Por Bárbara Korol
Por Bárbara Korol
Atardece. Él castea en la orilla. Sus brazos se mueven con elegante firmeza mientras la transparencia líquida del lago le envuelve los pies. La línea serpentea en el aire y el señuelo se posa leve en la superficie que duplica el paisaje. A la distancia, se ve la curvatura perfecta de una trucha que salta, y la caña se tensa. El juego de oposiciones y resistencias se instala repentinamente y salpica el instante de vértigo y emociones.
En la costa, con un libro en la mano, miro la escena. El fuego esta encendido en el fogón y mi mirada se pierde entre el humo y la naturaleza. Queñi tiene un magnetismo épico que encapsula mis pensamientos. Atravesando el cerro Ilpella escapó Neruda de la dictadura chilena tras permanecer un año oculto. Transitó por un sendero clandestino rodeado de cañas colihues, hasta llegar a las heladas humedades de las riberas frondosas. En este espejo cristalino se lavó la cara y la tristeza.
Un destello punzante comprime mi pecho al recordar a esa vieja amiga que también tuvo que huir de Palena con sus seis niños y un poco de pan. Abandonó todo lo que tenía, su tierra, su hogar, sus animales, para evitar la muerte. Cruzó como el poeta, la frontera sur de contrabando, en la caja lúgubre y fría de un camión donde apenas se podía respirar y el olor a miedo y orín le sofocaba la garganta. ¡Cuántas historias guarda la cordillera! ¡Cuántos recónditos misterios se escurren entre las lengas y los cipreses que cubren las laderas! Enterrados en las piedras de estas montañas quedaron escondidos sueños y lágrimas, arañando la esperanza de la libertad de pensar y de sentir.
Mi corazón late versos de amor y de pena. La magia de la vida se fusiona con las letras y las plantas. A un costado de las llamas se asa el pescado al limón. Mi hija, curiosa y alegre, acomoda las moscas en el pequeño estuche verde. Le gusta admirar los colores y diseños. Mi compañero sonríe satisfecho disfrutando su copa de vino. La arboleda palidece entre los tintes oscuros que se asoman mientras la luna proclama su soberanía nocturna.
Un manto infinito de estrellas abriga nuestras risas y palabras. El tiempo desaparece y la memoria congela ese momento maravilloso de comunión familiar. Una bruma suave abraza las místicas aguas de Queñi y mi alma susurra una canción desesperada. El día cierra sus ojos… a lo lejos una lechuza le canta el arrorró…