La denominada Ley Milei (Ley Bases) fue aprobada en Diputados y hay probabilidades razonables de que sea aprobada en Senadores. Por lo pronto, ya se sabe de algunos senadores peronistas que empiezan a encontrar aspectos razonables en una ley que sus compañeros no vacilan en calificar como una calamidad, una verdadera desgracia para el mundo nacional y popular. Adjetivos al margen, lo cierto es que un gobierno con algo más de treinta diputados logró el apoyo de cien diputados para ganar sin atenuantes la votación. El PRO defendió la ley con más entusiasmo que La Libertad Avanza; los radicales la criticaron y los legisladores dialoguistas movieron la cabeza con dudas, pero a la hora de levantar la mano todos la votaron. En otros tiempos se hubiera dicho que esos legisladores traicionaron el mandato popular, que le dieron las espaldas al pueblo. Hoy, lo sorprendente, es que esos legisladores en realidad votaron, muchos de ellos tapándose la nariz, porque presienten, saben, que más de la mitad de los argentinos está de acuerdo con las propuestas de este gobierno que promete ajustes, despidos, cierres y dolor. Cosas veredes Sancho. Este romance con el pueblo… ¿será para siempre? Ningún romance es para siempre. Y mucho menos en política. Hoy la sociedad acompaña al presidente, pero no hay cheque en blanco. La promesa de Javier Milei es la luz al final del túnel. Esa luz aún no se ve, por más que los voceros oficialistas dicen que su resplandor ya nos llega. Que Milei no lo olvide. El pueblo es justo, el pueblo es santo, el pueblo es soberano, pero también es infiel y sus infidelidades suelen ser coléricas y además no se sienten comprometidos con anteriores promesas de amor.
El debate nacional está abierto. Tan legítimo como el voto oficialista es el voto opositor, el voto de quien con adjetivaciones más fuertes o más suaves está absolutamente en contra de una ley a la que consideran algo así como un golpe de Estado de los ricos contra los pobres. ¿Será tan así? Yo no sería tan dramático con las consignas, pero debo admitir que estas leyes favorecen el proceso de acumulación en desmedro de los procesos de distribución. Se trata de recomponer el capitalismo y esa recomposición se logra favoreciendo a los ricos, es decir, a empresarios, banqueros, especuladores y propietarios poderosos en general. No de otra manera se recompone el capitalismo en las sociedades capitalistas actuales. Estos procesos suelen tener sus rasgos virtuosos, pero más que avanzar atropellan y en el camino quedan los heridos y los lamentos. Después se hacen presentes otras variaciones. Los procesos de acumulación se perfeccionan con los procesos de distribución. Estos itinerarios están muy lejos de ser un paseo romántico bajo la luz de la luna. La historia del capitalismo es la historia de los conflictos y tensiones por la distribución de la renta. El mundo del trabajo, las clases medias, empiezan a poner sus condiciones, tensiones que se resuelven atendiendo las relaciones de fuerzas. Hoy, esa relación de fuerzas está a favor del capital. Los fracasos de Mauricio Macri y las calamidades de Alberto Fernández y Cristina Kirchner crearon las condiciones ideales para que esto ocurra; es decir, para que un personaje con las singularidades temperamentales de Milei sea votado por millones de argentinos seducidos por su motosierra. Nunca visto o, por lo menos, nunca visto con tanta crudeza. Milei está haciendo realidad lo que los ministros de las dictaduras militares nunca pudieron lograr plenamente. Antes necesitaban del respaldo de las botas, pero hoy ese respaldo se lo da el voto popular, ese pueblo que "nunca se equivoca" y, si así lo hace, pareciera que tiene derecho a hacerlo. Mientras tanto, diría un señor nacido en Treveris, "el capital celebra sus esponsales". ¿Lucha de clases? Puede ser. ¿Marxismo? No. Un burgués hecho y derecho puede admitir el hecho real de la disputa por la distribución. El aporte o la singularidad del marxismo es su profecía, es decir, considerar que esa disputa lleva necesariamente a la victoria de la clase obrera, la revolución social y la dictadura del proletariado. Hoy esa profecía está muerta y sepultada.
Las recientes sesiones del Congreso permiten registrar reacomodamientos políticos notables. Por lo pronto, daría la impresión que Juntos por el Cambio ya tiene extendido su certificado de defunción. No se sabe si un sector se incorporará a La Libertad Avanza o se establecerá un nuevo tipo de coalición, pero lo cierto es que lo que durante ocho años conocimos como Juntos por el Cambio ya no existe, o lo que existe se está despidiendo. Curioso. Milei le ganó al peronismo en las urnas, pero la derrota real se la infligió a Juntos por el Cambio. El radicalismo por su parte también sufrió el cimbronazo. Tienen muchísimos motivos para oponerse a Milei, pero hay algunas razones políticas emotivas, y no tan emotivas, que los contiene: la base electoral de la UCR, ese voto de clase media republicano, democrático, antiperonista, está con Milei. Inútil explicar que es un conservador, un reaccionario, un enemigo jurado de los radicales desde Hipólito Yrigoyen a Raúl Alfonsín; esas clases medias piden que a Milei se le dé una oportunidad, o aseguran que atacarlo es hacerle el juego al kirchnerismo, cuando no, venderse al peronismo. El discurso de Rodrigo de Loredo, el excelente discurso del diputado cordobés, expresó con palabras elocuentes esa contradicción. Sus últimas frases se esforzaron por expresarla: "No los acompañamos a ustedes -les dijo a los impasibles legisladores oficialistas- lo acompañamos al pueblo… a ustedes les damos los instrumentos para que no nos digan que los bloqueamos". Párrafos anteriores, había dicho incendios de una ley que se distinguía por su crueldad contra los sectores populares. En otras condiciones el discurso de Rodrigo de Loredo hubiese sido el discurso de un opositor; hoy es el discurso de un aliado crítico pero aliado al fin. ¿Había otra posibilidad para los radicales? Ninguna. Hicieron lo único que podían hacer. Tiempo habrá para digerir el mal trago. Ahora habrá que ver qué hacen los senadores radicales y en particular su presidente, Martín Lousteau.
El peronismo padeció la derrota en Diputados, pero como consuelo pueden decir que sus legisladores se portaron como disciplinados soldados: todos en contra de la Ley Bases. No estoy tan seguro de que en Senadores sea así. No es un secreto para nadie que un sector del peronismo mira con afecto esta experiencia política liderada por Milei. Empezando por el menemismo que seguramente no se reduce exclusivamente a sus parientes portadores de apellido. Veremos. En el peronismo la lealtad y la traición suelen ir del brazo. El oficialismo no necesita que todos los peronistas traicionen; les alcanza con la traición de algunos. Es más, Milei está convencido de que si Cristina no existiera habría que inventarla. Final abierto. No sé qué colega dijo que Milei está demostrando ser mejor político que economista. Por lo menos hasta el momento ha hecho maravillas, aunque al respecto hay que advertir que las maravillas a veces se confunden con los fuegos artificiales.
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