Si Javier Milei pudiera prescindir por un rato de las satisfacciones que prodigan a su ego algunas voces calificadas de algunas ciudades del planeta, advertiría que lo que acaba de ocurrir esta semana puede ser un severo llamado de atención a su persona, pero en particular a su gobierno. Supongo que no es necesario abundar en consideraciones para recordar que en un país con el cincuenta por ciento de pobreza e indigencia, olvidarse de entregar comida en los comedores o no prestar la atención debida a los depósitos de alimentos, es una falta políticamente grave, una falta que la oposición peronista en particular no va a dejar pasar, fiel a su estilo de que solo ellos se ocupan de los pobres porque esa vocación, ya es bien sabido, le está negada a los ricos más ocupados en acumular fortunas y disfrutarlas que en distraer el tiempo en minucias como la leche en polvo o la yerba de ayer secándose al sol. No descarto exageraciones y oportunismos de parte de quienes en nombre de los pobres se han ocupado en empobrecerlos aún más, con el añadido de someterlos a la disciplina de asistir a marchas y otras proezas "nacionales y populares", pero admitamos que en este caso el gobierno nacional, su ministra de Capital Humano o sus colaboradores, hicieron lo posible, o lo imposible, para que una vez en su vida una denuncia de Juan Grabois fuera verdadera, sin que menoscabe a su inspiración que los datos se lo hayan pasado del interior mismo de un gobierno que pareciera que se resiste a creer que las diferentes dependencias del Estado que ocupa han estado previamente colonizadas por el kirchnerismo.
Sandra Pettovello es posible que sea, como dice el tango, una buena mujer. Pero convengamos en que hacerse cargo de un ministerio que intenta resumir cuatro o cinco ministerios previos, es una hazaña de difícil cuando no imposible cumplimiento. En estas condiciones, Grabois, Pérsico, Navarro, Belliboni y toda la milicia dedicada a vivir de los pobres o para los pobres, se harán un picnic todos los meses; mientras el presidente pasea por el mundo explicando las bondades de Rothbard o los riesgos del comunismo. A María Antonieta se le atribuye haber dicho "Coman pasteles" a los pobres que manifestaban reclamando un pedazo de pan por las cercanías de Versalles. Del zar Nicolás, Trotsky recuerda en su "Historia de la revolución rusa" que los días previos al estallido social estaba preocupado por la salud de sus gatos y los peligros de un fin de semana lluvioso que le impidiera salir de caza acompañado de algunos de sus distinguidos cortesanos. Pettovello y Milei no son Maria Antonieta o Nicolás, pero sospecho, en homenaje a la historia, que no está demás recordarles las alienaciones que el ejercicio del poder suele producir en la cabecita de personas que nunca estuvieron demasiado preocupados por la suerte de los que por un motivo o por otro no saben si van a cenar esta noche o dónde van a dormir. Para los que estiman que exagero con las comparaciones, les respondo que atendiendo a referencias históricas de hace más de un siglo, las exageraciones no son tantas. ¿O acaso es necesario un seminario de asistencia social para advertir que en la Argentina del siglo XXI no hay margen para ser desaprensivo, ignorante o insensible en materia social? El escándalo de los alimentos estalló con aviso previo y se gestó durante el tiempo necesario para que los funcionarios oficiales hicieran algo al respecto. No lo hicieron. O lo que intentaron hacer no alcanzó, o ya era demasiado tarde.
Puede que la tormenta pase, pero tengo mis razonables temores de que algún temporal parecido vuelva a repetirse y una vez más el gobierno sea sorprendido con los pantalones bajos y el presidente paseando por el mundo explicando su teoría de los mercados libres. No desconozco algunos atenuantes. Un gobierno nuevo, un gobierno que llega al poder sin una estructura de cuadros adecuada, un gobierno que aprendió a ganar elecciones, pero ahora sabe que ganar elecciones y gobernar no es lo mismo. Todo puede explicarse y entenderse, pero el gobierno necesita saber que la comprensión, la compasión y sentimientos nobles parecidos no suelen ser los que más abundan en política, o los que más suele practicar el peronismo cuando es oposición. Hoy aún no se ha recuperado de la derrota, pero aconsejaría a los dirigentes de la Libertad Avanza que no se confíen demasiado, que no subestimen al peronismo y a su capacidad de recuperación. Hoy el gobierno dispone de un aceptable respaldo social y por lo tanto de una considerable legitimidad de ejercicio, pero si me fuera permitido darle un consejo, le diría que cuide lo que tiene, no lo dilapide cometiendo errores evitables. Al gobierno no le va mal atendiendo las circunstancias, pero nobleza obliga, importa decirle que no le sobra nada. En 180 días de gobierno cambió por las buenas y por las malas cerca de cuarenta funcionarios. Esta semana, sin ir más lejos, saltaron dos. Los defensores del gobierno dirán que lo sucedido es un ejemplo de probidad política, que lo que no anda se expulsa. Puede ser. Pero admitamos que también en este juego de aprender equivocándose hay un límite que en algún momento sus adversarios van a intentar cruzar
Cada vez que se presenta la ocasión, Milei define al Estado, cuya presidencia él ejerce, como una organización criminal y mafiosa. La paradoja es visible y a su favor hay que decir que hasta el momento esa bravata le ha dado muy buenos resultados. Puede que el debate entre libertarios y estatistas sea interesante y apasione a las respectivas militancias académicas, pero en términos políticos reales los problemas que hoy se le presentan a Milei más que provenir del exceso de Estado, proviene de la ausencia de Estado o de la presencia deplorable del Estado. El reciente escándalo del reparto de alimentos o la tardanza para el reparto de alimentos, prueba que lo que falla es la ausencia de Estado o el deterioro y corrupción de las agencias estatales. Lo que vale para el reparto de comida vale en materia de salud, obra pública o educación. No sé hasta dónde el presidente Milei se toma en serio sus propias consignas anarcolibertarias. Desearía que no fuera más que un juego verbal, una distracción pasajera, porque de no ser así su problema político ya no provendría de la equivocación de un funcionario o la ambición desmesurada de un ministro, sino de un error de diagnóstico. No conozco una nación en el mundo que no haya crecido, se haya desarrollado y haya practicado la libertad y la justicia sin un estado fuerte, un estado con instituciones que funcione. ¿O es necesario explicarle al presidente que para que los valores de la propiedad, la libertad y la justicia se ejerzan es necesario la presencia de un estado que garantice y proteja su ejercicio? ¿Y es necesario recordarle que él fue votado no para ensayar utopías reaccionarias sino para ser el presidente del Estado?
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