Por María Teresa Rearte

En este tiempo de Cuaresma, los cristianos no deben dejarse arrastrar por la marea que descalifica y que ignora a Cristo. El Cristianismo tiene una enseñanza moral que no se reduce a la dimensión ética.

Por María Teresa Rearte
En preparación a la Pascua, el tiempo de Cuaresma nos ha llamado a la conversión para conmover la tibieza de nuestro corazón, en medio de la frivolidad mundana que lleva a vivir como si Dios no existiera.
La historia de la santidad cristiana registra testimonios de conversión y santidad que es bueno recordar. El más destacado del paso del pecado a la gracia ha sido el de San Agustín.
No obstante quiero mencionar lo que Santa Teresa de Jesús refiere de sí misma, por la ayuda que puede prestar para examinar nuestra conciencia. La santa de Ávila decía: "De pasatiempo en pasatiempo, de vanidad en vanidad, de ocasión en ocasión, a meterme tanto en muy grandes ocasiones y andar tan estragada mi alma en muchas vanidades. (…) Dábanme gran contento todas las cosas de Dios; teníanme atadas las del mundo. Parece que quería concertar estos dos contrarios, tan enemigo uno de otro como es vida espiritual y contentos y gustos y pasatiempos sensuales."
También quiero aludir al clima cultural y mundano y a algunos medios como sus voceros en su posicionamiento con relación a la Iglesia. De la que reiteradamente hablan mal.
Los cristianos no debemos dejarnos arrastrar por esa marea que descalifica. Y que ignora a Cristo. Por otra parte, el Cristianismo tiene una enseñanza moral. Pero no se reduce a la dimensión ética. Los cristianos no seguimos a Kant, para quien el ideal moral cuenta más que la persona de Cristo.
La pregunta de Cristo a los discípulos: "¿Quién dicen los hombres que soy yo? (…) Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?", (Mc 8, 27-29) se reitera para cada generación. Y es central para la vida cristiana, porque lo que recorremos y celebramos estos días en la fe es el camino pascual de Cristo. Su Pasión, Muerte y Resurrección.
CENA, CRUZ Y RESURRECCIÓN
La celebración de la Pascua nos recuerda que la Iglesia primitiva tradujo la palabra Pascha como "paso". Y de este modo significó el camino de Jesucristo, pasando por la Muerte a la Resurrección. La Pascua cristiana nos muestra nuestra condición de peregrinos, que estamos de paso en la tierra. Y cómo lo experimentamos desde la vulnerabilidad de la condición humana particularmente en este tiempo de pandemia que estamos viviendo.
Al término de la liturgia del Jueves Santo la Iglesia traslada el Santísimo a un altar lateral, mostrando de este modo la soledad del Señor en Getsemaní. Qué contraste con nuestro tiempo, caracterizado por el ruido y las aglomeraciones mundanas, incluso acompañadas de placer, frenesí y adicciones varias.
En el capítulo 13 del Evangelio de san Juan se relata el lavatorio de los pies. En el que Jesús realiza el servicio de esclavo que lava los pies sucios del hombre. San Juan muestra el sentido de toda la vida de Jesús, que se levanta de la mesa, se despoja de sus vestiduras y se inclina hacia el hombre en el perdón y el servicio.
El hombre puede rechazar el amor liberador de Dios. El Evangelio lo muestra en Judas, que rechaza ser amado. Materialista, sólo quiere vivir para poseer las cosas materiales. La otra forma del rechazo de Dios se da en el hombre religioso, representado por Pedro, que no quiere reconocer que también sus pies están sucios. Y necesita del perdón. Es el caso de la persona devota que no reconoce que también necesita ser salvada.
Los relatos evangélicos referidos a las últimas palabras de Jesús coinciden en que Jesús murió orando. Según Mateo y Marcos, Jesús gritó "con vos fuerte" las primeras palabras del Salmo 21: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (Mt 27, 46; Mc 15, 34).
La Muerte de Jesús nos muestra el sentido profundo de la Última Cena, porque la Cena se nos revela como la anticipación de la Muerte. En la Última Cena Jesús muestra la transformación de la muerte violenta en un acto de amor, que para nosotros es el sacrificio redentor del hombre y del mundo. Cena y Cruz son el origen de la Eucaristía. No debemos olvidarlo los cristianos. La Eucaristía no proviene aisladamente de la Cena. Sino de la indivisible unidad de Cena y Cruz. La Eucaristía es un acto de amor que llega "hasta el extremo". (Jn 13, 1).
Cristo murió. Su muerte no tiene que ver con conceptos ni estados de muerte clínica, que puede usar la medicina. Su Resurrección no guarda parecido con lo acontecido con el joven de Naín y con Lázaro, que fueron devueltos a la vida terrena para acabar más tarde con la muerte definitiva.
"Resucitó al tercer día según las Escrituras", confesamos en el Credo. Lo profesamos nosotros los cristianos que en los días de la Semana Santa recorremos desde la fe las etapas finales de la vida terrena de Jesús: esto es su condena a muerte, la subida al Calvario llevando la Cruz, su sacrificio por nuestra redención y su sepultura. Y en la Pascua celebramos su Resurrección, en la que Dios revela su fuerza, por sobre la aniquilación de la muerte. Por eso cantamos aleluya, no obstante las sombras de la muerte que se extienden sobre el mundo.
Pidamos al Señor que lo sepamos recibir y celebrar la alegría de haber sido salvados por Jesús.
"¡Aleluya, resucitó el Señor como lo dijo, aleluya!", canta la Liturgia. Y nosotros con ella.
¡Feliz Pascua!
La Iglesia primitiva tradujo la palabra Pascha como "paso". Y de este modo significó el camino de Jesucristo, pasando por la Muerte a la Resurrección. La Pascua cristiana nos muestra nuestra condición de peregrinos, que estamos de paso en la tierra.
En la Última Cena Jesús muestra la transformación de la muerte violenta en un acto de amor, que para nosotros es el sacrificio redentor del hombre y del mundo. Cena y Cruz son el origen de la Eucaristía.