Martín quiere que sigan las clases virtuales en su universidad, para dedicarle más tiempo al emprendimiento con el que gana unos mangos. Valentín pide pasarse a domiciliaria porque en su escuela le hacen bullying porque todavía usa el barbijo por la vergüenza de que le crezcan bigotes. Agustina apaga la cámara en la cátedra virtual de la facultad, porque no se siente cómoda mostrando su casa. Daniela dejó de ir a clases porque tiene problemas de consumo y sufre violencia en su casa.
Estos casos son solo algunos ejemplos que docentes y directivos advierten en jóvenes de la "nueva normalidad". Es que la pandemia, junto con el cierre de los establecimientos para contener el Covid-19, produjo innumerables efectos sobre las adolescencias, tanto en aquellos que se encontraban cursando el secundario, ingresando a la facultad o, incluso, queriendo conseguir un primer trabajo.
A ello se agrega un contexto marcado por altísimos índices de pobreza y violencia cotidiana, que decanta en una convivencia deteriorada. Un combo que coloca a las instituciones educativas en el ojo de la tormenta, generando confrontaciones permanentes entre las obligaciones meramente educativas y la misión de velar por el bienestar social de los jóvenes.
"Trabajamos mucho en el aula con lo que los chicos traen de afuera, pero no alcanza", reconocía una directora recientemente jubilada de una escuela del norte de la ciudad que, durante varios meses, debió afrontar una serie de hechos de gravedad, al punto que la presencial policial dejó de causar sorpresa entre los estudiantes.
Una bocanada de aire fresco fue el regreso, esta última semana, de la feria de las carreras en formato presencial. A la Estación Belgrano se acercó una enorme cantidad de jóvenes de la región, buscando quitarse los miedos que genera terminar su educación obligatoria para pasar a estudiar por pura elección. En los stands depositaron las dudas típicas de tal o cuál carrera que les genera interés, pero también llevaron sus miedos sobre si están en condiciones de lograrlo.
Enfocados en esta titánica tarea se encuentran los equipos de acompañamiento a estudiantes. El domingo pasado, este medio publicó el suplemento Educación SF, que buscó contribuir en la orientación vocacional de los jóvenes para introducirlos al mundo universitario. Allí, las instituciones marcaron que debieron reforzar los programas de tutorías. Lo hacen desde hace tiempo, pero consideran que la pandemia fue una bisagra. Notan dificultades en los aprendizajes, en los técnicas de estudio y hasta en el modo de relacionarse.
Los cambios en las estrategias para prevenir la deserción y fortalecer el paso al nivel superior también provoca una recarga de los adultos a cargo de los programas. "No podemos convocar a estudiantes de los primeros años para que ayuden a los ingresantes porque ellos tampoco caminaron los pasillos", relataba la psicóloga de una universidad sobre la planificación para el próximo año. La contracara fue una actualización docente instintiva, que obligó a incorporar nuevas formas de enseñanza: "Muchos seguíamos con las fotocopias y tuvimos que aprender a preparar una clase para colgarla en la plataforma", confesaba otra profesional de una institución del sur de la provincia.
Vale decir que las autoridades han tomado conciencia de estas dificultades. Así lo plasmaron en los Lineamientos Estratégicos 2022-2027, aprobado por el Concejo Federal de Educación. El plan plantea entre sus objetivos generales el acompañamiento de las trayectorias de estudiantes, y establece como metas que, hacia el final de ese período, el abandono del secundario se reduzca al 3% y la promoción aumente al 88,98% en las secundarias de todo el país.
Ese camino ocurre mientras transitamos nuevamente la discusión de presupuestos para el próximo año. Los distintos niveles de gobierno deben tomar dimensión de la situación y asignar recursos que permitan sostener acciones en el tiempo, para que no dependan únicamente de buenas voluntades que hacen, cada vez, más pesada de cargar la mochila que dejó la pandemia.