Por Jorge Bello
Se sabe que el bebé que es hijo de una madre que no terminó la secundaria tiene más posibilidades de enfermar, incluso de morir, antes de llegar a los 5 años de edad, que el bebé que es hijo de una madre que sí pudo completar la secundaria.
Por Jorge Bello
La policía trajo el bebé a media tarde, no tendría ni seis meses, y en la frente tenía ya clavado el estigma del dedo acusador. Eran dos policías. El mayor, un hombre de mediana edad, tirando a morocho, era quien traía el bebé en brazos, y lo traía como quien hace tiempo que no tiene un bebé en brazos.
Grande y corpulento, un poco morocho, el bebé se revolvía en los brazos del policía, pero no lloraba. Los padres venían detrás, muy jóvenes los dos, poco más que adolescentes, con aspecto de mal vestidos, ella sin mucho peinar, él con las manos sucias.
El bebé miró al médico y en seguida supieron los dos que se entenderían. La mamá tenía los ojos húmedos como quien ha llorado o está a punto de hacerlo. El otro policía, tirando a gringo, tal vez demasiado joven, tenía los ojos húmedos como quien ha llorado o está a punto de hacerlo, y no sabía bien qué hacer, y no podía dejar de pensar en su hijo, más o menos de la misma edad pero más delgado y de pelo rubio.
El dedo acusador deja una marca en la piel a la cual señala. Es un estigma difícil de borrar. Es un obstáculo que dificulta tanto el presente como el futuro. El policía dejó el bebé en la camilla. Lo dejó sentado, pero el bebé, incapaz aún de mantenerse sentado, cayó hacia un lado.
El médico lo sujetó, el bebé reía y pensaba en las cosas que hay que aguantar. "Dicen que le han pegado, tiene manchas por todas partes", dijo el policía con cara de resignación, como quien ya sabe de qué se trata.
Mirándolo a los ojos, el médico le sacaba la ropa. Era ropa barata. El bodi, antes blanco, había perdido casi toda su blancura, y ya le quedaba chico. Desnudo, le dió la vuelta. Boca abajo, el bebé apoyó los brazos y levantó bien alta la cabeza, y miraba la escena como quien ya está acostmbrado.
Y allí, bien a la vista estaban las manchas azulinas, aquéllo que alguien pensó que del delito eran la prueba. Manchas, máculas de color entre azul y gris, de tamaño diverso, en las nalgas y un poco más arriba, sobre la columna; y también en ambos hombros, y en uno de los pies, en el empeine y en el tobillo.
Ya se sabe que el bebé que es hijo de una madre que no terminó la secundaria tiene más posibilidades de enfermar, incluso de morir antes de llegar a los 5 años de edad, que el bebé que es hijo de una madre que sí pudo completar la secundaria. Lo mismo se puede decir del padre.
Ahora, un informe (*) que recopila información de muchos países ricos y pobres, Argentina entre ellos, confirma una vez más esta realidad, en la cual el nivel educativo demuestra tener una estrecha relación con el nivel socio-económico presente y futuro, y en consecuencia con la salud.
En este contexto, señalar con el dedo sin argumentos suficientes o basándose sólo en la propia opinión es una actitud que no construye, y lo que hoy necesitamos es construir.
Como quien tiene hematomas, como quien tiene golpes por maltrato, y los expone a la vista de todos, el bebé hizo un movimiento oportuno con uno de sus brazos y en un instante se giró sobre sí mismo y quedó así boca arriba, y reía, y balbuceaba como balbucean los bebés sin saber que en realidad son los otros quienes balbucean.
El médico sonrió a su vez y le entregó el bebé a su madre, que rápido lo vistió, y con su bebé en brazos salió corriendo, y se sintió que se perdía el sonido de sus pasos por el pasillo. Con cada curso lectivo que pierde, un chico o una chica adolescentes, se incrementa en casi un dos por ciento la posibilidad de que el bebé que tengan, cuando lo tengan, no llegue a cumplir los 5 años de edad.
La escuela, la educación, la formación en general y la formación para las cosas de la vida en particular, son entonces asuntos más importantes, más relevantes, tienen más trascendencia de lo que parece, de lo que se dice. Entonces, antes de levantar el dedo acusador hay que saber, hay que pensar, hay que mirarse al espejo.
El policía morocho ya lo sabía, el policía gringo todavía no. Más de una vez ha pasado que las mal llamadas manchas mongólicas que presentan ciertos bebés de piel tirando a morocho se confunden con hematomas. Y esto desencadena una acusación de maltrato. No son nada.
Escuela primaria y escuela secundaria son mucho más que aprender ciencias y matemáticas. Es la gran oportunidad que tenemos para que las cosas cambien aquí alguna vez. Es necesario arremangarse y construir, entre todos, porque hay mucho por hacer. Y hay muchos que esperan.
(*) "Parental education and inequalities in child mortality: a global systematic review and meta-analysis" The Lancet, 10/06/21. Véase también: "Parental education's role in child survival" The Lancet, 10/06/21. Y también: "En Santa Fe se enfermaron solo 0,7% de los alumnos durante las clases presenciales (...) En cuanto a docentes y asistentes escolares, la cifra es de 4,7%" El Litoral, 08/06/21.
El dedo acusador deja una marca en la piel a la cual señala. Es un estigma difícil de borrar. Es un obstáculo que dificulta tanto el presente como el futuro. El policía dejó el bebé en la camilla. Lo dejó sentado.
Con cada curso lectivo que pierde un chico o una chica adolescentes, se incrementa en casi un dos por ciento la posibilidad de que el bebé que tengan, cuando lo tengan, no llegue a cumplir los 5 años de edad.