Ya se ha dicho, simplemente repito, el señor presidente tiene experiencia como actor, se ha subido a escenarios para protagonizar esquicios cómicos; sabe de luces, tiempo de actuación, el diálogo, la representación, el incómodo ida y vuelta con los otros personajes y el fantasma inmaculado del teatro: "La cuarta pared".
El actor sabe, está advertido, el borde del escenario da lugar a un sitio que resuelve la magia y la vuelve incandescente: el espectador para quien, y ante quien, todo se refiere. Todo: idea, texto, puesta en escena, actuación. Es "La Representación". O, si lo prefiere, la "re… presentación". Así, actuación tras actuación. Todo cuanto se hace debe trascender, romper, volverla parte esencial a esa "cuarta pared", tornarla invisible pero eso sí: omnipresente. El actor está aquí y el espectador allá. Ese puente es la magia entera y chau.
Pregunta definitiva: ¿Para quién actúa el señor presidente? ¿Dónde sitúa "la cuarta pared"? Planteadas las cuestiones de Estado como lo que son, dilemas sociales, problemas urgentes que hay que resolver, el señor presidente tiene actuaciones públicas donde tales cuestiones, las del Estado, encuentran un sentido. No se resuelven ni clara ni definitivamente, pero se comunican. Javier Milei comunica. Como en el tango "Cambalache"… "no hay quien lo niegue".
Si el Estado es un río y una continuidad jurídica, no se le puede exigir resolución definitiva de la mayoría de las cuestiones de eso, del Estado. Milei ha decidido que tales tareas, las de funcionario, el más alto funcionario del Estado Argentino, sean públicas. No todos aplauden sus actuaciones, su trabajo, pero debemos destacar el punto: todo es a la calle, en el escenario, enfrentando "la cuarta pared".
Argentina ha tenido otros actores principales. Si ponemos el eje en las ya dichas, las "cuestiones de Estado", encontraremos diferentes protagonistas para una misma tarea: "dilemas sociales, problemas urgentes que hay que resolver". Beneficio o no beneficio a una empresa petrolera; cubro las necesidades mínimas de un hospital; vigilo los mares para que no se afanen ni los camarones ni el krill; resuelvo la legislación laboral; audito las cuentas públicas; escucho a los opositores buscando un punto de encuentro.
En cada día de la actuación como el primer argentino en deberes y obligaciones (que son más que los derechos, o deberían serlo) el ida y vuelta que ejecuta quien trabaja de presidente es el de un libreto conocido y la improvisación, la "impronta" que cada quien le sume a ese cargo: primer argentino con más obligaciones.
Puede entenderse el Poder Ejecutivo, en las democracias de voto popular obligatorio, universal y secreto como una suma móvil de la eternidad de la función pública, ya desde Atenas, más las diferencias que cada coyuntura presenta. El yerro entre aquellos mandatos trascendentales y las cuestiones coyunturales deja huella. Hay una suma. Buena o mala. Siempre queda.
En la historia argentina, que obviamente incluye a los actores políticos, los hubo ensimismados, encerrados en sí, como Hipólito Yrigoyen; acostumbrados al boato, como Marcelo T. de Alvear; tiranos ridículos capaces de desempolvar una carroza, como Juan Carlos Onganía; oradores de reclamos que allí mismo surgían, como Juan Domingo Perón; feroces asesinos sin culpa, como Jorge Videla; oradores de una espléndida teoría de difícil práctica, como Raúl Alfonsín; tontos de capirote como Fernando de la Rúa; encantadores de serpientes como Carlos Menem; enfermos de pragmatismo a como dé lugar, como Néstor Kirchner; borrachos de Old Parr, como Leopoldo Galtieri; tremendas megalómanas con fiereza en la vida diaria y muchachos seguidores, como Cristina Fernández; adolescentes desaprensivos y envidiosos, como Mauricio Macri; malos abogados de parte como Alberto Fernández y finalmente esto: Javier Milei.
Un punto los une, más allá del cargo, claro está. Un punto los une y define la política argentina desde sus comienzos. Nunca fue un trabajo coral, nunca una obra de actores, siempre fue un unipersonal. Ni drama "hamletiano" ni sainete de Alberto Vacarezza. A veces con escaso libreto, en otras oportunidades con textos de otras obras y una mala adaptación. Se insiste: la presidencia nunca fue un trabajo colectivo y el contrapeso de la división de poderes no formó parte del texto original resuelto en 1853, que cada reforma terminó por deformar al punto de la improvisación de quien estuviese sobre el escenario con una excusa formidable. El libreto es, hoy, una suma de contradicciones.
