Javier Milei es el presidente electo por la voluntad popular para certificar el desengaño nacional. La voluntad popular operó como un mazazo. Difícil apelación. Culpar al mañana y lo que sucederá en el porvenir es tonto y retonto. El peronismo, más una izquierda atosigada de fracasos, se muerde la cola. Cuidado, solo CFK, malvada sabia (¿no van de la mano esas dos características?), encerrada en su ombligo, erigido en principado y destino propietario, juega diferente. Ya mandó al destierro a AF y ahora a STM.
Leonardo Favio no buscaba cuestiones tremendas y encontraba eso, lo tremendo de cada vida en las cosas comunes. Avisaba lo que iba a suceder: un amor trunco, la ilusión que trastabilla y se desvanece, la esperanza que se derrumba.
Antojadizas y malintencionadas las críticas al porvenir. El desencanto no es con el mañana, es con el ayer que nos brinda este presente y anuncia el mañana. Busco un madero para aferrarme y ver el día. Aparece claramente una historia de los años 60. Era otro país con camino de ida y prohibiciones como la de Juan Domingo Perón, ausente del país desde 1955 a 1973. Había explotado la píldora y la rebelión juvenil. Leonardo Favio, zafio y rebelde, con un bagaje cultural hecho a los hachazos era un aluvión.
El cine de autor define la década. Con Leopoldo Torre Nilsson lo une un elemento fundamental: Antonio Ripoll es quien corta y edita sus filmes. Es el tiempo de su trilogía. De su crecimiento. Con Favio están los ojos populares filmando. Su película de cruce hacia el reconocimiento final es una. "Este es el romance del Aniceto y la Francisca, de cómo quedó trunco, comenzó la tristeza y unas pocas cosas más". Así se llama.
Un tipo en un pueblo típico vive de la riña de gallos y tiene un gallo muy bueno para eso, para pelearse con otros gallos. El animal en cuestión se llama "El Cenizo". Es el título del cuento original. Ese tipo se enamora de una joven bella e inocente y, también, de una mujer atractiva y muy independiente. En otros tiempos harían estas descripciones de un modo más visceral y arquetípico, pero estos, los arquetipos, han cambiado, debe entenderse según moral siglo XX y pueblo del interior, pacato y clásico: una inocente muchacha y una prostituta.
En un momento, cruel y tremendo, según cuentan las imágenes, lo abandonan la muchacha inocente y la casquivana de modo diferente (ambas de forma obvia, clásica) y, apremiado, vende el gallo que después intenta recuperar subrepticiamente. Lo matan. Nada extraordinario y aquí lo esencial es la narración. La buena, la mala, el de la doble moral y aprovechado, y la vida que le pega un bofetón de realidad. La narración define la calidad. Por eso menciono a Ripoll. Es quien vigilaba la calidad de muchos cineastas.
Un autodidacta, un joven que merodeaba el cine termina con esta, la tercera de sus películas una plataforma de vida muy particular. Es uno de los ejes del cine nacional. Como el escritor ruso y su consejo: pintó su aldea. El cuento es de su hermano: Jorge Zuhair Jury. El creador y director es Leonardo Favio.
Favio no buscaba cuestiones tremendas y encontraba eso, lo tremendo de cada vida en las cosas comunes, como sacarle los piojos de la cabeza a un niño abandonado en un orfanato. Nota: aquel afiche original que mostraba al niño, su cabeza rapada y el título, "Crónica de un niño solo", era, en sí, una fenomenal obra de queja social. Al presentar eso, lo común, Favio lo volvía diferente y extraordinario.
En la obra, que se achicó en título y llamaban "El romance" o "El romance del Aniceto y la Francisca", lo esencial es "cómo quedó trunco y comenzó la tristeza". Un romance quedó trunco. Una ilusión que desaparece. Después sucedieron "algunas pocas cosas más".
Está claro que el eje es el romance y que, al desaparecer, todo trastabilla y se derrumba. En la década del 60 la película ya cuenta el fin de aquella primera libertad de un mundo que se pensaba así, liberado y feliz sobre esos años y no, que no, aparecía el lento e inexorable apretar de las clavijas de un mundo que se ensanchaba y se volvía ajeno. El amor perdido, un trabajo inútil y arcaico y el final impiadoso.
