Rogelio Alaniz
Después de la toma del poder en Cuba, Ernesto Guevara se transforma en uno de los políticos más importantes de la revolución. Se supone que después de Fidel Castro y de Camilo Cienfuegos, él es el hombre más reconocido. No es poco mérito para el “eterno extranjero”. Guevara no tiene las condiciones de liderazgo de Fidel ni la simpatía y la popularidad de Camilo, pero se destaca por su capacidad de trabajo, su inteligencia y, fundamentalmente sus condiciones de jefe político revolucionario.
Su primera tarea en el poder es la de director de la prisión de La Cabaña. Los fusilamientos de policías, torturadores y colaboradores de Batista que se producen en ese año llevan su marca. Fueron ejecuciones sumarias en la mayoría de los casos. Hubo algunos simulacros de juicio, pero ningún preso del mundo hubiera elegido ese jurado para ser juzgado.
La maquinaria de matar en esos días funcionó a pleno. Se supone que los que morían eran personajes despreciables. El sacerdote simpatizante de la revolución que presenció esas muertes no pensaba lo mismo y así lo escribió años después ¿Eran indispensables los fusilamientos? Para la lógica revolucionaria lo eran. Podría haber habido otras alternativas, se podría haber instrumentado otros medios, pero no lo hicieron.
La revolución estaba ávida de sangre. Ese fue su defecto, dijeron unos; esa fue su virtud, dijeron otros. Veinticinco años después los sandinistas tomaron el poder en Nicaragua y resolvieron no aplicar la pena de muerte a los colaboradores de Somoza. Fue una decisión propagandística que le permitió a los sandinistas presentarse ante el mundo sin manchas de sangre en las manos.
Se dice que los paredones en Cuba fueron la prueba de que la revolución era en serio. Desde entonces revolución y fusilamientos se asociaron para siempre. Había razones históricas que lo explicaban. Desde la revolución francesa en adelante, el terror fue la respuesta de los revolucionarios. ¿Es posible una revolución sin ese componente? Daría la impresión que no. Por lo menos no se conoce una revolución sin el terror revolucionario.
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