Pongamos las cosas donde históricamente corresponden. Una Constitución, con sus reformas, que nunca admitió otra cosa que el presidencialismo, de donde se deriva como hecho natural el hiperpresidencialismo. Después de muchos años como espectador cada argentino sabe que los espectáculos unipersonales requieren de muchos esfuerzos de los que, detrás del escenario, suman a la figura indispensable. El actor. El único actor. El teatro de una persona es el de una persona que lo actúa, que "re-presenta" y que en cada función debe representar. Argentina se acostumbró a ese tipo de teatro. Lo necesita. Lo aplaude.
En los unipersonales es importante que todos los que desde fuera del escenario contribuyen a la actuación cumplan con lo suyo y los problemas, si no lo hacen, son del que actúa y de lo que debe resolver, representar la obra. Cuando termina el unipersonal, los espectadores se llevan lo que se mostró en el escenario, que incluye lo que estaba preparado y la actuación, que cada día es distinta y esa es la magia del teatro como una de las pocas artes que siempre cambia y por tanto es parecida… y diferente.
Gobernar no sería así. No debería ser así por aquello de la previsibilidad de los actos de gobierno. Milei está haciendo su unipersonal y nadie, se insiste, nadie lo hace sin tener un pasado de actor, un libreto, un objetivo a comunicar y lo que mueve al arte: comunicación y reconocimiento. Yo cuento, ustedes deben aplaudir… aplaudir y participar contando que me vieron.
Sostener que Milei improvisa es creer... corrijo, sostener que Milei improvisa es no creer en el teatro de texto y tal vez no creer en el teatro. Milei es uno más en la lista mencionada. Podría sostenerse que supone posible un "alvearismo" y un liberalismo finisecular que solo tiene cien años de atraso, pero sería otra suposición más ante un hecho evidente: la obra se está representando. Hoy. Ahora mismo, sobre este marzo de 2024, comienza un cuadro diferente de Milei contra los fantasmas del escenario. Ninguno corporal (son fantasmas) todos reales según cree el actor.
Todos los políticos en general, algunos en particular, todos los gremialistas en general, algunos en particular, todos los elegidos por el pueblo menos él, están equivocados, algunos más, otros mucho más. Conjuro escénico contra todos los enemigos, eso es el sustento del teatro de Milei.
El unipersonal de Milei está en desarrollo. En su texto hay actuaciones, según en qué momento de la obra, de amor y desamor con la Fe (el Papa Francisco es delegado de El Maligno… o no) y solo hay dos buenos permanentes: El Muro de los Lamentos y Yankilandia. Ni siquiera "La" Meloni obtuvo comentarios elogiosos. También algunas corporaciones y un genérico: Las Empresas, verdaderos héroes, según el libreto. Eso no se toca.
Recuerdo a El Bululú (José María Vilches) y también recuerdo al fenomenal Alfredo Alcón haciendo "Los caminos de Federico"; a Pepe Arias hablando para los tirifilos y a José Marrone como Cristóbal Colón en la Facultad de Medicina. Hubo y habrá más actores haciendo unipersonales (muy buenos Pompeyo Audivert, el pibe Roberto Peloni y Lautaro Cáceres).
Este trabajo que cada día presenta a la sociedad argentina Javier Milei, que no traducen totalmente los medios corporativos de uno y otro lado de la pasión, con amores y odios que complican la representación, con exégetas tan exagerados como el hijo de un comunicador fallecido durante La Peste, es el más formidable unipersonal de la tercera década del siglo XXI.
El veterano comentarista, ya retirado, al presentarle esta mirada sobre el momento político argentino recordó su posición y preguntó como respuesta: ¿Las obras que trascendieron en la dramaturgia tienen, todas, un trabajo de muchos…sí o no? Aún Edipo, agregó, precisa de una madre y de un padre. Desde "Mateo" (Enrique Discépolo) y "Réquiem para un viernes a la noche" (Germán Rozenmacher), hasta "M´hijo el dotor" (Florencio Sánchez) y "El conventillo de la Paloma" (del propio Vacarezza), son corales.
El unipersonal necesariamente es autobiográfico, necesariamente… ¿me comprenden? El tipo está solo. Se concentró en su café el veterano. Faltaba que explicase dónde tiene Milei su "cuarta pared". Bailaba una pregunta: ¿Tenemos un presidente que está haciendo un unipersonal donde está incluida su biografía? ¿La "cuarta pared" somos nosotros? No necesito responder, soy periodista, soy el que hace las preguntas.
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