Sobre este fin del año 2023 aquellos trabajos de Favio, especialmente el que menciono con anterioridad, muestran un juego especular, espejos que se convierten en alegorías. Tal vez nos sucede algo similar y Favio vuelve a contarnos nuestra mínima vida para que la aldea explique al mundo. Tal vez revisar a Favio sea útil para saber que estábamos en la buena ruta, había carteles, faros, señales de tránsito y que igual, porfiados, prepotentes, inmaduros, seguimos derecho cuando todo indicaba que había curvas.
No se podía vivir con dos amores esquemáticos, uno bueno e inocente y otro prostibulario. No se podía vivir de un juego prohibido y que ya no servía para el porvenir. Quitaba el mañana ese mecanismo. El cine lo decía, un blanco y negro bien encuadrado y personajes que no ocultaban las emociones. Se podía entender el ayer, el presente que narraban y el porvenir que asomaba.
Un desequilibrio define los componentes y todo se desmorona y así el amor no es amor, lo ilegal es eso: fuera de la ley y el héroe, que es un antihéroe, termina como corresponde: se muere. Lo determina lo obvio, entra a robar y lo matan. Está bien. Lástima, pero está bien.
Los cuadernos de Centeno pueden ser verdad, mentira, operación mediática, maldad de los que mienten o simple juego de tránsfugas pero la íntima convicción define: la obra pública es el mayor nido de corrupción estructural. En la Región Rosario el Puente Rosario-Victoria, mal entrazado, demorado y pesimamente resuelto nos observa. Los aeropuertos nos "sobrevuelan" con sus altísimos costos para limpiar los yuyos y su permanencia fuera de un gigantesco negocio nacional. Jorge Obeid lo decidió. El peronismo.
Senadores y diputados con años y años de mandato popular sin reformular rutas, sin terminar acueductos, sin resolver el autoabastecimiento (yo recuerdo al general Manuel Savio, yo creía en Arturo Frondizi y leí "Petróleo y política"). Entre Venezuela y Yankilandia, en términos mediáticos decidimos por Venezuela… o Irán, que es lo mismo pero peor. Nos mostramos orgullosos de los desplantes.
Un día el mundo se volvió ancho, ajeno, imposible de esconder. Los de 15 años y los de 80 años reciben datos de lo malo, lo malo, lo malo, a veces de algo bueno. Vuelve Favio y esa peliculita redonda en su simpleza. De un lado ese tipo que estaba enamorado de la inocencia y la prostitución, que vivía de un trabajo ilegal pero permitido y que quería salvarse. ¿Por qué no? Pasó tantas veces…
Del otro lado la ley, una realidad de manual y una pistola. Las cosas un día se vuelven perfectas, naturalmente perfectas y por tanto lo prohibido se señala, lo inconveniente se observa y lo imposible no sucede. El 44% del país creyó que se podía seguir de un modo y del otro un 56% insistió que no. Después del final de la obra de Favio no hay segundas partes y no resucita el "gallero". Está claro que en el cine los milagros existen.
Esa obra, en su afán de resolver lo que veía, muestra al Favio que miraba por sobre el presente y hacia el porvenir, no hacia atrás; miraba para adelante o, en todo caso –resumamos- avisaba. No sería igual ese pueblo, un modo, una forma, una ilegalidad que se aceptaba cambia y allí se queda el asunto que Favio deja cerrado y claro: "Este es el romance del Aniceto y la Francisca, de cómo quedó trunco, comenzó la tristeza y unas pocas cosas más". Así se llama.
No habrá paz, no habrá calma. Milei es el presidente electo por la voluntad popular para certificar el desengaño nacional. La película de Leonardo Favio avisaba: el romance quedó trunco, comenzó la tristeza y algunas cosas más. Le toca a la nueva presidencia impedir el desengaño nacional. Es lo dicho. Sería tonto y retonto acusar a Milei de lo mal que nos va en trabajo, inflación, seguridad, salud, legalidad y corrupción.
Otra es la cuestión. Es imposible quitar la advertencia del camino: si no arregla estas cosas, el vaticinio es que el ciclo es el conocido,… lamentablemente conocido: don Javier de usted depende ya mismo si está comenzando la tristeza. Debería responder… por sí o por no.
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