La noche tiene una relación íntima y auténtica con cada uno de nosotros, que ni siquiera puede imaginarse desde la claridad diurna, acostumbrada a la apariencia y la impostura social. Se sabe que "cuando nos inventamos en la noche/ quedamos tan espléndidos/ que no nos reconocen" (Mario Benedetti). Entablamos, incluso, un vínculo de confianza, una comodidad mutua, al punto que somos "como un pozo en cuyas aguas/ la noche deja sus estrellas/ y sigue sola por el campo" (Pablo Neruda). Esta complicidad alcanza hasta el ruego que le hizo Alejandra Pizarnik: "No me entregues,/ tristísima medianoche,/ al impuro mediodía blanco".
Desconocemos al que somos en la noche abismal tanto como ignoramos sobre ella - "el universo de esta noche tiene la vastedad/del olvido y la precisión de la fiebre" (imaginó Jorge Luis Borges)- pero sentimos, igualmente, que la noche nos trata con familiaridad, tal como lo expresa Pizarnik, cuando dice: "Poco sé de la noche/ pero la noche parece saber de mí,/ y más aún, me asiste como si me quisiera,/ me cubre la conciencia con sus estrellas".
Tratar de ingresar a ciertas noches, a las ajenas al descanso y el sueño, puede convertirse en una experiencia singular, aquellas en que "la noche sobrenada a veces su estilo" (Roberto Juarroz), con una intencionalidad y predominio al punto de hacernos sentir irreconocibles. Es cuando la noche "inicia una plástica nueva,/ un lenguaje de distancias distintas,/ un desapasionado volumen/ de informulada pasión" (Juarroz). En esta oscuridad del día concluido -"serena noche, lenta/ procesión de otros mundos" (Gabriel Celaya)- se destacan dos modos de vivencia nocturna: una es el "desconcierto" ; la otra, una particular "omnipotencia", la ampliación de los límites que nos impone la vida diurna.
Hubo un devenir, "a lo largo de sus generaciones/ los hombres erigieron la noche" (Borges) y, luego, sólo cuando habitaron estas dos variantes -el desconcierto y la omnipotencia- el hombre supo convertirse en un "ser nocturno" cada vez que le fue esquivo dormir. A veces, el ingreso a las noches de confusión, de desconcierto, responde a una necesidad, a que "hay momentos en que es preciso renunciar al día./ Solo la noche coincide con nuestra desorientación" (Juarroz).
En otras ocasiones, basta con la simple horizontalidad al dejarse caer y reposar, despiertos, en una fría cama; "caminar impide rumiar interrogaciones sin respuesta, mientras que en la cama se cavila sobre lo insoluble hasta el vértigo" (escribió el filósofo rumano Emil Cioran). No cualquier material resiste en esas noches: "(...) de fierro,/ de encorvados tirantes de enorme fierro, tiene que ser la noche,/ para que no la revienten y la desfonden/ las muchas cosas que mis abarrotados ojos han visto,/ las duras cosas que insoportablemente la pueblan" (Borges).
Nada queda bajo nuestro dominio cuando lo diurno ingresa en la promiscuidad de esta especie de noche: "ya las lustrales aguas de la noche me absuelven/ de los muchos colores y de las muchas formas" (Borges). Despojados, ella comienza a mezclar y cambiar todo de lugar y, sin consentimiento, nos saca de paseo a recorrer senderos desconocidos, mientras "toda la santa noche la soledad rezando/ su rosario de estrellas desparramadas" (Borges).
Ya en esa instancia se es, indudable y plenamente, como recitó Juarroz, un "ser nocturno.// La alegría tiene otro color de noche/ y ya no se confunde/ con los ensalmos despeinados de la felicidad.// La fe tiene otro color de noche/ y apelando a sus múltiples mutaciones/ acorrala a los templos más escondidos.// Tu rostro tiene otro color de noche/ y también tiene otra forma,/ más cerca del amor y de los límites.// Y hasta el día tiene otro color de noche,/ encuentra otro sol en la sombra/ y desprendiendo ya de su linaje/ descubre sus raíces más finas.// Ser nocturno.// Pero la noche no se mueve./ Tampoco tiene color./ La noche está aquí.// Ser es ser noche".
