No fue el discurso de un león feroz, pero tampoco el discurso de un gatito mimoso. No despertó miedo, pero tampoco fue complaciente. Atacó como si estuviera jugando pero atacó. No dejó a nadie sin tocar, incluso a quienes hasta el momento parecía ignorar. Nunca les ahorró palos a los radicales, pero esta vez el látigo golpeó a los que calificó como los jinetes del fracaso: Pablo Moyano, Máximo Kirchner, Sergio Massa y Alberto Fernández. La marimba de palos también alcanzó a Cristina, "responsable del peor gobierno de la historia". En algunos casos sus modales fueron suaves y en otros un tanto bruscos, pero nunca se salió de la línea. Es muy posible que la autoestima de Javier Milei esté más elevada de lo que se merece, pero yo no aconsejaría subestimarlo y mucho menos creerle cuando dice que a él no le interesa la política. Para quienes ya estamos habituados a sus desbordes, este viernes a la noche se portó como un señorito inglés, o como la literatura nos ha hecho creer que se portan los señoritos ingleses. De todos modos, no se privó de decir lo que piensa de la política nacional y lo que piensa de sus adversarios. Digamos, a modo de síntesis, que elaboró un buen discurso, un discurso sencillo en las formas pero complejo en su contenido; un discurso que define una táctica y una estrategia de poder; un discurso que le permite mantener la iniciativa y ocupar el centro de la cancha, el objetivo, dicho sea de paso, que busca todo político que se tome en serio.
Alguna vez dije que Milei me parecía, por sus excesos verbales y su intransigencia ideológica, algo así como un trotskista de derecha. Ahora digo que la textura de su discurso evoca el registro de un marxista riguroso con sus teorías y su ideología. Milei habló de la casta, cosa que ya sabemos; habló de los excesos y privilegios de la casta, cosa que también sabemos, pero en este caso articuló, ordenó, estos vicios dispersos en un régimen de dominación y explotación. La casta es para Milei el equivalente de los burgueses para un marxista, Si a la burguesía hay que expropiarle los medios de producción, a la casta hay que expropiarle sus cargos y beneficios. Si los marxistas hablan de las diferentes facciones de la burguesía, (industriales, terratenientes, comerciantes, banqueros) Milei menciona los diferentes actores que hacen posible la dominación en la Argentina: políticos, sindicalistas y empresarios prebendarios. Lenin, en su libro "El estado y la revolución", habla de destruir el estado burgués y reemplazarlo por el estado proletario y campesino; Milei, habla de destruir el estado de la casta y reemplazarlo por un estado que asegure la libertad plena de los individuos, empezando por la libertad de ser propietarios. Estos diagnósticos podrán compartirse o no, pero son claros y los entiende el intelectual y el hombre de la calle.
El discurso de apertura de las sesiones ordinarias del Congreso estuvo ordenado en tres capítulos. El primero, describió los estragos de la herencia recibida y en particular lo que calificó como la orgía del gasto público; el segundo, mencionó lo que su gobierno hizo en estos ochenta días, y en el tercero, luego de repartir palos y chicanas a diestra y siniestra, convocó a un acuerdo nacional a celebrarse el 25 de mayo en la ciudad de Córdoba, la capital de la provincia donde obtuvo más votos y la ciudad donde según él nació su perro Conan. Córdoba vendría a ser algo así como el equivalente a San Nicolás en 1852 y Milei no tendría problemas en que lo comparen con Justo José de Urquiza. Como para dejar en claro los límites y los alcances de su propuesta acuerdista, no se privó de decir que si el acuerdo no se realizaba él no tenía ningún problema en aventurarse por las inclemencias de los conflictos. Algo así como decir: si quieren que vayamos por las buenas vamos por las buenas, pero si quieren ir por las malas vamos por las malas… prefiero las buenas, pero miedo no les tengo, es más, les aconsejaría a ustedes tener miedo.
