Estoy en México, y cuidadito con usar la "j". El motivo es la poesía. Durante varios días se desarrolló un Festival Internacional de Poesía, el número doce para ser exactos, con una continuidad que indica buenas costumbres. También se desarrolla, de manera conjunta, la Feria del Libro. El lugar elegido es el Zócalo (*), el mismo de tantas manifestaciones y permanentes recuerdos, de los buenos y de los otros. La feria lleva veintitrés años.
La Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) donde se recitó poesía -en dos claustros de dos facultades-, es la co-organizadora del festival. También en la Sede del Congreso y claro: en el Zócalo. En lo estrictamente personal, agregaré que en la Casa del Poeta de Ciudad de México, con la participación de Carmen Nozal y Grissel Gómez Estrada, presenté el libro de poesías titulado "El Desarmadero".
Folleto presentación con el anuncio de la presencia de Raúl Emilio Acosta en el 12º Festival Internacional de Poesía de la Ciudad de México. El autor del ciclo "Miradas desde el sur" estuvo presente en dicho evento junto a otro poeta santafesino invitado, Néstor Fenoglio, periodista de El Litoral.
De la provincia de Santa Fe estuvimos dos poetas: Néstor Fenoglio y… bueno, un poeta y quien esto escribe. Obtuve felicitaciones y promesas de más invitaciones. El punto en cuestión es ese: se invitaba a poetas con voces diferentes y las mesas compartidas eran en diferentes lenguas, desde leguas madres hasta dialectos.
Una poeta china (Yan Xi) que leía en su idioma -con la correspondiente traducción-, una Italiana, un natural de Málaga, esa cantarina manera de los cubanos (Carmen Hernández Peña) y las sonoras regionalismos americanos dando vueltas, desde el yaqui y sus milenarios fonemas, hasta nuestra desprejuiciada manera de volvernos "coloquiales" o "conversacionistas".
La mecánica de lectura, con horarios, de otro modo nadie lo cree posible, llevó a que juntos escuchásemos a otros hablando del mismo sol, la misma luna, la misma prepotencia, similar olvido, las congojas y anhelos que nos atraviesan. Decía el poeta amigo (Néstor) que los poetas aceptan el orden y su palaba (el poema) es acaso una clarísima forma de la libertad. Hasta allí lo comprometo en lo dicho, lo que sigue me pertenece.
No es una costumbre que florezca naturalmente, en la comunicación, la de escuchar. Mal acostumbrados, somos parte de un discurso solemne que no admite discusiones. Si hay un punto en donde la poesía enseña a las demás formas del lenguaje, es en ese sitio, el del poema, que acepta todas las libertades, todas.
El discurso político está lejos de alcanzar la forma de libertad y, con ella, la posibilidad de convencer, aceptar que eso que se oye es algo bello, posible o no, pero imaginado y contado por otro. Hubo poetas que contaban, como un anhelo, de sus libertades perdidas y que, acaso, necesitaban a Jorge Luis Borges ("de lo perdido y lo recuperado")
Si hay una formulación protocolar, con pocas ataduras, es un encuentro de estas características y era sencillo anhelar, vuelvo al verbo mencionado por casi todos los poemas, era sencillo anhelar, en mitad de las mesas de lectura, que el sitio del que vengo y al que pertenezco, tenga esa absoluta libertad con el pacto ponderado: escucho para que me escuchen, cuento y canto para que se sepa.
Hay una pactada forma del respeto. Eso es previo y se cumple. La voz de muchos no era la mía y no lo será. Acaso suceda lo mismo. Mi voz no será la de alguno de los poetas con quienes compartimos horas, charlas y debates sobre un punto: la traducción. Traducir al otro. En lo profundo: entender al otro.
El juego en que andamos (Juan Gelman dixit, a propósito: muchas veces mencionado) el juego es ese: sentir y contarlo. Bien o mal, no es el tema porque el tema no es el juicio a la poesía, finalmente a la palabra, sino un foro para que las voces diferentes, notoriamente diferentes se sumen en una obvia definición: muchas son las formas del poema. Diferentes y semejantes en validez.
Ya escribí en estas columnas, que desde la lejanía del sustantivo viajero, lo que retorna es envidia. Aquí se mezcla con tristeza. La envidia y la tristeza no son buenos compañeros para las reflexiones pero sirven al punto para una pregunta que trae otras. ¿Se escuchan los políticos argentinos? ¿Se hablan, de qué hablan? El trabajo en "la polis" es representar al que no hace otra cosa que delegar. Es un trabajo. Deliberan y gobiernan en nuestro nombre. Esto que nos sucede es en nombre nuestro y por tanto la pieza se ha movido, el trebejo ha dado con su nuevo cuadrado en el tablero.
Cuidado, mucho cuidado. Somos nosotros los que movimos la pieza y de cuanto sucede no puede acusarse a quien en nuestro nombre hará lo que corresponda… o no. Que tanto es malo que cumpla como que, en muchos casos, que no cumpla. No puede acusarse a nadie porque aceptamos que el voto decide y que el voto popular es el que nos suma y más: ya ni secreto ni obligatorio es suficiente; le hemos agregado que el pueblo nunca se equivoca y vuelvo a la advertencia: cuidado, mucho cuidado.
Hablé con el poeta yaqui (Fabricio Cajeme) que me contaba de más de quince a veinte siglos de fonemas que no tienen antecedentes, que es lengua madre. Yo lo escuchaba en paz porque me hablaba en un idioma que usaba mis palabras, mi silabeo, mis "punto y aparte" y el énfasis con el que defendemos nuestros credos era usado para decir que la suya es una lengua madre y que el castellano, no el español, que el castellano no es de Castilla ni Aragón y decía más cosas que yo escuchaba en mitad de esta certeza: entiendo cuanto dice.
Él hablaba sabiendo que entendería y que, si no estaba de acuerdo –no lo sé, francamente no lo sé- ni pediría un desafuero ni la cárcel y que estábamos encontrando un punto en común entre mi desconfianza, mi ignorancia y mis modos, usos y costumbres, mi idioma, que no es otra cosa que mi llave cultural. ¿Se escuchan los políticos argentinos? ¿Se hablan, de qué hablan? No me pregunte a mí… no llego a poeta, pero no lo pregunte, solo soy periodista.
(*) La Plaza de la Constitución, informalmente conocida como el Zócalo, es la plaza principal de la Ciudad de México. El Zócalo está localizado en el corazón de la zona que se conoce como centro histórico, en la demarcación Cuauhtémoc. Su localización fue escogida por los conquistadores españoles para establecerla justo a un lado del anterior centro político y religioso de México-Tenochtitlan, capital de los mexicas.
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