Cecilia Arellano, autora del poemario "A través", dado a conocer este año. En dicho trabajo, la escritora transita varios registros de la experiencia vital: los lugares, las canciones, las palabras, los idiomas, el amor. Rainer Spaniel
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A mediados del pasado siglo, Theodor Adorno proclamó una frase que estaría destinada a figurar entre las más conocidas, citadas y discutidas de su obra: aquella que afirma -temerariamente- que escribir poesía luego de Auschwitz es un acto de barbarie. Diversas respuestas se han dado a esta cuestión, desde aquellas que acuerdan acríticamente, hasta las que aseguran que no sólo es posible la poesía luego del horror, sino que es necesaria, incluso imprescindible (el propio Adorno revisaría más adelante aquella afirmación); sin embargo sigue siendo válido preguntarse cómo transformar la muerte, el dolor, la tragedia -propia o no- en poesía, en arte, en pretensión de belleza.
Cecilia Arellano. Rainer Spaniel
En los poemas de "A través", Cecilia Arellano transita varios registros de la experiencia vital: los lugares, las canciones, las palabras, los idiomas, el amor; en nuestra opinión, no obstante, su voz rubrica centralmente un espacio hecho de rostros vistos a la distancia, una anchura de ausencias, un eclipse de lenguas que se solapan unas a otras como planetas, y que al hacerlo, imponen una suerte de suave clamor.
Portada del libro "A través", de Cecilia Arellano, publicado por Editorial Barnacle. Poesía esperanzada y valiente. Gentileza
Como en todos los autores que verdaderamente necesitan expresar, Cecilia expone y se expone, quiero decir, mostrando y mostrándose, vuelve una y otra vez sobre aquellas materias donde se asientan sus preguntas, sus lucros y sus fascinaciones (sus -me gustaría decir- obsesiones poéticas). Esas materias, ya se verá, están fuertemente teñidas de movimiento, como si el equilibrio sólo fuese posible en el vaivén de los pasos (y no casualmente sus poemas, sus canciones, sus videoclips abundan en veredas, pies, olas); movimiento, digo, y no sólo los viajes -a veces bajo la forma desalmada del exilio, a veces con la más benévola de la exploración- sino también con la presencia del tiempo, de los tiempos, del danzar de un idioma a otro, de la música, ese puro devenir.
En ese sentido, y como ocurre con la mayoría de los poetas, sería posible trazar en Cecilia -en su poesía, en realidad- algunos recorridos, y descubrir qué lleva en los baúles que preparó para esos viajes; así, encontraremos a los ancestros, los idiomas mirados, remirados, cuestionados, sus sonidos, sus resonancias, la música y sus peripecias, y mucha, mucha, presencia de la naturaleza: jengibre, canela, mandioca, almendra y nuez preparados ritualmente para conjurar el virus de la extranjería; el bambú como metáfora de la flexibilidad necesaria para vivir; el agua, las aguas; los animales, gatos y perros del cotidiano o improbables leones; el cuerpo -el propio, generalmente- como un territorio donde se inscriben las historias.
Con estas partes la autora va amoblando su poesía y su casa, el vagón de ese tren que va y viene entre Rosario y el fondo del mar, entre el no lugar de los aeropuertos y los ríos Paraná y de Janeiro, menos elementos que manifestaciones, tan metafísicos como reales.
Parejamente, otras presencias habitan estos textos, en citas, acápites, diálogos: poetas como Pablo Neruda, María Negroni y Vinicius de Moraes, músicos como Caetano Veloso y Gilberto Gil, intelectuales como George Steiner y Paul B. Preciado; sin embargo, donde quizá más se perciban esos multiformes vínculos con que Cecilia Arellano trama su poesía, sea en las dedicatorias de algunos textos, que pueden ser ofrecidas a John Cage, a Paulo Freire, al Amazonas.
Poesía en ocasiones dolida, pero no dolorosa, y por ello esperanzada y paciente. Alborotada, también, pero, ante todo, convencida.
Huella
No quise dejar rastros/ Cuando parta de aquí habrá semillas de manzana, yerba seca,/ cáscaras de nueces, una bicicleta y algunos árboles que planté./ Ellos serán los testigos de que anduve por aquí,/ cantando algunas canciones,/ paseando con mi perra por el parque, amando,/ un poco culposa por no haber hecho más por un mundo mejor,/ tratando de no dejar huella./ Pocas fotos. Pocas cartas, objetos./ Viví como si me tuviera que ir con una valija chica a lugar incierto, / yéndome de todos los lugares./ No dejé pesar mi cuerpo, no lo dejé reposar./ No entregué mi peso a la tierra y resbalé. / No hubo tierra hundida, mis pies no dibujaron el piso.../ es que quería flotar cerca de la arena/ para no interrumpir el flujo de la espuma./ No quería dejar marca.../ y terminé dejando una más grande,/ la del cuerpo torcido hundido sobre la arena,/ justo el rastro que no quería dejar./ No quería que se dieran cuenta de que nací triste/ pero con ganas de aprender eso otro que baila/ y sacude para todos lados./ Y elegí dejarles lo inmaterial, lo que está en el aire,/ el aire mismo, soplado, vibrando,/ haciendo volar papeles, cabellos, pañuelos./ Sonidos que sólo están cuando están./ Lo que estaba aquí y ya pasó, lo que atraviesa el cuerpo,/ lo que deja huella en la memoria,/ no pesa y sólo se hunde en el corazón.
(*) Acerca del libro "A través" de Cecilia Arellano, publicado por editorial Barnacle. Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 2024.
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