I
I
Sin rubores o balbuceos, valiéndose de esa expresión hierática a la que suele recurrir cuando se propone transmitir la imagen de un economista riguroso y un ciudadano sensato, Javier Milei consideró que su popularidad se debe a sus logros como jugador de fútbol y su excelencia como cantante de rock. Cáspita y recáspita. El candidato a quien algunas encuestas lo dan como ganador a la presidencia -y en algunos casos estiman que gana en la primera vuelta- admite que las habilidades por las cuales el pueblo lo ama, provienen del deporte y la música. ¿Ha llegado la hora de la verdad? El candidato admite que los votos no provienen de su supuesta sabiduría económica y la promesa de soluciones montado sobre una motosierra, sino de habilidades que fascinan al "alma popular". Cosas veredes, Sancho. Si hasta dan ganas de creerle a Winston Churchill cuando dice: "Conversa un par de minutos con un vecino cualquiera y te desilusionarás de la democracia". La vuelta de tuerca de este show protagonizado por el candidato libertario, es que las hazañas futbolísticas que se atribuye no van más allá de una temporada de arquero en las divisiones inferiores de Chacarita, mientras que su talento como rockero es desconocido y todas las consultas que realicé entre los amigos rockeros de mi hijo fueron vanas, porque nadie tiene noticias de que alguna vez un rockero llamado Milei haya subido a un escenario o haya grabado un disco, o algo parecido. Digamos que Milei le confió a un periodista norteamericano, reconocido por su fidelidad a Donald Trump, antecedentes deportivos y artísticos que no son tales. Digamos que mintió. O exageró y deformó la verdad, lo cual viene a ser más o menos lo mismo que una mentira. Sin embargo, mentiras más, mentiras menos, la popularidad de Milei es evidente. Tan evidente que los más optimistas de sus huestes estiman que gana en la primera vuelta, mientras que los más pesimistas se resignan a aceptar que gana pero debe competir en una segunda vuelta con Patricia Bullrich o Sergio Massa, competencia en la que está fuera de discusión que el "León" ganará sin despeinarse la melena.
II
Estimo o sospecho que la popularidad de Milei es, al decir de Churchill, "un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma". No sabemos si sus votantes lo aman por sus destrezas como arquero de Chacarita, por su semejanza con Mick Jagger, por sus auto-ponderados saberes económicos, por sus propuestas en las que por arte de magia y en una sola movida nos sacamos de encima a la supuesta "casta", mientras nuestros magros sueldos se transforman por arte de birlibirloque en dólares o por sus diálogos socráticos con su perro Conan. Lo seguro en todos los casos es que muchos argentinos han decidido votarlo y me temo que a la mayoría de ellos les importa poco o casi nada las habilidades con la que nos deleitará siendo presidente de la nación. Digo lo que digo, porque ha quedado demostrado que sus promesas electorales son inviables, imposibles e increíbles. Carece de espacio institucional, consenso político y viabilidad económica. Yo no sé si Milei es un farsante, un fanático o un irresponsable. Lo que sé es que jugar con él es balancearse en el filo del abismo o en el filo de la navaja. Y sin embargo, el problema no es Milei. Por lo menos no lo es en primer lugar porque, a decir verdad, el problema lo representan los argentinos que con todos los datos disponibles a mano acerca de la catadura del personaje están dispuestos a votarlo porque están enojados como ese adolescente malcriado de la novela que, fastidiado porque le negaron un permiso, se puso a jugar a la ruleta rusa para atormentar a sus padres. Y no me vengan con la letanía redentora de que hay que respetar a los votantes. Respetar, se respetan personas concretas. Se las respeta o no se las respeta, pero a personas singulares, no abstracciones, no a números. A las multitudes se las interpreta, se las analiza y, si es necesario, se las critica. Desde Gustave Le Bon en adelante se han escrito centenares de libros al respecto. Millones de personas votaron a Milei en las primarias. No los conozco, por lo tanto no tengo nada personal contra ellos. Discuto ideas y comportamientos sociales. No hay otra manera de vivir en democracia.
III
De todos modos, a no llamarse a engaño. Al que hay que derrotar en la Argentina es al peronismo. Milei es algo así como "el bebé de Rosemary" del peronismo. Luis Barrionuevo y Gerardo Martínez algo saben de eso, aunque, curiosamente, para Milei estos burócratas sindicales eternizados en sus sillones no son "casta". También algo saben de estas verdades los peronistas que integran sus listas de candidatos, los que lo sirvieron como fiscales en las pasadas elecciones y, sobre todo, la excrecencia política, los suburbios del malandrinaje político, habilidosos en el toma y daca de favores y plata dulce, algunos, discípulos dignos de Mohamed Alí Seineldín, Luis Patti y Aldo Rico. ¿Cuesta tanto entender que las posibles soluciones políticas en la Argentina no consisten en pasar de un populismo a otro; de un embaucador a un farsante; de un pantano a una ciénaga? ¿Cuesta tanto entender que Milei es la oscilación al borde del abismo, pero el peronismo es el abismo?
IV
La otra candidata es Patricia Bullrich. No soy ni cínico ni hipócrita para hacerme el distraído y negar que considero que es la candidata que merecemos los argentinos. Dispone de experiencia, talento y voluntad de poder, los insumos indispensables de todo político de garra y de todo estadista que se respete. Juntos por el Cambio fue oposición, fue gobierno, volvió a la oposición. Como toda experiencia política, en el balance hay aciertos, errores y aprendizaje. Virtudes y defectos fueron admitidos. Y hoy la apuesta es que las virtudes del futuro superen con creces a los defectos. A Patricia la acompañan intendentes, gobernadores, legisladores y funcionarios experimentados en el ejercicio del poder y en la apropiación del saber. Juntos por el Cambio es una propuesta política y es un proyecto real de poder. Hay ideas, no quimeras o trampas; hay nombres y apellidos, y hay decisión para transformar las ideas en realidad. Críticos del populismo kirchnerista y del populismo menemista de Milei, Juntos por el Cambio expresa la sensatez, el realismo y la aspiración de futuro. En el espacio político su lugar es el centro, pero ese sitio hoy está asediado por las versiones populistas con signos de derecha y con signos de izquierda. La legitimidad en las sociedades democráticas la otorga el voto. De los argentinos dependerá qué opciones preferimos para nosotros y para nuestros hijos. La respuesta a este interrogante estará en la intimidad del cuarto oscuro. Allí cada uno de nosotros decidirá qué dirigentes prefiere. Y el domingo 22 de octubre a la noche se conocerá la verdad que se resiste a ser develada por las encuestas.
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