Por Daniel Imfeld
Por Daniel Imfeld
En octubre de 1932, en momentos en que Rafaela se aprestaba a desarrollar los actos centrales con lo que se recordarían los cincuenta años de su origen, puesto que por entonces la fecha de inicio del proceso colonizador se había establecido en 1882 -posteriormente rectificada en1881-, quedaba constituido un nuevo espacio de sociabilidad cultural con la formalización del Centro Ciudad de Rafaela (CCR).
En un contexto más amplio de crisis, que ya había impactado en lo político e institucional y comenzaba a manifestarse en lo económico, en el escenario recortado de lo local, la ciudad se autocelebraba con ciertos rasgos de modernidad urbana que desde la década anterior la venían cualificando como "La Perla del Oeste". Las calles de reciente adoquinado, cines, iluminación eléctrica, compañías que prestaban el servicio telefónico, parecían afianzar esa imagen.
La voluntad asociativa que se manifestaba desde los primeros tiempos había ayudado a construir un sólido entramado vincular y una obra material que cubría distintas necesidades, desde la ayuda mutua, a la defensa de los intereses económicos, sociales, la recreación, el deporte. Tomaba forma, ahora con el naciente CCR, una nueva expresión que venía a cubrir una vacancia, el asociacionismo cultural.
Hasta entonces la acción estatal en la materia se había limitado a la creación de escuelas primarias y secundarias, en tanto desde las instituciones mutualistas, como la Sociedad Italiana, se había provisto la infraestructura, tal el caso de su sala teatral inaugurada en 1915. Lo novedoso era que ahora un grupo de hombres del lugar, pertenecientes a la clase media letrada, encabezados por el uruguayo B. Juan Lasserre, como actores de la sociedad civil asumían para sí la función de institucionalizar la cultura con características particulares desde un rol sustitutivo y complementario de la acción oficial.
Si bien respondían a una pluralidad de orígenes, no sólo nacionales sino ocupacionales, los había vinculados al comercio, los servicios, la fotografía, los oficios, el periodismo, lo que los cohesionaba y movilizaba hacia un objetivo común era el interés cultural. No eran por cierto intelectuales, pero sí van a cumplir un rol importante como productores culturales (Williams, 1994), lanzados tanto a la producción como a la instalación de sentidos en un espacio local y zonal. Como recordaban en 1940 en la inauguración de la séptima temporada teatral, habían asumido en carácter de misión aquello de que "el nivel cultural de nuestro pueblo debe estar en consonancia con su adelanto comercial y económico. Con esta intención por bandera ofrecemos el aporte de nuestras inquietudes y de nuestra labor, humilde pero decisiva por su consecuencia y por su afán de mejoramiento".
En el acta de fundación, fechada el 26 de octubre de 1932, se planteaba que quedaba constituida una asociación, de carácter cultural y filantrópico, "con el objeto principal de difundir el teatro, la literatura y la ciencia" (sic), propiciando para ello veladas y espectáculos. Rápidamente, el grupo de teatro vocacional cobró vida y, dirigidos por el español Mariano Quirós, al año siguiente presentaron la obra "La aldea de San Lorenzo". Para entonces se iba incorporando al grupo inicial íntegramente masculino, la presencia de las mujeres, quienes si bien se mantendrían alejadas de los cargos directivos sí realizarían un aporte importante no sólo integrando los cuadros filodramáticos, sino a través de las distintas actividades que requería el funcionamiento institucional.
Como grupo de teatro vocacional, junto con el Teatro del Pueblo de Buenos Aires, pasó a integrar el conjunto de teatros independientes pioneros en Argentina, y dada su permanencia y continuidad en forma ininterrumpida a lo largo de todo este tiempo es hoy señero en Latinoamérica.
No sólo se preocuparon desde el inicio por representar obras que respondían a las tendencias teatrales de la época, sino que propiciaron la venida y actuación de actores y actrices reconocidos que con sus compañías llegaban hasta Rafaela. Precisamente en 1945, la compañía de Margarita Xirgu, a cuatro meses de ofrecer en Buenos Aires el estreno mundial de "La casa de Bernarda Alba", de Federico García Lorca, se presentó aquí con dicha obra y el mismo elenco en un programa que incluyó –además- "Doña Rosita la soltera", del citado autor.
Fue precisamente la Xirgu quien dejó con su firma en el libro de recuerdos aquello de "elevar el espíritu de un pueblo por el arte y sólo por el arte, honra a los dirigentes del CCR". En el sentido inverso, el grupo supo también proyectarse con su participación en la propia Buenos Aires. De esas actuaciones se destaca la mención especial obtenida en el primer Certamen Nacional de Teatro Vocacional de 1947, y en 1953, representando a la provincia de Santa Fe obtuvieron el segundo premio en el tercer certamen. Años más tarde, en 1986 llegaría nuevamente el elenco del CCR hasta la capital del país, en esa ocasión con Adiós, Adiós Ludovica, basada en la obra del escritor local Lermo R. Balbi Anteriormente, en 1959 habían alcanzado incluso presencia internacional al hacerse presentes con La Heredera en el Teatro Young de Fray Bentos (Uruguay), la ciudad natal de Lasserre, con motivo del centenario de la misma.
Tal como estaba establecido en los objetivos fundacionales, luego refrendados en los estatutos, no sólo el teatro fue el objeto de este centro, sino que confiados en el poder de la acción cultural sumarían otras propuestas: conferencias, conciertos, exposiciones de artes plásticas, actividades sociales y recreativas, a las que con el tiempo incorporaron una biblioteca especializada en teatro, como la formación de un grupo coral. En un escenario que se destacaba por su importancia productiva y demográfica, venían a ocupar ahora desde una configuración estable un lugar fundamental para la modernización de las prácticas culturales.
Tales inquietudes hicieron así posible acercar una serie de visitas ilustres como intelectuales, profesionales, artistas, conferenciantes. En 1943 por ejemplo, en un momento de especial significación por lo que a la historia contemporánea refería y en un hecho casi inédito, llegó hasta Rafaela convocado por el CCR para dar una conferencia, el primer presidente de la República Española, entonces en el exilio, Niceto Alcalá Zamora.
A partir de aquél impulso inicial las distintas comisiones directivas, sobre todo en las primeras décadas, debieron ensayar diferentes estrategias de modo tal que les permitieran superar las adversidades financieras que se iban presentando para este tipo de instituciones, en momentos en que por un lado se expandía el mercado del entretenimiento como también el estado comenzaba ahora a desplegar funciones cada vez más amplias en materia cultural.
Producto del capital simbólico y del patrimonio intangible que fueron acumulando pudieron enfrentar no sólo el reto de la supervivencia sino también el de dar forma a un anhelado patrimonio material, construir su propio espacio. En 1958 se logró firmar el contrato de compraventa del inmueble donde comenzó a levantarse la sala teatral y demás dependencias. Inaugurado en 1969, como un justo homenaje a quien tanto promoviera la actividad, el teatro lleva desde entonces por nombre B. Juan Lasserre.
(*) Contenidos producidos para El Litoral desde la Junta Provincial de Estudios Históricos.