Por Fernando Urriolabeitia (*)
Evitar calificaciones políticas sin criterios de veracidad
Por Fernando Urriolabeitia (*)
Ser de izquierda o de derecha, al igual que calificar de esa manera a otros, resulta un encasillamiento vago y equívoco que prescinde del pensamiento y las convicciones de las personas al realizarse sin criterios de veracidad; pero, además, constituye un obstáculo para la viabilidad de un proyecto de vida en común que toda sociedad necesita.
Es conocido que el uso político de esas categorías tuvo su origen a fines del siglo XVIII en la Revolución Francesa, concretamente, en una de las sesiones de la Asamblea Nacional de 1789, extendiéndose luego a lo largo del tiempo y con una aceptación complaciente en los más diversos ámbitos (políticos, sociales, académicos, medios de comunicación y mereciendo constantemente estudios como los realizados por Marcel Gauchet o Norberto Bobbio).
Han sido empleadas con la finalidad de identificar a las personas de acuerdo a determinados contenidos conceptuales, que estarían abarcados por las denominaciones "la derecha" o "la izquierda". De modo tal que con sólo echar un vistazo, fácilmente pueda saberse la opinión que sustenta alguien a partir del lugar en que está ubicado en términos políticos, económicos y sociales.
Podría entenderse su empleo como una manera de poner en evidencia, entre quienes adscriben a esas categorías, que hay enormes y opuestas distancias en sus opiniones y hasta en las conductas. Unos y otros no somos iguales, parecieran decir. Aunque cabe preguntarse, sinceramente, si las ideas y las actitudes morales que tienen las personas son de tan poca complejidad como para que se pretenda que sean aprehendidas en ellas, o si los temas que suelen involucrar no presentan aristas y matices que hacen perder sentido a ese agrupamiento por su heterogeneidad.
Entonces, quizás habría que tomar consciencia que al calificar o, incluso, etiquetarse de esa manera, no se está representando con esa terminología cabalmente a las convicciones, ideas y valores de las personas. Incluso, más que una calificación que se hace, en el fondo, resulta una "descalificación". Llega a convertirse en un maniqueísmo de "buenos" y "malos", un generador de antagonismos emocionales. Puede haber, en algunos casos desde luego, buena intención en su utilización, pero el resultado no cambia, el otro siempre estará en la vereda de enfrente, lejos y sin posibilidad de convivencia.
Hace casi un siglo, en el año 1930, el filósofo español José Ortega y Gasset en el "Prólogo para franceses" de su obra "La rebelión de las masas", enseñó que: "Cuando alguien nos pregunta qué somos en política, o, anticipándose con la insolencia que pertenece al estilo de nuestro tiempo, nos adscribe a una, en vez de responder debemos preguntar al impertinente qué piensa él que es el hombre y la naturaleza y la historia, qué es la sociedad y el individuo, la colectividad, el Estado, el uso, el derecho. La política se apresura a apagar las luces para que todos estos gatos resulten pardos".
Así es la impertinencia que se observa con frecuencia. Esta adscripción política genera una escena risueña, porque quienes son ubicados en la "izquierda", dado que entre ellos mismos tienen respuestas que no son idénticas para esos interrogantes que Ortega desearía abordar antes de cualquier encasillamiento, al igual de los agrupados en la "derecha", las posibles contestaciones no los dejan a todos en el mismo sitio. Sucede aquí, inevitablemente, igual que en la Física, no podrá la política quebrantar la "ley de impenetrabilidad": nadie puede ocupar al mismo tiempo el lugar de otro.
Si varios son acomodados en la "izquierda", alguno enseguida percibirá que está a la "derecha" de otro, y así sucesiva e inversamente pueden quedar en un lado u otro, en la izquierda siendo supuestamente de derecha y viceversa. Agrupamiento sólo comprensible o con sentido para un jactancioso clasificador que tiene que verlos a distancia, única manera de concebir cierta unidad, pues en caso de acercarse se harán notorias las diferencias y tendrá que reconocer que son obsoletas las categorías conceptuales utilizadas.
Hay que evitar erigirse en ese pequeño y caprichoso demiurgo que decide el lugar que cada uno ocupa políticamente, sin importarle los matices, mientras deja para sí mismo un cómodo espacio que lo defina. Reparte a la derecha a unos y a la izquierda a otros de acuerdo a un inventario extenso de conceptos, respecto de los cuales el sólo devenir del tiempo evidenció que fueron incluidos en esas categorías de una manera liviana y sin rigor teórico.
Desfilaron y lo seguirán haciendo dentro de ellas términos como: igualdad, libertad, progreso, tradición, comunidad, individuo, laicismo, religión, iniciativa privada, intervención estatal, obediencia, emancipación, conservación, desarrollo, familia, disciplina, mercado, redistribución, propiedad, solidaridad, competencia, revolución, orden, cuestiones de género, ecologismo, justicia social, seguridad, entre otros. Todos estos conceptos tienen una historia con un denso y rico desarrollo teórico y variedad de posturas, que se soslaya siempre para estos fines clasificatorios.
El filósofo bilbaíno Daniel Innerarity, quien utiliza en sus análisis estas categorías, pero ha reflexionado sobre los cambios que sufrieron, sostuvo que "la topografía ideológica que simplificamos con las categorías de la izquierda y la derecha da lugar a diversos equívocos". A su vez, evidenció lo que genera ubicarse dentro de ellas, al punto que "puede uno creerse con toda la razón solo por estar en las antípodas de los que supuestamente no la tienen; también cabe pensar que lo más extremo es lo más bruto o lo más genuino" (artículo "No es lo mismo", en "La Vanguardia", año 2022).
Estas categorías terminan generando una visión simplificada de la realidad social, política e institucional, porque al atribuirles a sus integrantes, con sólo dos o tres trazos gruesos un perfil conceptual insuficiente, empobrecen sus posturas y dejan en consecuencia un bajo nivel de análisis teórico que lleva -inevitablemente- a la banalización de los debates públicos sobre los problemas de la comunidad. Si no hay veracidad al caracterizar a las personas, entonces, difícilmente surjan ideas valiosas a partir de un inicio con semejantes definiciones escuálidas.
Los problemas actuales necesitan, por el contrario, una actitud analítica y un espíritu crítico constante. Es un deber evitar calificaciones que no respeten criterios de veracidad, es decir, que haya por lo menos una "adecuación aceptable" entre la calificación y una exteriorización de la postura filosófico-política del calificado. Ortega y Gasset fue impiadoso ante ese proceder, al punto de manifestar que "ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejía moral".
En fin, además del sinsentido que implica este obrar al calificar a otros como cuando se lo hace para sí mismo, la utilización frecuente y extendida de las categorías "de izquierda" y "de derecha", se convierte en un obstáculo para la viabilidad de un proyecto de vida en común. Ese maniqueísmo dificulta la conformación o mantenimiento del necesario "contrato social", que es un acuerdo donde se establece una estructura básica, los lineamientos indispensables para que una sociedad alcance los valores que permitan a sus integrantes tener una vida buena.
(*) Abogado. Actualmente es Relator Letrado en el Poder Judicial de la Provincia de Buenos Aires.
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