Son difíciles evitar estas noches, tal como la que vivió el personaje Eladio Linacero del escritor uruguayo Juan Carlos Onetti: "(...) toda la noche está, inapresable, tensa, alargando su alma fina y misteriosa en el chorro de la canilla mal cerrada, en la pileta de portland del patio. Esta es la noche. (…) Me hubiera gustado clavar la noche en el papel como a una gran mariposa nocturna. Pero, en cambio, fue ella la que me alzó entre sus aguas como el cuerpo lívido de un muerto y me arrastra, inexorable, entre fríos y vagas espumas, noche abajo" (novela "El Pozo", año 1939).
A sabiendas de estos testimonios, entonces, hay que cavar en las páginas de los atormentados en búsqueda de las secuelas nocturnas. Conductas oblicuas, objetos insólitos, caminos sinuosos, aceptaciones incondicionales, actos valerosos, amores y amistades cristalinas, serán colocados en repisas hasta constituir -de a poco- una arqueología de la noche.
Borges advirtió sobre la dimensión que puede llegar a alcanzar la experiencia nocturna y obsequia algunas reliquias para atesorar: "(...) he sobrevivido a la noche./ Las noches son olas orgullosas; olas pesadas/ y oscuras, abrumadas con todos los tintes/ del despojo, abrumadas con cosas imposibles/ y deseables./ Las noches tienen un hábito de regalos/ misteriosos y de rechazos, de cosas a medio/ entregar, a medio rehusar, de joyas con un/ hemisferio oscuro./ Las noches actúan de esa manera, te lo/ advierto./ El oleaje, esa noche, me dejó los acostumbrados/ retazos y cabos sueltos: algunos odiados/ amigos para charlar, música para los sueños,/ y el humear de amargas cenizas. Cosas que/ no le sirven a mi corazón hambriento".
Esas olas, ese oleaje que es la noche, fue plasmado en "La noche estrellada", que Vincent van Gogh pintó en el año 1889, recluido en un sanatorio. En una carta de septiembre de 1888 dirigida a su hermano Théo, le escribió que tiene "una terrible necesidad de -¿diré la palabra?- de religión, entonces por la noche me voy afuera para pintar las estrellas (…)". En ese óleo sobre lienzo la noche es un estado de ánimo, un vertiginoso remolino con estrellas amarillas y blancas como soles, acompañadas por una luna en cuarto menguante generando ondas a su alrededor como caída en un cielo de agua, todo majestuoso sobre el pequeño pueblo y valle de Saint-Rémy-de-Provence ante la presencia de unos vigorosos y flamantes cipreses.
Pero no siempre la vivencia nocturna es un "desconcierto", las palabras de Van Gogh y esa pintura deparan –además- que en ciertas noches encontramos, inesperadamente, una visión interna y diáfana que nos amplía el espectro de posibilidades en nuestras vidas. Aquellas en que se recorren zonas nunca transitadas, con holgura y seguridad, sintiéndonos omnipotentes. Esta noche brinda potencialidad -"la lógica y los sermones no convencen./ El rocío de la noche/ entra más profundamente en mi alma" (Walth Whitman)-, que es efímera, desde luego, pues es huraña bajo el sol como también se diluye con él, pero mientras dura permite el ensanchamiento de los márgenes de la existencia.
En ese sentido, Cioran expresó: "Debo mis esperanzas a las noches. Sobre las alas de la oscuridad, fuera del espacio, solo entre la materia y el sueño, elevo los aromas de la decepción a fragancias de felicidad. Nada me parece imposible en la noche, ese posible sin tiempo. Todo es más que posible, (…)". No hay confusión, nos vemos y miramos al prójimo y a sus conductas y actos, a los problemas y las cosas del entorno, de un modo cristalino, que conmociona en su contraste con lo diurno. Aquí, incluso, todo lo que tiene peso moral, pesa sin artilugios ni relativizaciones; "no olvides el pudor de la almohada", advierte Benedetti. Es más, en esas noches no sólo se recorren los campos de la moral, también aparecen las generosas superficies de la estética, pues todo lo bello, bellísimo se muestra: "la noche es juvenil cuando se besa/ y si el tacto del cuerpo es más agudo/ la belleza en lo oscuro es más belleza" (Benedetti).
Ninguna de estas vivencias, ya sea el "desconcierto" o la "omnipotencia" de nuestro ser nocturno, se anuncian con anticipación. Nadie sabe cuándo reemplazarán al sueño o el descanso. Sólo hay una previsión posible para cuando ellas se presenten, dejar siempre cerca, por las dudas, un amanecer.
(*) Abogado. Actualmente es Relator Letrado en el Poder Judicial de la Provincia de Buenos Aires.
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