"La sucesión rápida de noticias breves y fragmentadas produce un doble efecto negativo de sobreinformación y desinformación". Ignacio Ramonet.
"La sucesión rápida de noticias breves y fragmentadas produce un doble efecto negativo de sobreinformación y desinformación". Ignacio Ramonet.
Frente al monitor, con la cabeza en blanco, similar a la representación digital de la hoja que tengo como tapiz, dispongo a clarificar las ideas. Es casi imposible llegar a un estado de concentración absoluta cuando es el celular quien emite cada cierto tiempo la notificación de un mensaje o la insistencia de una llamada entrante; casi inusual en estos días donde la charla se decodifica en mensajes de audio o en textos acotados y/o emoticones que, persuasivamente y en base a la costumbre y al uso siempre eficaz de la simplificación, terminamos adoptando. Entreverados entre "millennials" y "centennials" vamos adoptando términos y palabras, siglas y hasta onomatopeyas para comunicar algo. La gran mayoría de estas expresiones, verbales o no, son importadas; porque en este cada vez más globalizado mundo, los términos y las voces se van modificando permanentemente, con un dinamismo que hasta a veces preocupa. A lo largo de la historia, la juventud siempre ha ido adoptando ciertos términos o palabras cuyo significado los identificaba etariamente ante sus semejantes, asumiendo a través de su uso el lugar y el sentido de pertenencia. Estos términos utilizados en su origen como al principio entre un grupo reducido, a modo de código, termina asimilado que a lo largo del tiempo termina masificado, formando así parte del lenguaje común. También existen términos que luego quedaron en desuso, pero también hay otros que sobrevivieron a través del tiempo instalándose en las nuevas generaciones; a veces, esta jerga joven, retoma vocablos utilizados décadas atrás y vuelven resignificados. Hace años atrás, antes del advenimiento de la internet, la principal fuente de estas expresiones era la televisión por cable y los demás medios de comunicación, como la radio y la prensa escrita. Desde que la televisión paga hizo su incursión, primero por cable, y luego satelital, pudimos entrar en un mundo ajeno, globalizado en el contenido, pero segmentado por edades. El menú, que aún se sirve del mismo modo, incluía canales de información; canales deportivos; películas y series; de interés general; de cocina; para niños, educativos y documentales; y claro, canales de música. Después se diversificaría un poco más, incluyendo canales de aire latinoamericanos, alemanes; canadienses, franceses; italianos; religiosos; de venta directa y de novelas. Todo eso antes del "streaming" que fue el paso casi obligatorio en eso de andar compartiendo y recibiendo datos, esta vez, en formato de películas y series, que instalaron el verbo "maratonear" pero eso es otra historia, que será contada en capítulos… Los canales de música tuvieron mucho que ver en la rapidez de ciertos usos, ciertas nomenclaturas y hasta conductas sociales, pero todo cambió a finales de los noventas, cuando hizo su ingreso la internet.
El mundo globalizado por las ideas y las telecomunicaciones, de repente se transformaba en uno solo a través de la Web. La novedad solo estaba dada por la multiplicación de información, la posibilidad de navegar virtualmente a un lugar en el mundo, bajar películas o juegos y hasta la posibilidad de conocer a alguien a través de las salas de chats que hicieron furor a principios del nuevo siglo, ese fue el comienzo. Se estaba gestando la sociabilización virtual. Millones de usuarios entraban a "salas" de chat que se dividían por gustos musicales, por géneros, por preferencias sexuales o por país y provincias. Salas atestadas de variopintas personas usando un apodo, conocido como "Nick", y la posibilidad de adaptar algún personaje gráfico, conocidos como "avatar" y así pasar horas conociendo gente, charlando (chateando) con el propósito, siempre latente, de entrar al "privado", que era una ventana independiente, privada, que se abría para una charla íntima, de dos. Si había suerte y existía una verdadera conexión sumada a una cercanía geográfica, el encuentro era casi inevitable. Las salas de chats posibilitaron los programas de mensajería directa; los más conocidos: el Messenger de Microsoft y el Yahoo!
Las salas de chats, los mensajes multimedia y el inminente ingreso de los dispositivos móviles inteligentes fueron los elementos que confabularon para lo que se venía: Las redes sociales.
A modo de chupete electrónico, eso que se decía cuando los padres ponían a sus hijos frente al televisor para que no molesten, los celulares inteligentes ingresaron a nuestras vidas. Se instalaron como objeto primordial en la cotidianeidad de nuestros más íntimos actos. Con el celular podemos hacer de todo, trabajar, divertirnos, informarnos, comunicarnos y hasta despertarnos. Ese objeto del deseo que llevamos intrínsecamente en nuestro cuerpo, como un órgano, una extremidad. Nuestros hijos aprenden más rápido a usar el celular que a caminar o hablar. "Vienen configurados" decimos a modo de justificación; "es que ellos traen otro chip" como para seguir justificando nuestro accionar al darle un aparato que los lleva a aislarse del contexto, al menos visual, por estar concentrados en esa pantallita llena de colores y sonidos.
La adolescencia adolece de por sí eso de estar comunicándose con el entorno adulto, es imaginable lo que sucede al portar estos preciosos aparatitos que se pueden reconfigurar a la personalidad de estos inquietos púberes que tienen el poder de hacer lo que quieren entre sus dedos. Más que nada reírse como autómatas y mover los dedos a una velocidad sorprendente. La fotografía es casi inverosímil, ejemplo: mesa de cinco personas en una casa de comida rápida, todos los comensales con la mirada puesta en sus celulares, la charla, la comunicación verbal es inexistente; ellos hablan a través de sus aparatos y comentan solo lo que ven, y quizás de vez en cuando se los muestra a los demás, comentario previo. En nivel de diálogo coloquial es casi nulo. El cinismo de este hecho recae en que un aparato que fue creado para comunicar, termina siendo la herramienta que anula justamente esa premisa.
Nos acostumbramos a comunicarnos menos con una herramienta de comunicación. Con todo un universo para compartir y dialogar, nos vemos sometidos a hablar cada vez menos, a ver cada vez menos a nuestros semejantes. Nos quedamos con los títulos. Compramos la imagen impactante. Aceleramos los audios para escuchar lo menos posible. Nos estamos acostumbrando a simplificar las palabras en un emoticón o con un símbolo.
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