La respuesta del peronismo a una crisis política es juntar gente en Plaza de Mayo. Los compañeros suponen que el pueblo en la plaza es la nación argentina cuando, a decir verdad, 100.000 personas (y les estoy agrandando la platea) representan casi el 0,50 por ciento de los ciudadanos en condiciones de votar. El mito del "pueblo" en la plaza es uno de los mitos fundacionales del peronismo, o una de sus mentiras más elaboradas. Tan elaborada que terminaron creyéndola ellos mismos. Sobre el 17 de octubre de 1945 hay mucha tela para cortar, pero por lo pronto no está de más recordar que un mes antes, es decir, en septiembre, la oposición democrática a la dictadura militar convocó en la conocida marcha en defensa de la "Constitución y la Libertad", más gente. De todas maneras, la leyenda muy bien manipulada por Raúl Alejandro Apold, algo así como el Joseph Goebbels publicitario del peronismo, constituyó al 17 de Octubre como sinónimo de multitudes infinitas en la plaza, aunque, oh casualidad, no hay fotos que registren a esa masa, salvo algunos caballeros que intentaban mitigar el calor de la jornada refrescando sus pies en la fuente de Plaza de Mayo. De todos modos, admitamos que en el acto fundacional del populismo, es decir el 17 de octubre de 1945, hubo frescura plebeya, aunque la mayoría de los manifestantes estaban muy lejos de considerarse brigadas combatientes decididas a luchar por la libertad y la justicia, y en más de un caso, como lo verificaron algunas entrevistas de ese día, más de uno no sabía muy bien qué estaba haciendo allí. Y no eran pocos los que consideraban a los flamantes policías peronistas como los auténticos héroes de la jornada. "Que viva la cana, que viva el botón; que viva Velasco (Filomeno Velasco, peronista leal y severo), que viva Perón". La mayoría de los manifestantes, se sabe, obedecía a los Cipriano Reyes de turno, dirigente, este último, que por sus bizarras hazañas fue premiado luego con emboscadas armadas, cárcel y torturas. Para estos menesteres el General era muy agradecido.
No creo que mañana -escribo el miércoles a la tarde- pase nada extraordinario. El peronismo no está en condiciones de hacer nada extraordinario, nada que ya no haya hecho y repetido hasta el cansancio. Otra vez los colectivos arreando gente y los intendentes y capangas de los movimientos sociales, más la runfla mistonga de vividores, mangueros, rufianes, facinerosos y cuenteros competirán entre ellos acerca de quién dispone de más "aparato". Es decir, de más plata salida de los bolsillos de los contribuyentes para pagar el traslado de la pobre gente obligada a pagar el tributo de lealtad y obsecuencia a cambio de planes sociales y otras menudencias. Cristina no proclamará candidato. En el mejor de los casos puede sugerir algún nombre, no muy diferente a los que ya están anotados en el libreto. Cristina y el kirchnerismo no dan para más. Son un barrilete sin cola, un petardo sin pólvora, un vampiro sin colmillos, un rufián sin cocottes. El presidente de la nación no va, pero invita a ir. Cosas de Alberto. No va porque sabe que lo más posible es que la silbatina lo ensordezca, pero invita a ir no porque ame a Cristina, sino porque ahora ha decidido considerarse soldado de Néstor. Kirchnerista de Néstor, pero no de Cristina. O a la inversa. Esos juegos verbales fascinan a los peronistas En el camino, Alberto ha dicho algunas frases políticamente irreparables y otras decididamente canallas. Nada extraño en el personaje que en su momento operó contra ese hombre de bien que fue Enrique Olivera, cuando pocos días antes de las elecciones lo acusó a través de un alcahuete corrompido de ser titular de una cuenta corriente en el extranjero, imputación que luego se verificó que era falsa, pero se verificó después de las elecciones, cuando el operativo sucio ya había logrado su objetivo. En la misma línea moral, propia de un miserable capaz de patear a un borracho en el suelo, Alberto responsabilizó a Horacio Rodríguez Larreta de ser el inspirador del suicidio de René Favaloro. Ese es el rasero moral del presidente que eligió una mayoría de argentinos. No concluyen allí sus danzas y contradanzas. Muy suelto de cuerpo, admitió que Cristina cometió errores "éticos" al constituirse como socia de Lázaro Báez. Aclaro que un error ético no es un delito, pero en el lenguaje político, en el insinuante y ponzoñoso lenguaje político, decir eso de su otrora "adorada Cristina" y admitir que la condena de seis años por corrupta es justa, es más o menos lo mismo.
