curiosamente, en un contexto que se propone incluir a las niñas, a las chicas y en general a las mujeres, estos chicos de la calle son todos o casi todos varones. Y esto obliga a pensar que, también, ellos tienen una estructura jerárquica, o al menos ciertas jerarquías que deciden que este sí y esta no, o este acá y esta allá. Lo cual, a su vez, lleva a pensar que, si hay tantos chicos como chicas a cualquier edad, las chicas que no agarran el trapito, dónde están, y haciendo qué, y por orden de quién, y con quién.
Los muchos chicos que en el mundo y tal vez en Santa Fe viven en la calle, o es aquí donde pasan la mayor parte de las horas y en donde encuentran sustento e incluso protección, suelen huir de una realidad que les resulta peor. Escapan de más pobreza, escapan del abuso en casa, escapan de la violencia, escapan de la explotación, escapan del tráfico de seres humanos, escapan del narco como la alternativa que parece obligada. Al mismo tiempo, crecen como individuos a la vez que intentan desarrollarse, con éxito desigual, como personas.
En su crecimiento y desarrollo aprenden ciertas tácticas y estrategias que sin duda les son útiles, y que por cierto son comprensibles porque son técnicas de supervivencia. Aprenden, por ejemplo, a posicionarse en puntos y momentos bien visibles, expuestos de pronto a la mirada ajena. Pero me temo que esta mirada ajena, tal vez porque ya está acostumbrada, suele ignorarlos, y esto los lleva, lógicamente, a revisar y luego mejorar las dichas estrategias, que así, poco a poco, van perdiendo escrúpulos. Y conforme pierden escrúpulos, van ganando más posibilidades de recibir una respuesta inaceptable.
Es fácil caer así en manos explotadoras, en el abuso sexual (como víctima o como agresor), en la violencia callejera, en el robo de cada día, en el consumo y tráfico de drogas. La salud también se resiente en este contexto, pero de ella poco queda registrado como para que pueda servir luego como argumento de cambio.
Embarazos pueden ser otra consecuencia, y nueve meses después nace el vástago, que nace así llamado a perpetuar la especie, esa especie de vida humana que nace y se desarrolla a la sombra de grandes edificios, de grandes camionetas, de grandes discursos.
Pero, pese a su condición callejera, estos chicos tienen los mismos derechos que cualquier otro. Tienen el mismo derecho, por ejemplo, a tener fácil acceso a la educación y a la salud, y entonces me pregunto si la Cordial, en su infinita cordialidad, vela de verdad para que estos derechos infantiles, o infanto-juveniles, se vean respetados en la realidad, y más allá de la teoría.
Ya sé que la situación de los chicos de la calle de Santa Fe no tiene la magnitud, ni cualitativa ni cuantitativa, que tiene este problema en otros países. Pero es esta menor magnitud, precisamente, lo que hace que aquí el problema sea más fácil y más barato de aligerar.
Para ello, lo primero es aprender a darle importancia a lo que realmente tiene importancia, y entonces actuar en consecuencia. Y a la vez hay que aprender a dejar para otro día las cosas que son sólo entretenimiento, pan y circo para que no se vea lo que es evidente.
Cuando así se le da valor relativo a lo que es absoluto, y valor absoluto a lo que es solo relativo, ocurre el fenómeno que se conoce como tirarse piedras al propio tejado. Es decir, escupir para arriba.
Entre todos
En este febrero de 2023, varias organizaciones científicas internacionales, agrupadas bajo el común denominador de la pediatría social, se reunieron en la India para poner en común experiencias y soluciones, y propuestas, sobre el universal problema de los chicos de la calle. Insisten en lo que es obvio, pero al parecer, fácil de olvidar: el chico de la calle está en una situación que compromete en alto grado su salud y sus derechos. La salud y los otros derechos infantiles y adolescentes han sido reconocidos por Argentina y, por lo tanto, ocuparse de ellos no es una opción sino un compromiso firmado.
Entre estas organizaciones está la prestigiosa Asociación Internacional de Pediatría. Remarcan que las autoridades nacionales, y las locales, deben asumir el problema, al que califican de injusticia social. Pero también se debe remarcar que las soluciones deben pasar primero por un análisis objetivo de la realidad. Y que, para esto, es necesario que los profesionales de la salud pública en general y de la pediatría en particular se sienten todos a una mesa común, junto con políticos y gente del barrio, para buscar soluciones realistas.
Si la educación de los chicos de la calle es un problema que compete, entre otros, a los educadores, la salud de estos chicos es un problema que compete a los profesionales de la pediatría, que por cierto son muchos más que los pediatras.
Ponen como ejemplo las clínicas móviles de pediatría de la India, que en vez de esperar a que el paciente venga, van por los barrios a fin de brindar asistencia médica para los casos agudos y crónicos, para controlar el crecimiento y desarrollo de los chicos, para vacunarlos, para promover una vida sana y una alimentación saludable, etc.
Por último, urgen a los gobiernos para que se comprometan con los chicos de la calle, y para que animen a los profesionales de la pediatría a diseñar, y luego llevar a cabo nuevas e ingeniosas estrategias asistenciales. Más información en "Advancing the rights of street and working children" (Lancet Child & Adolescent Health), abril de 2023, gratis en Internet.