I
I
Ana Figueroa deberá resignarse a la condición de señora, abuela o jubilada. Jueza, nunca más. No es un destino desgraciado, por el contrario, hasta puede ser honorable, sobre todo si la alternativa es insistir en ser jueza a contramano de las normas constitucionales de la Corte Suprema de Justicia o, en su defecto, retornar por la ventana a su despacho de la mano de Cristina para taparle sus escandalosos chanchullos. Sorprendente. El peronismo quema los últimos cartuchos del poder que dispone para proteger a la Jefa. La observación es pertinente porque aún hay algunos opositores que se esfuerzan por distinguir peronismo de kirchnerismo, como si fueran entidades separadas o antagónicas, cuando en realidad un engendro como el kirchnerismo solo puede ser parido por el vientre pantagruélico del peronismo. La reciente sesión de la Cámara de Senadores fue una brillante y superlativa puesta en escena de peronismo de alta escuela. Senadores verticales a la Patrona, y en la ocasión estimulados para asegurar dos temitas que para todo peronista de pelo en pecho son sagrados: avasallar a la Corte Suprema de Justicia que no le es adicta; asegurar la impunidad de Cristina y, por las dudas, la impunidad de más de uno de ellos. Como para que nada falte en esta engolosinada merienda de negros, la aprobación de la derogación del impuesto a las ganancias, algo así como preparar la antesala para un "rodrigazo", riesgos que no le hacen perder el sueño a populistas decididos a quemar las naves o incendiar la nación, con tal de continuar en el poder o, en su defecto, dejarle al gobierno que viene un territorio arrasado. Como broche de oro, en la barra no los ciudadanos o la opinión pública, sino los capangas y monos de la CGT decididos a "derramar sangre" en defensa de sus derechos, aunque en los últimos años, distanciados de todo lo que se parezca a huelga o paro contra un gobierno peronista, a lo único que se dedicaron fue a derramar vino o champaña en los sucesivos festejos en honor al maravilloso gobierno que obsequiaron a los argentinos. Para que nada falte a la escena, música para los oídos: las estrofas de la "marchita" destinadas a honrar al "primer trabajador". Peronismo de alta escuela, como se dice en estos casos, en un país arrasado por la pobreza, la indigencia y la inseguridad.
II
Si vamos a indagar un poquito más, debemos admitir que el sainete con la jueza Figueroa es apenas el pretexto del peronismo para expresar sus berrinches contra una Corte Suprema que no le resulta adicta. Nada nuevo bajo el sol peronista. Desde 1946, el peronismo siempre gobernó con Cortes adictas. La primera iniciativa del General cuando llegó al poder fue deponer a los jueces con la alucinante imputación de que habían convalidado el golpe de Estado nazi-fascista de 1943. Maravillas de la retórica barroca del populismo. Los jueces de 1946 eran depuestos por haber legitimado el golpe de Estado que llevó al poder al presidente que ahora los mandaba a su casa; el mismo presidente que decidió asumir el 4 de junio de 1946 para honrar la chirinada militar de los coroneles que hasta hacía una semanas alentaban con entusiasmo de barra brava la victoria de los nazis en Stalingrado. "Acá lo que falta es vergüenza, carajo", exclamó Alfredo Palacios en esas jornadas en las que diputados y senadores peronistas competían en obsecuencia y servilismo para cumplir con la orden de no dejar un juez que no sea peronista. Con Carlos Menem, la célebre "Comadreja de Anillaco", el peronismo se las arregló para contar con su corte propia, liderada por el señor que en La Rioja le hacía los mandados a los Menem. Julio Nazareno, se llamaba. Después vinieron los Kirchner, borraron la Corte anterior y pusieron una para quedar bien con la tribuna, más la esperanza secreta de que los flamantes jueces -agradecidos por la atención- les respondan como disciplinados soldaditos, tal como lo hacían, por ejemplo, en Santa Cruz. Les fue bien al principio, pero pronto empezaron las dificultades. Es que con el peronismo es imposible la convivencia entre el Ejecutivo y la Corte, por la sencilla razón de que los peronistas creen que la división de poderes, los controles republicanos y la libertad de expresión, son añagazas liberales propias de gorilas, vendepatrias y cipayos.
III
Seamos sinceros. Al populismo le importa poco y nada la filiación ideológica de los jueces. Les da lo mismo un conservador que un progresista, un gay que un heterosexual, porque lo único que les importa es que por razones culturales o "razones de peso" sean sus incondicionales. Alguna vez, un señor al que Perón admiraba, dijo en la plaza Venecia ante una multitud excitada e implorante: "Seré de derecha o de izquierda, republicano o monárquico, católico o librepensador, guerrero o pacifista, liberal o estatista… seré eso y mucho más en defensa de la grandeza de Italia". No hace falta escribir el apellido del autor de esta exaltada jaculatoria. Alcanza con saber que a un peronista que tiene lo que se debe tener, esa frase lo conmueve. La reciente escena en la Cámara de Senadores es un capítulo más de la resistencia del peronismo a los valores republicanos. Corte clerical y fascista en el '46; corte riojana y servil en los '90. Para el kirchnerismo, claro está, representa un fracaso político que no hayan podido domesticar a esta Corte. Y entre 1973 y 1976, ¿qué hicieron? Nada. En esos años los peronistas más que ocuparse de la Constitución Nacional, el Código Civil o el Código Penal, se dedicaron a matarse alegremente entre ellos, a despanzurrarse sin asco. Por eso mismo, como cualquier observador deberá resignarse a admitir, que existiera o no una Corte daba lo mismo, porque entonces los compañeros pretendieron convencernos de que había llegado la hora de pasar de las armas de la crítica a la crítica de las armas; o que, para no agraviar a los compañeros con citas de Marx, había llegado la hora de la dialéctica de los puños y las pistolas, como escribiera uno de los maestros espirituales de todo populista que se precie de tal: José Antonio Primo de Rivera, cuyos manifiestos "de cara al sol", un peronista que se respete -un peronista con sangre en las venas- los firma con aclaración, número de DNI, dirección y lágrimas de gratitud en los ojos.
IV
Yo no sé cómo le irá a Sergio Massa en estas elecciones. No sé si saldrá primero, segundo o tercero. No sé si competirá en segunda vuelta con Patricia Bullrich o Javier Milei. Lo que sé es que se trata del mejor peronista que el movimiento nacional y popular puede presentar en este desdichado país. Massa dispone de todo el encanto, la simpatía, el desenfado, la atorrantería y la voraz ambición que el Manual de las Veinte Verdades le exige a un buen peronista. No tengo manera de probarlo, pero su sed de poder creo que es superior a la de Bullrich y Milei. También su inescrupulosidad, su ausencia de culpa, su talento para expresar lo más anacrónico, miserable y canalla de nuestra burguesía nacional. Insisto: no sé si va a ganar o perder, pero mejor candidato no podrían haber presentado. Si hasta su sonrisa, fácil, ligera, luminosa y tan auténtica como un peso fabricado en las imprentas del compañero Amado Boudou, es la que fascina a todo peronista. Massa los pinta de cuerpo entero, como en su momento los pintó la "Comadreja de Anillaco". Pobre Argentina si Massa es elegido presidente; pero ay de los argentinos si pierde.
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