En estas semanas, ha levantado mucha polémica la decisión tomada por Puffin Books de hacer adecuaciones políticamente correctas a la obra de Roald Dahl para no herir susceptibilidades del público lector (por no decir consumidor) y, por sobre todas las cosas, para no desacelerar las ganancias que la obra del autor aún genera. Puffin Books contó con la colaboración de "Inclusive Minds", una organización cuya misión es "derribar barreras y desafiar los estereotipos para garantizar que todos los niños puedan acceder y disfrutar de grandes libros que sean representativos de nuestra diversa sociedad". Esta organización aclara que no edita ni reescribe textos. Cuenta con "embajadores de inclusión" que brindan información relevante durante el proceso de escritura y edición. Unos se autoproclaman adalides de la corrección política y otros camuflan su avaricia detrás de esta sanitización de los clásicos.
Estas decisiones editoriales (empresariales) amenazan con hacer perder la esencia de la obra de Dahl o de cualquier otro futuro candidato. Se me ocurre una comparación disparatada: "higienizar" los textos del autor inglés se asemeja a la absurda tarea de presentar a un Neandertal bañado, depilado, afeitado, peinado, perfumado, sin taparrabos, con traje y corbata. ¿Por qué? Porque los niños y jóvenes del siglo XXI se pueden traumar ante tanto salvajismo prehistórico. O tal vez, pueden emular sus primitivas costumbres e irse a vivir a las cavernas nuevamente (aunque acompañados por sus smartphones). Presentado de este modo, ese cavernícola en smoking queda desfigurado. En otras palabras, si podamos lo "incómodo" de Dahl, adulteramos su esencia. Sus textos pasarían a ser una suerte de jugo de naranja demasiado aguado. Ni chicha ni limonada.
Dahl es un irreverente. Su obra tiene condimentos provocativos: sus lectores son interpelados constantemente. Las apariencias engañan. Detrás de las piruetas de personajes bufonescos o de las peripecias de ciertos estereotipos de la literatura, sobrevuela un tufillo incómodo; las miradas de sospecha florecen porque algo perverso, desagradable y asqueroso revolotea detrás de cada vuelta de página. Algo así como lo que esconde la fachada del payaso de "IT".
En una reseña hecha por Marcela Carranza para "Imaginaria" leemos: "Dahl parece dispuesto a provocar a los adultos al ofrecer a los niños contenidos que riñen con la moral que se supone debemos transmitirles, enfrentándose mediante la ironía y el humor negro a las reglas que definen una 'literatura adecuada' para niños. El humor grotesco de estas historias poco correctas se ve exacerbado por las ilustraciones de su habitual compañero de trabajo Quentin Blake."
Mirá también¡Peligro, los libros de Roald Dahl muerden!Veamos el caso de "Los Cretinos": como su apellido indica, son seres retorcidos, desprolijos, sucios, descarados, brutos y malvados miremos por donde miremos. La Señora Cretino camina con un bastón que usa para azotar animales y niños. Así se la describe: "¿Has visto alguna vez una mujer con una cara tan fea como ésta? Lo dudo. Pero lo curioso era que la Señora Cretino no había nacido fea. La fealdad se había ido apoderando de ella año tras año a medida que envejecía. ¿Por qué había sucedido esto? Yo te diré por qué. Si una persona tiene malas ideas, empieza a notarse en su cara. Y cuando esa persona tiene malas ideas cada día, cada semana, cada año, su cara se va poniendo cada vez más fea hasta que es tan horrible que apenas puedes soportar el mirarla".
El Señor Cretino es una barba-con-hombre; come pájaros que caza con pegamento que aplica en el Árbol Muerto de su patio. En una ocasión, unos chicos traviesos se trepan a ese árbol y, como las aves, quedan adheridos; el Señor Cretino ve con buenos ojos hacer un pastel de carne de niños. Afortunadamente, los pequeños logran huir desnudos porque se despojan de sus ropas que quedan pegadas en las ramas.
Los Cretinos son seres tan aborrecibles que todos gritan "¡Hurra!" cuando la pareja se encoge y desaparece de la faz de la tierra.
Insisto: en muchos casos, lo "políticamente correcto" depende del ojo con que se mire. Volver al pasado para "corregirlo" no es gratis. Transfigura ese pasado y nuestro presente: ¡nos transfigura! El que ha entendido a la perfección este juego es Finn Garner en su libro: "Cuentos infantiles políticamente correctos". Allí parodia a los "lectores de sensibilidad" y, en tal dirección, corrige los clásicos hasta reinventarlos. En la introducción de su obra, responde con ironía y más literatura a los obsesivos emprolijadores de nuestra herencia cultural: "No cabe duda de que, cuando fueron originalmente escritos, los cuentos en los que se basan las siguientes historias cumplían con una función determinada, consistente en afianzar el patriarcado, distraer a las personas de sus impulsos naturales, 'demonizar' el 'mal' y 'recompensar' el 'bien' 'objetivo'. Por más que lo deseemos, no es justo culpar a los Hermanos Grimm de su insensibilidad ante los problemas de la mujer, las culturas minoritarias y el entorno natural. Del mismo modo, debemos comprender que en la farisaica Copenhague de Hans Christian Andersen apenas cabía esperar simpatía alguna por los derechos inalienables de toda sirena. Hoy en día, tenemos la oportunidad -y la obligación- de replantearnos estos cuentos 'clásicos' de tal modo que reflejen la ilustración de la época en que vivimos, y tal ha sido mi propósito al redactar esta humilde obra. Si bien su título original -"Cuentos de Hadas de la Era Moderna"- fue inmediatamente descartado por razones obvias (loor a mis editores por haber sabido señalar lo tendencioso de mis perspectivas heterosexuales), creo que se trata de una colección única en su género. Sin embargo, no es más que el comienzo: ciertos cuentos, tales como 'El patito que logró verse juzgado por sus propios méritos y no por su aspecto personal', se han visto eliminados por motivos de espacio".
Tal vez, si seguimos la lógica de Puffin Books y sus fiscales de la cancelación, podamos "purgar" a Dahl para aggiornarlo a los tiempos que corren. Tal vez podamos someter a Dahl a un largo, "merecido" y exitoso proceso de corrección política. Sin embargo: ¿No hay cosas peores que las irreverencias de Dahl en la web o en los realities de moda?
Este asunto nos interpela como mediadores culturales (educadores dispersos en múltiples espacios): ¿Qué menú cultural variado y nutritivo ponemos ante los ojos de nuestros hijos y alumnos? ¿Cómo evitamos darles todo precocido, pelado, hervido y hecho papilla? ¿Cada tanto hacemos un justo espacio a la comida chatarra porque una dieta de puras "verduritas" puede resultar agobiante? ¿Cómo hacemos para abrir el juego sin que nuestras obsesiones y prejuicios los sofoquen? Tal vez puedan servir como guía estas palabras de Savater en su libro "Ética para Amador": "Su objetivo no es fabricar ciudadanos bienpensantes (ni mucho menos malpensantes) sino estimular el desarrollo de librepensadores".
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