¿Hay verdaderas diferencias entre Javier Milei y sus noviazgos a término, como con Fátima Flórez y el tierno e inocente que sostiene, públicamente, con "Yuyito" González, confrontados con los líos conocidos y por conocer de los entuertos sexuales y amorosos de Alberto Ángel Fernández, porteño… y abogado? Suponemos que sí, que hay diferencias. Algunos enfáticamente sostendrán que no hay comparación. Puede ser… o no. Dejemos en claro: la superficie de Milei es más calma que el sótano de Fernández. Pero estamos comparando un escenario y un cuarto del subsuelo. No deberían confrontarse sin una advertencia, que es esta: no están en el mismo nivel. Algo los une. Presidencia de la Nación. Ambos juraron.
Un buen amigo en la distancia, el radical genético Juan Pablo Baylac, sostenía públicamente, dándole identidad definitiva, una indignada conclusión sobre Política y Siglo XXI. El hombre hablaba desde su fastidio por lo inatajable del proceso y centraba el eje de la claudicación, del deterioro de protocolos de seriedad, con una costumbre muy argentina, girar sobre un nombre propio un hecho general: "la tinellización de la política".
Es muy argentino simplificar con un nombre que ayuda a eso, a entender el caso. El proceso era la caída y recaída de las ciencias políticas como parte del bagaje indispensable para la gestión pública, para gobernar. Juan Pablo vivió, cercana e intensamente, los años de Fernando de la Rúa. Se volvía clara y notoria la participación -y pertenencia- a una modulación diaria, permanente, cambiante, de la gestión de gobierno, según una superficialidad de chimentos del espectáculo, reversionados y convertidos en sujetos de análisis político.
Mirá tambiénJavier Milei o cómo sobrevivir a los FernándezDespojada del hecho personal, la referencia a Marcelo Tinelli, el decaimiento quedaba expuesto en lo que corresponde: farándula, espectáculo, relumbrón, mostacillas, "lucecitas montadas para escena". Imposible, ya se sostenía, gobernar sin tenerlos en cuenta y lo fatídico: el que participa pertenece. Gobernar es pertenecer a la farándula, que tiene sus propias reglas de tránsito, de permanencia, de estacionamiento y de perdurabilidad.
Silvio Rodríguez hunde más adentro el puñal: "Un testaferro del traidor de los aplausos, un servidor de pasado en copa nueva, un eternizador de dioses del ocaso; júbilo hervido con trapo y lentejuela". Supone el músico y poeta cubano que si no se tiene un objetivo de trascendencia y mejora se llega a ese punto. Un Moebius que quiere engañar y engañarse, que es algo tan parecido como inseparable. En el cubano definitivamente acusatorio, autoincriminatorio.
He dicho, hasta el enojo, que el periodista no es un trabajador de prensa; esa "subalternización" grosera no alcanza, desmerece. El periodista transforma, por el solo hecho de narrar, testimoniar, desfigurar, traducir (traditore, traidor) es diferente del trabajador que hace llantas. No jodan. Lo es. En fin… entre mujeres celosas y engañadas, y periodistas avezados (¿?), el país está encontrando su verdadera índole: la corrupción estructural. A ellos se debe esta excepcional realidad.
Somos un escenario y una pasarela. Poco más. No es casual el beso público del actual presidente con una señora que confiesa amistad, simpatía ("estamos enamorándonos") mientras se multiplican las peleas por encontrar teléfonos, fotos, oscuras relaciones del anterior presidente con figuras públicas del conocidísimo mundo del espectáculo. En todos los casos, el visible y el misterioso, es el grado de conocimiento de la pareja circunstancial un peldaño necesario, un baluarte si se quiere.
En la dureza del análisis es necesario un perdón. Lo pedestre del tema. Hay otra diferencia, la que aparece entre el intelectual orgánico, al que refiere Antonio Gramsci, y la del periodista orgánico, locutor orgánico y publicista orgánico que embarra las teorías, acerca la cuestión al disparate, es una virósica, es la que baja y achata de la teoría de uno de los pensadores fundamentales del siglo XX (Gramsci) a lo que oferta la actualidad. Hay, en Argentina, muestras eficaces de lo dicho. Visibles. Hay estrategas de la comunicación pero no hay rigurosos teóricos que apunten al "qué pasará", que consecuencias traerá un mensaje general tan a ras del suelo, tan rastrero. En el mundo gramsciano se trataba de ideología, nunca de pauta y favores. No provocarán lo mismo.
Hay una pregunta que está en ese desván sin lamparita donde guardamos cosas que no queremos tirar y mucho menos usar. En ese cuartucho oscuro una pregunta nos aguarda: ¿Tendremos teléfonos y fotos de Milei para descubrir en 2028? Sostener este pensamiento es declararse vencido y aceptar una conclusión tan humilde como devastadora: son todos lo mismo. Cuidado, es el Capítulo 2 del libro "Avancemos contra la casta", también presentado en su edición de lujo: "Cómo aprender a disimular que somos la nueva casta".
La broma que los canillitas eran periodistas no exageraba. La cadena distribuye y sin distribución no hay milagro. Es el juego del distribuidor, del último eslabón de una cadena comercial. Sin la cadena comercial el juego no tiene sentido. Alguien paga al periodismo, a las herramientas, al soporte. Ahora el soporte está en las redes. Los canillitas, como los dinosaurios: tienden a desaparecer. Cambia el transporte, no la necesidad/obligación de informar, masajear, convencer al que del otro lado pregunta "¿Qué pasa?"
Electricidad, papel, cámaras, estudios, residencia, máquinas, satélites, patentes. Suponer que el periodismo es gratuito, o que puede ejercerse sin costo, es una malversación de la vida, de la realidad inatajable. Un gran disimulo, una emboscada de los teóricos de la comunicación; no hay paraíso y en la tierra las cosas tienen valor y debe entenderse así. Alguien paga. Siempre.
Es el periodismo el que relata la constante del almanaque. Una de las mejores definiciones de los años de plomo le corresponde a un esclarecido lector del país: Carlos García Moreno. "Quién sabe Alicia este país no estuvo hecho porque sí…", Charly es más profundo, es lo que se corresponde con la genética. "Se acabó ese juego que te hacía feliz". También lo peor: "¿Dónde más vas a ir?" Es la continuidad de Discépolo. Charly García avanza sobre la sociedad, no sobre la individualidad. Y su mensaje es sombrío. No da salida. Solo excepcionales modos de acompañar el pesimismo.
La velocidad creciente de las herramientas suele confundir a quienes definen periodismo. Cada vez más y mejores armas. Cuidado. Se suele definir según las herramientas. Se dirá que el mejor soldado es el que tiene mejores armas. El asunto es comparar soldados de la Edad Media con esta y concluir: solo son soldados. Siempre serán soldados. Seremos. Seré. Ojo: el tema de las herramientas trae otra confusión. Las armas en manos de cualquiera suele confundir a los que al portarlas se engañan, creyéndose soldados. Las herramientas, las armas, no fabrican soldados, aceptan atrevidos y sus mensajes no son noticias, son molestias. Punto.
Arranquemos de nuevo. Ha cambiado el concepto de periodismo. No tanto. Revisemos. Tenemos casi todo. Traigan el piano. Piano de cola. Cola grande. Como debe ser. Escuchando (viendo) a los actores políticos es sencillo entender la universalidad de un héroe y su frase: "Say no more". Disfrutemos su contemporaneidad. Tanto Fernández como Javier escucharon a Charly y saben de qué se trata. Alguna vez cantaron… o cantarán: "Cuando ya me empiece a quedar solo…"
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