Ahora preparan un acto para evocar los veinte años de la llegada de los Kirchner al poder. En realidad, como todo acto emocionalmente manipulador, a sus organizadores les importa más el presente que el pasado. De allí en más, los mitos se confunden con la leyenda, la publicidad, y la estrategia política no es más que una disputa a veces sórdida, a veces salvaje, a veces diplomática, acerca del poder. A decir verdad, los compañeros no saben qué hacer porque se le han quemado todos los cartuchos y ya se les están agotando los trucos. El tahúr ha sido desenmascarado y el mago se quedó sin conejos y sin galera. La certeza de la derrota es cada vez más abrumadora y a ello se suma la sospecha vergonzante de que no solo pierden, sino que disponen de muchas posibilidades de salir terceros. La líder, jefa o conductora no se candidatea y, excusas más, excusas menos, todos saben que no lo hace porque una líder derrotada en elecciones es como un león sin dientes, sin garras y sin melena. Conclusión, no hay líder, y mirando alrededor no hay nadie que les permita salir del paso. Juan Grabois, Agustín Rossi, Daniel Scioli, son más un chiste que una candidatura política. Sergio Massa, según los observadores, es el que dispone de más posibilidades. Por lo menos es lo que dicen: es audaz, es joven, es amigo de los ricos de adentro y de afuera. Se trata de un candidato que hasta la fecha lo único que ha honrado es su apodo de "Ventajita" y "Vendedor de Humo", apodos, dicho sea de paso, que por lo general no avergüenzan a un peronista de pelo en pecho. Es cierto que Grabois lo trató de "cagador" e "hijo de puta", pero no estoy del todo seguro que Grabois sea peronista y que los peronistas de la guardia vieja se sientan identificados con sus palabras.
La encerrona política del populismo es tan severa que más de uno estima que la última carta a jugar es Axel Kicillof. Convengamos que es el menos desprestigiado, pero habrá que ver si él está decidido a jugar esa carta, pero sobre todo habrá que ver si ese territorio desolado y devastado que deja el peronismo con sus cifras estremecedoras de pobreza, indigencia e inflación se arregla con un candidato que los viejos peronistas miran con recelo por su condición de porteño, intelectual y judío. Me animo a predecir que el acto en homenaje a los veinte años de Néstor y a los cincuenta de Héctor Cámpora, concluirá sin pena ni gloria. A la caída de la tarde y en las orillas de la noche, concluidas las arengas y agotadas las consignas, los manifestantes regresarán a sus colectivos con ese cansancio, con ese hastío, que suele acompañar a ciertas exaltaciones que son apenas ecos agonizantes, resonancias vacías de gestas pasadas, de esperanzas bastardeadas, de pesadillas vividas con ojos insomnes. Se dice que el duque de Wellington contemplando el paisaje de muerte y dolor que dejó la batalla de Waterloo, comentó en voz baja: "Aparte de una batalla perdida, no hay nada más deprimente que el paisaje de una batalla ganada". ¿Qué decir entonces de estas gestas convocadas con consignas mentirosas en nombre de ideales ultrajados? Tal vez el verdadero rostro de lo que alguna vez intentó ser una causa lo exhiba ese paisaje desolador de la plaza después de concluida la fiesta. Una agonía crepuscular con restos de vasos de cartón manchados de rouge, servilletas de papel arrugadas, birretes aplastados, cartones de tetrabrik vacíos, retazos de banderas, paredes meadas, algún preservativo colgado en una boca de tormenta.
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