Sugeriría a los lectores que después de cinco meses en el poder se decidan a tomar al presidente Javier Milei en serio y dejen de atribuirle virtudes o dones, secretos o públicos, que, a juzgar por los hechos, solo pertenecen a nuestros deseos, fantasías o miedos. Convoco no solo a tomarlo en serio, sino a creerle, no sé si al pie de la letra, pero sí en sus trazos más gruesos, en aquellos donde expresa sus verdades más elaboradas, aquellas en las que cree porque así se las dicta su corazón y su cabeza. Ya es hora de saber que si Milei dice a quien quiera escucharlo que es de ultraderecha es porque efectivamente es de ultraderecha, está cómodo con esa gente, comparte sus verdades esenciales más allá de alguna disidencia ocasional que para el caso no tiene mayor importancia. También es hora de que nos reconciliemos con su personalidad, con ese impulso sagrado que lo domina para tratar de imbécil, rata, basura o excremento humano a quien ha decidido manifestar alguna disidencia con sus verdades. Ya es hora de aceptar a Milei como es y no como nos gustaría que fuera. Su verdad es visible y de alguna manera transparente. Muchos de sus votantes lo saben y se regocijan con su candidato, pero no son pocos los votantes que creen que en realidad hay un Milei secreto, verdadero; un Milei abierto, tolerante, sensible, solidario; un Milei que en el momento menos pensado se va a decidir a mostrar su varadero rostro tallado en las ideas de Voltaire y Montesquieu y en los ideales de Bartolomé Mitre, Juan Bautista Alberdi y Domingo Faustino Sarmiento. También están los que creen que hay un Milei a quien la realidad lo va a ir modelando con las líneas armoniosas de un liberalismo progresista, o un Milei obligado a traicionarse a sí mismo. Estos últimos, me recuerdan a aquellas almas cándidas convencidas de la existencia de un general Videla progresista enfrentado a militares criminales y fascistas. La necesidad de creer en algo que no existe o solo existe en la soledad de nuestros deseos parece ser una inveterada costumbre humana.
En todos los casos, lo siento por ellos, pero me temo que van a sufrir algo parecido a una decepción, porque el tipo de sociedad a la que aspira Milei no está modelada en los ideales del liberalismo tal como lo conocemos nosotros, sino en un orden regido por relaciones económicas que le permitieron a Benedetto Croce calificarlas no de liberales sino de liberistas en tanto la condición humana se agotaría en esa suerte de cepo denominada "economía de mercado", más una moral social fundada en los principios que suele divulgar Francisco Sánchez, el flamante secretario de Culto de la Nación, declaraciones que pertenecen al linaje de los clérigos cazadores de brujas, de los artesanos morales forjadores de postes de tormentos, de los acarreadores de leña seca para encender hogueras y de los verdugos encapuchados dedicados a martirizar la carne de los herejes. Las ideas culturales, las imágenes de un orden social deseable de más de un funcionario de La Libertad Avanza me recuerdan a los brulotes lanzados por los esperpentos de la Liga Patriótica en los años veinte o las bravuconadas de peronistas de la calaña de Jordán Bruno Genta, Oscar Ivanissevich y Alberto Ottalagano. Aquellos caballeros no hablaban en broma, como tampoco Sánchez lo hace. Su fantasía no por vulgar y cruel no deja de ser efectiva: perseguir homosexuales, condenar a los divorciados a la soledad y encarcelar mujeres que decidan interrumpir el embarazo. Viva la libertad, carajo.
No me voy a hacer cargo de las palabras que dijo de más o de menos el presidente de España, Pedro Sánchez. Palabras previsibles, si se quiere, por parte de un socialdemócrata contra un liberal conservador; socialdemócrata que, además, no deja pasar la oportunidad para sacar ventaja del conflicto polarizando con Vox para las elecciones de julio. En el caso que nos ocupa, me importa el presidente de la Argentina, por lo que quisiera saber si corresponde que el mandatario de todos los argentinos pueda tomarse la atribución de viajar a España para asistir al congreso de un partido minoritario conocido por sus posiciones franquistas y de extrema derecha. ¿No tiene otra cosa en que ocupar el tiempo el señor Milei, que juntarse con la resaca de la extrema derecha europea dedicada a perseguir inmigrantes y con el corazón lastimado por la nostalgia de aquellos tiempos en que por las calles de París, Berlín, Roma o Madrid desfilaban la soldadesca con sus camisas azules, pardas y negras? ¿Ese es el lugar que nos merecemos los argentinos que proclamamos estar a favor de los valores del mundo libre: la tolerancia, el humanismo, la compasión, es decir, la libertad en el sentido más pleno de la palabra? Y ya que estamos en tiempos en que pareciera sutil frecuentar los lugares comunes, diría que en nombre de lo obvio debo admitir que quien se junta con fascistas es fascista; quien se junta con comunistas, es comunista... y quien se junta con extremistas de derecha, es un extremista de derecha. Suena a esquemático pero a verdadero. Financiados por los impuestos de los contribuyentes argentinos Milei marchó a celebrar una suerte de aquelarre con los descendientes de Drácula y el Hombre Lobo, y para que ninguna flor faltase en su ojal, se dedicó a agraviar a la esposa de Sánchez.
Yo no sé, ni me interesa, si la esposa de Sánchez es culpable de lo que la acusan sus adversarios. Lo que sé, es que no está imputada; pero sobre todo, lo que sé es que un presidente de otro país no tiene por qué meterse con la esposa de un par, que ese insulto es propio de un camorrero de barrio que pretende ofender a otro camorrero insultando a la madre o a la esposa. Y lo que sé, sobre todo, es que Milei no es la primera vez que comete esa grosería, ni tampoco será la última, porque el hombre se considera habilitado para insultar a quien se le da la gana invocando su libertad individual, como si ese fuera un lujo que puede atribuirse un presidente y la investidura de un presidente. En lo personal estoy persuadido de que una vez más hemos sido autores de un papelón al mejor estilo argento, aunque Milei opine exactamente lo contrario, fiel a su reconocida modestia de considerarse en cualquiera de los temas que trata o participa el mejor del mundo: el economista más sagaz del mundo; el ajustador más duro del mundo; el responsable del equilibrio fiscal más importante del mundo; el libertario más atrevido del mundo y el presidente de la nación más audaz del mundo. Como quien dice: iluminado por la fuerzas del cielo y orientado por la mano de Moisés.
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