Digamos que Milei organizó su relato con su épica, su mitología, sus embustes y sus verdades. Dispone del poder de la presidencia que no es un poder menor. Y dispone de la adhesión de más de la mitad del electorado. No es poco. El presidente se presenta como un hombre que sabe lo que hay que hacer y cómo hacerlo. Esa certeza le permite decir de sus opositores que "no la vieron, no la ven, ni la verán". También en este punto se coloca en el lugar de la vanguardia, es decir, el lugar en que se piensan aquellos dirigentes que disponen de un saber que el común de sus pares desconoce. Milei está convencido de que ve más allá de lo que políticos tradicionales alcanzan a distinguir. Lo más interesante de todo es que está realmente convencido de su clarividencia. A diferencia de Donald Trump o Jair Bolsonaro, él cree en ese conjunto de certezas y visiones que se denomina ideología. Lo dice cada vez que se presenta la ocasión: "Soy un anarco capitalista discípulo de Hayek y Rothbard". Hay argumentos para sostener que el suyo es un discurso de los ricos, pero lo cierto es que cuando habla el centro de sus imputaciones y reproches contra la casta es el daño que ocasionaron a los pobres. Esa certeza, esa convicción es la que percibe una sociedad hastiada y asqueada de la corrupción, los privilegios, la miseria política y moral de un orden político que para Mieli está expirando para dar inicio a un nuevo ciclo histórico.
Por supuesto que sus verdades, su ideología o como mejor quieran llamarla, pueden refutarse y ser reducidas a una moda pasajera, a un momento de confusión y extravío de una sociedad desengañada. Todo es posible, pero para ello sería necesario un nuevo relato político y nuevos liderazgos, datos que por el momento parecen brillar por su ausencia. Si salimos del recinto del Congreso y nos proponemos conocer lo que ocurre en ese otro recinto que podemos denominar "la calle", vamos a observar que si bien el relato de Milei goza por el momento de buena salud, las condiciones sociales y económicas de la gente son cada vez más agobiantes. ¿Cuánto tiempo podrán soportar la clase media y las clases populares este ajuste? No lo sé. Por lo pronto, Milei apuesta fuerte y transmite la sensación de que quiere ganar pero no le importaría perder. Se comporta como un outsider, sin pasado político y sin preocupaciones si su destino es el ostracismo o la gloria. También transmite la sensación de un hombre honesto, que no ha ingresado a la política para enriquecerse. Equivocado o no, loco o cuerdo, cree en lo que hace y dice, por más que en alguna que otra ocasión se reveló como un político astuto e incluso oportunista. A Milei pareciera que no le importa ganar gobernaciones o municipios. Está convencido de que dispone de una voluntad y una convicción que no necesita de esos menesteres. También sabe que los dioses están de su lado. Los dioses, la fuerza del cielo y su perro Conan. Nos guste o no, para Milei todas las extravagancias por ahora le están permitidas. Su único anclaje con la realidad política de la nación es la Generación del 80 (a fines del siglo XIX) y el menemismo en la pasada década de los noventa. De hecho al único político que reivindicó en su extensa perorata fue a Carlos Menem. No sólo lo reivindicó, sino que lo relacionó con las virtudes de la "verdad", otra ironía que se permite, porque los veteranos recordamos que Menem fue el presidente que de manera descarnada dijo que si a sus votantes "les hubiera dicho la verdad, no me hubiesen votado".
Ya a esta altura importa poco saber si Milei es o no un loco. En política, se sabe, que ese apelativo se le dice a todo aquel que mantiene con la realidad un cierto desfasaje. Ese desfasaje se puede denominar locura, lucidez o genialidad. El veredicto lo tiene la historia pero en primer lugar una sociedad que por diferentes motivos ha arribado a la conclusión de que un "loco" es el único capaz de sacarnos de este lodazal, de este páramo al que nos han conducidos los responsables políticos de los últimos veinte años. Concluyo diciendo una vez más que el diagnóstico de Milei va mucho más allá de un episodio de corrupción protagonizado por un puñado de políticos desvergonzados. Milei habla de un régimen de poder, un "anciene régime" llegó a decir, que como tal debe ser destruido o superado. No me consta que esté en lo cierto, pero admitamos que por ahora hay millones de argentinos decididos a creerle.
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