Por Juan Pablo Bustos Thames
Manuel Belgrano es, sin lugar a dudas, una de las personalidades más puras que vieron la luz en nuestro suelo; y sin el cual sería prácticamente imposible rememorar nuestra gesta de lucha para constituirnos en una nación independiente. Tanto es así que su primer biógrafo de relevancia, el ex presidente Bartolomé Mitre, entrelazó la narración de la Historia de la Independencia Argentina, con el estudio de la biografía de Manuel Belgrano, justificándolo de este modo: “Combinada la biografía con la historia, el argumento del libro es el desarrollo de la idea de independencia, desde sus orígenes, á fines del siglo pasado, hasta la descomposición del sistema colonial, en 1820, en que acaece la muerte de nuestro héroe, esplicando, en el curso de la narración, lo que esa idea debe á Belgrano”. Es más, explica acertadamente Mitre que “La vida de Belgrano está tan identificada á la vida del pueblo á que consagró su existencia toda, que es imposible escribir la una sin historiar la otra. Sin pertenecer precisamente al número de aquellos grandes hombres, que dominan y resumen una época, á la que imprimen el sello de su génio. Belgrano es una de aquellas figuras simpáticas, que, bajo cualquier punto de vista que se miren, se destacan en relieve, haciendo converger hacia ellas, los rayos luminosos de la historia”. El valor del ejemplo El valor moral de Belgrano trascendió tanto a sus compatriotas, que un relevante contemporáneo suyo, el general inglés John Miller, que sirviera a las órdenes del Gral. San Martín lo describió así: “Belgrano fue uno de los hombres más liberales, más honrados, más desinteresados que ha producido la América del Sud”. El primero en escribir sobre la vida del creador de la Bandera Argentina fue el propio Manuel Belgrano; quien hacia 1814 empezó a redactar su “Autobiografía”. La obra consta de tres partes. La primera abarca cuarenta años de su vida: desde su nacimiento, en 1770, hasta la Revolución de Mayo (1810). La segunda comprende su campaña al Paraguay, la cual quedó trunca. La tercera narra sus peripecias antes de la Batalla de Tucumán; inconclusa también. La primera parte de la Autobiografía del prócer fue originariamente publicada como Apéndice del Primer Tomo de la trascendente obra de Mitre: “Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina” (1857). La segunda y la tercera partes fueron publicadas como apéndices, al fin del Primer Tomo de las “Memorias Póstumas” del Gral. José María Paz (1855). ¿Cómo llegó la primera parte de la Autobiografía de Belgrano a manos de Mitre? Explica el ex presidente que el manuscrito originario, por algún motivo, terminó en poder de Bernardino Rivadavia, íntimo amigo del prócer; quien lo conservó “entre sus papeles hasta 1841, época á que pasó á poder de D. Florencio Varela”. De este original, luego extraviado, salió el texto publicado que conocemos hoy. Belgrano inicia su autobiografía con un aviso: “Nada importa saber ó no, la vida de cierta clase de hombres que todos sus trabajos y afanes los han contraído a sí mismos, y ni un solo instante han concedido a los demás; pero la de los hombres públicos, sea cual fuere, debe siempre presentarse, ó para que sirva de ejemplar que se imite, ó de una lección que retraiga de incidir en sus defectos. Se ha dicho y dicho muy bien que el estudio de lo pasado enseña cómo debe manejarse el hombre en lo presente y porvenir; porque, desengañémonos, la base de nuestras operaciones, siempre es la misma, aunque las circunstancias alguna vez lo desfiguren”. Reconoce el prócer, con sensatez, que a nadie le interesa saber sobre la vida de aquellas personas que en sus vidas únicamente se han interesado por sí mismos; sin haberse nunca brindado a los demás. Reconociéndose un hombre público de su época, Belgrano se preocupa por cómo quedará su memoria para la posteridad, y resuelve aportar su propia versión de los hechos que le ha tocado protagonizar. Escribió para ser útil a sus compatriotas. Prosigue justificándose: “Yo emprendo a escribir mi vida pública, puede ser que mi amor propio acaso me alucine, con el objeto que sea útil a mis paisanos, y también con el de ponerme a cubierto de la maledicencia; porque el único premio á que aspiro por todos mis trabajos, después de lo que espero de la misericordia del Todo-Poderoso es conservar el buen nombre que desde mis tiernos años logré...”