Mientras Argentina ganaba la Copa América, hace poco más de un mes, España ganaba la Eurocopa; el mismo día, a la misma hora, aunque diferente huso horario. Como consecuencia, ambos equipos podrán enfrentarse en la llamada Finalissima 2025. Los albicelestes deberán abstenerse de cánticos racistas puesto que la condición albiceleste, más o menos monocroma, más o menos homogénea, no es mejor ni peor que la condición policromática, heterogénea y cosmopolita del equipo rojo.
Del equipo rojo quiero destacar la figura notable de un jugador adolescente, que es todo un prodigio: Lamine Yamal Nasraoui i Ebana, más conocido como Lamine Yamal, o simplemente Lamine. Una curiosa coincidencia une a Lamine Yamal con Lionel Messi: el dorsal 19. En efecto, Messi usó este dorsal durante tres temporadas en el Barça (2005-2008) y el mismo dorsal usa ahora Lamine en el equipo catalán. El Fútbol Club Barcelona, el Barça, no es una SAD, es decir una Sociedad Anónima Deportiva, sino una asociación deportiva no mercantil, y entonces la propiedad del club la tienen en partes iguales sus más de ciento cuarenta mil socios.
Lamine tiene 17 años recién cumplidos. De piel morena, rostro característico y pelo hirsuto, este chico es hijo de padres africanos: su padre es de Marruecos y su madre es de Guinea Ecuatorial. Siendo así, este jugador tal vez hubiera despertado ciertos menosprecios por sus orígenes raciales, tal como pasó con otro brillante jugador, también de origen africano, Kylian Mbappé, que poco antes había tenido la valentía de posicionarse, en público, en contra de la extrema derecha, xenófobos y racistas, justo antes de las últimas elecciones francesas. Por él, y por otros, la extrema derecha no ganó en Francia, aunque sí ganó en Argentina.
Lamine se crio en Rocafonda, un barrio pobre y problemático de la ciudad de Mataró, a unos 30 kilómetros de Barcelona. La ciudad de Mataró se extiende sobre la falda de una colina que baja hacia el mar Mediterráneo. Las zonas próximas al mar son las más caras, grandes edificios miran al mar, la estación del tren está justo delante de ellos. Luego, una larga costanera, en gran parte arbolada, separa la ciudad de la playa.
El barrio de Rocafonda, alejado del mar, es quizá el peor barrio de la ciudad. Densamente poblado, cosmopolita y heterogéneo, allí viven algo más de 3.000 chicos. Hay pocas casas, predominan los edificios, muchos sin ascensor. Tiene un único centro de salud, que ofrece servicio de pediatría y de enfermería pediátrica de lunes a viernes de 8 a 20 y los sábados de 8 a 17, con turno o sin turno.
Con papeles o sin papeles, vengan de donde vengan y tengan el color que tengan, todos los chicos de Rocafonda tienen acceso gratis al centro de salud, y luego a todo lo que su salud necesite. Y a la escuela. Y también al Fútbol Club Rocafonda, cuyos jugadores entrenan en una cancha de propiedad municipal; de sus 19 divisiones, la primera juega en tercera de la Liga de España.
En Rocafonda entienden que invertir en la infancia es un buen negocio. El objetivo es que el niño pobre tenga buena salud y buena educación para que deje de ser pobre, y sea luego un adolescente sano, y más tarde un adulto que trabaje y pague impuestos, y sea feliz. Y que todos en el barrio vivan con tanta paz y seguridad como sea posible. Se trata de invertir dinero, esfuerzos y buena gestión para evitar que la pobreza y la inseguridad lleven a más pobreza y a más inseguridad.
Lamine está orgulloso de su barrio, y lo manifiesta en cada gol que hace. Aunque su historia no suena extraña en Argentina, el caso de este jugador es particular por causa de su condición étnica. Y sin duda muestra una lección que conviene aprender. El racismo es inadmisible, en todas sus formas, y más aún si cabe cuando quienes lo protagonizan son personas que deberían dar el ejemplo. En cambio, ya desde la infancia, la integración de quien es diferente, por el motivo que sea, nos hace ricos, y sabios. Lo demás nos avergüenza.
Hay que invertir entonces en la infancia, en educación y en salud, y en comida. No obstante, desde la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad Católica de Santa Fe (FCS-UCSF) nos dicen que, en Argentina, los adultos comen mejor que los chicos. Esto es para preocuparse, y para mirarse al espejo, padres y políticos. Además de asegurarles el acceso fácil a la salud y a la educación, los chicos necesitan recibir una alimentación adecuada, que es aquélla que les permite un desarrollo físico e intelectual acorde con sus necesidades, y con las de todo el barrio.
"El patrón alimentario de los niños y adolescentes es menos saludable que el de los adultos, con mayor porcentaje de energía proveniente de productos ultraprocesados". Es lo que afirman varias profesionales de la FCS-UCSF en una investigación que este mes publica la Sociedad Argentina de Pediatría (*). Explican que en la dieta infantil argentina abundan los productos que no alimentan sino que condicionan obesidad, y que faltan más verduras y más frutas. Y que abundan las siempre innecesarias bebidas azucaradas. Los datos en los que se basan son anteriores a la pandemia y, por tanto son de antes de la crisis actual, y por este motivo se puede pensar que la situación es hoy aún peor.
No se trata tanto de cantidad de comida como de calidad. Y esto no quiere decir caro, porque la buena comida sale más barata que la mala, aunque requiere un cierto tiempo de cocinar. Un guiso de arroz es mejor alimento, y más barato, que cualquier alimento ultraprocesado. La carne no es obligada, puesto que las proteínas, que sólo deben ser una pequeña parte de lo que se come, pueden proceder de fuentes más baratas. La leche, las frutas, las lentejas y los garbanzos, y los purés de verduras son siempre bienvenidos. Y el pan es mejor que las galletitas y los alfajores.
Las citadas investigadoras de Santa Fe también constatan, y por tanto confirman, lo que ya se sabe: que la calidad de la comida es peor en los hogares con menos recursos y en las familias cuyos padres no tienen más que estudios primarios. Así, entonces, la mala alimentación, con todas sus consecuencias a corto y largo plazo, continúa que se relaciona con la pobreza y con la poca escuela, y por tanto con la mala salud. Esto no es una novedad, pero ahora esta realidad cuenta con el aval científico de la Universidad Católica de Santa Fe.
Hay que invertir, insisto, en la infancia. En salud y en educación infantil. El sacrificio no debe recaer en los hombros de la infancia y la adolescencia puesto que sería como escupir para arriba. Ni se debe eludir el tema, ni utilizar ciertas palabras o expresiones que ocultan lo que en realidad se debe decir. Hablar claro es lo primero. Hablar turbio, en cambio, inspira desconfianza, o incluso la certeza de que otra vez intentan engañarte.
Como conclusión, las investigadoras recomiendan abordar la cuestión alimentaria de una manera integral, y centrada en cada entorno, a fin de "reducir las desigualdades en el acceso a una alimentación de calidad".
(*) "Desigualdad en las prácticas de lactancia y alimentación complementaria en la Argentina, según nivel de ingresos del hogar". Archivos Argentinos de Pediatría (Sociedad Argentina de Pediatría), agosto de 2024.
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