. Efectuadas estas precisiones, nos habla de su venida al mundo: “El lugar de mi nacimiento es Buenos Aires; mis padres D. Domingo Belgrano y Peri, conocido por Pérez, natural de Onelia, y mi madre Da. María Josefa Gonzales Casero, natural de Buenos Aires. La ocupación de mi padre fue la de comerciante, y como le tocó el tiempo del monopolio, adquirió riquezas para vivir cómodamente y dar a sus hijos la educación mejor de aquella época”. Mitre nos brinda mayores datos: “... Tuvo siete hermanos varones y cuatro mujeres. Los primeros siguieron con honor las distintas carreras de las armas. del sacerdocio. de la magistratura y del comercio. ocupando varios de ellos algunos puestos elevados en la administración del Estado y en las Asambleas Legislativas. Él, que era uno de los menores, fué bautizado en la Iglesia Catedral de Buenos Aires, al día siguiente de su natalicio, con el nombre de Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús”. Orígenes familiares Su padre había nacido en Oneglia, un caserío en Liguria, al norte de Italia. Los abuelos paternos de Belgrano eran Carlos Félix Belgrano y María Gentile Peri. En la familia destacaban los funcionarios públicos al servicio del Ducado de Saboya, el Reino de Cerdeña o la República de Génova. Los Belgrano llevaban en sus genes el servicio a su patria. De joven, el padre de Manuel se mudó a Cádiz, importante enclave comercial europeo; y de allí pasó al Río de la Plata en 1750; donde, aprovechando sus contactos gaditanos, se dedicó al comercio con Europa y Brasil, prosperando económicamente. A poco de llegar mutó su segundo apellido, “Peri”, al castizo “Pérez”. El 4 de noviembre de 1757 se casó con María Josefa González Casero en la Iglesia de la Merced. Ese matrimonio le permitió integrarse plenamente a la sociedad colonial porteña de la época. Un año antes del nacimiento del futuro general, en 1769, don Domingo obtuvo carta de ciudadanía española. En 1772 el gobernador Juan José Vértiz lo designó capitán en razón de su mérito, celo y conducta. En 1778 ingresó en la administración de la Aduana de Buenos Aires. En 1781 fue elegido regidor, alférez real y síndico procurador general del Cabildo de Buenos Aires; posiciones sólo reservadas a destacados vecinos locales. Apoyó con entusiasmo el establecimiento del Consulado en Buenos Aires; del cual su hijo Manuel sería luego designado Secretario Perpetuo. Con posterioridad, competidores monopolistas acusaron injustamente a don Domingo de contrabandista; lo cual lo sumió en la desgracia; sufriendo, desde entonces, un injusto apartamiento social por parte de los demás comerciantes. Luego fue sometido a un largo y penoso proceso judicial; donde no se llegó a probar ninguno de los cargos que se le imputaban. Pese a lograr rehabilitar su buen nombre y honor, don Domingo no volvió a ser el mismo. No consiguió recuperar su posición económica y social, y sumido en depresión, falleció el 24 de septiembre de 1795 (en la misma fecha en que su hijo se cubriría de gloria, 17 años después, en la Batalla de Tucumán). Fue sepultado en la iglesia de su barrio, Santo Domingo, con el hábito dominico; pues era hermano “prior” de la misma. Tal vez este enfrentamiento de su padre con el establishment monopolista colonial llevó a Manuel a adoptar con más fervor los principios de libertad de comercio, que luego esbozaría en los distintos trabajos y cargos públicos que ocupara. Por su parte, la madre de Manuel Belgrano nació en Buenos Aires. Su padre, Juan Manuel González Islas, era un santiagueño radicado en Buenos Aires (de allí el afecto que Belgrano tenía por Santiago del Estero, donde donó una escuela). Don Juan Manuel se casó el 2 de abril de 1741 con Inés Casero; abuelos maternos del prócer. De este matrimonio nacería, dos años después, María Josefa González Islas y Casero, futura madre del creador de la bandera. Doña María Josefa provenía de una distinguida familia de Buenos Aires. Era caritativa y piadosa; cualidades que transmitió a sus hijos. Su familia fundó el Colegio de Huérfanas de San Miguel. Falleció en Buenos Aires el 1º de agosto de 1799. Fue sepultada, como su marido, en la Iglesia de Santo Domingo, de cuya orden fue tercera. Igual que sus padres, nuestro prócer pediría, a su término, ser también sepultado en esa misma iglesia. Una familia que acunó a patriotas Los testamentos de los padres del prócer mencionan que el matrimonio tenía 12 hijos: Carlos José, José Gregorio, Domingo Estanislao, Manuel, Francisco, Joaquín, Miguel, Agustín, María Josefa, María del Rosario, Juana, Juana Francisca Buenaventura y María Florencia. Empero, distintos historiadores aumentan o disminuyen esa cifra. Uno de los hermanos, el doctor Domingo Estanislao Belgrano Pérez, fue sacerdote. Otros, como Francisco, José Gregorio y Carlos José, tuvieron destacada actuación durante la gesta de la Independencia. En el seno de esa familia nació a la vida Manuel Belgrano, quien, como diría Mitre, “es el eslabón de la cadena que une las tradiciones coloniales á los principios revolucionarios; representando, en ambas épocas, un rol conspicuo, como hombre de iniciativa por el pensamiento y por la acción; dominado siempre por la pasión del bien, y siempre dominando á sus contemporáneos por la elevación de su carácter, y la austeridad de su virtud”. El alma más noble y pura, sin dudas, dentro de nuestros Padres Fundadores, que nos dieron la Patria.